La ciudad es un muralla impenetrable, aterida y sórdida detrás de sus contornos. La ciudad es una obra infranqueable, como el choque de luces incesante de los días. Un encontronazo constante de residuos triturados, compactos, saneados y listos para poner en órbita o plasmar en tela. Hay quien creyendo empezar a dominarlo tropieza con su despedida.
Y se amontonan yertos contra la muralla. Y nunca la llegan a cruzar. Contra la muralla de la ciudad eclosionan, deliran y más tarde declinan los soldados, los artistas. Y a sus pies disciplinan mundos recreando orígenes de formas desvestidas.
Sólo la muralla delimita su fin. Y el origen lo regenta en su aseo otra mujer desnuda. Después tan sólo continúa, para bien o para mal, resuelto o sin revolver, como diatribas olvidadas de los óleos contra la muralla.
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