|
||||||||||||||||||
CULTURA COMO CONFRONTACIÓN Carlos Rehermann |
||||||||||||||||||
Circula en el
planeta la especie
(que no llega a ser idea) de que las naciones deben procurar aumentar su riqueza simbólica. A ese clon tarado de la riqueza de Adam Smith se le llama "patrimonio cultural de la Nación". En algunos obituarios aparecidos tras la muerte de Manuel Martínez Carril se menciona el archivo de la Cinemateca uruguaya como un patrimonio construido por esa institución, para beneficio de todos. Queda la horrible sensación de que lo que hizo Martínez Carril fue acumular un montón de chatarra fílmica. Pero eso no es riqueza. El tesoro nacional era Martínez Carril, y ya no está. Y probablemente sea imposible que encontremos un tesoro como ése en medio siglo, o en uno
.
Una construcción
publicitaria
Uno de los asuntos que se mencionó
en algunos obituarios fue el carácter colectivo del trabajo en la cinemateca,
citando con frecuencia al propio Martínez Carril, que evitó siempre ser
identificado con la jefatura de la institución.
El cine, como se sabe, se hace
necesariamente en equipo. El símil con el trabajo de la cinemateca es
admisible, pero el trabajo colectivo en la cinemateca era de un tipo parecido
al que podría observarse en la realización de una película dirigida por
Stanley Kubrick. Amablemente el director escucha, pregunta, consulta, y
finalmente se hace lo que él decide.
Manuel (como Kubrick) se rodeó de
técnicos notables, sin los cuales su trabajo habría sido imposible. Lo cierto
es que en la Cinemateca era frecuente que las decisiones difíciles
aparecieran tomadas en el transcurso de la noche, lo cual no era un
problema para nadie. Todos quienes trabajamos con Martínez Carril aceptábamos
que sabía más, conocía a más gente clave y recibía más información sensible
que cualquiera de nosotros. Las decisiones a las que dedicaba su mayor
atención tenían que ver con inversiones, administración de la deuda, alianzas
estratégicas y campañas publicitarias. Otras decisiones ocupaban tiempo
lateral (problemas de personal, de mantenimiento, de programación o de
plomería), aunque a veces, de manera irritante para los encargados de las
diversas áreas, resolvía asuntos como cada cuánto tiempo hay que tirar lejía
en los retretes o qué tipo de letra hay que usar en el cuerpo de textos del
boletín.
La idea de patrimonio estuvo
siempre en la base de la justificación de la existencia de la cinemateca. El
archivo, que contiene miles de títulos, es lo que, a los ojos de la comunidad
nacional (no tanto de la internacional), legitima la institución. Pero en
realidad el archivo no es tan valioso, si no se toma en cuenta la colección
de películas uruguayas. Miles de los títulos conservados son películas de
escaso valor, de las que existen copias de mejor calidad en varios archivos
del mundo. Muchas otras están en malas condiciones de conservación, no
necesariamente porque la Cinemateca las haya descuidado, sino porque, por
diversos motivos, entraron ya enfermas al archivo. Una gran cantidad de
títulos son producciones propagandísticas de diversos gobiernos,
especialmente del antiguo bloque socialista, de nulo valor artístico aunque
quizá con algún valor documental. Otras están incompletas.
Pero la idea de que el Uruguay
tiene un gran patrimonio fílmico (¡somos ricos, ricos!) fue central para la
construcción del prestigio de la Cinemateca. Somos poco afectos a proteger
una actividad, pero nos encanta cuidar un tesoro.
|
Esa mentalidad dominante en la
sociedad uruguaya estaba muy clara para Martínez Carril, que la explotó a lo
largo de décadas. Pero muchas veces, después de una jornada de trabajo
desgastante, fumaba su quincuagésimo sexto cigarrillo superlargo, insistía en
que "Cinemateca no es nada; Cinemateca es una construcción
publicitaria".
Una pieza clave de publicidad, que
funcionaba tanto para el público nacional como para los expertos extranjeros,
era —y sigue siendo, después de varios cambios de formato— el boletín que
difunde el programa mensual de la institución. Comenzó, en enero de 1975,
como una hoja de 27 por 38 centímetros donde se anunciaban, en sus dos caras,
decenas de películas que se exhibían a lo largo de un mes, y terminó
creciendo, 10 años después, hasta unos monstruosos 44 por 56 centímetros,
donde se acomodaban con dificultad hasta 150 títulos exhibidos cada mes.
Desde entonces se imprime en forma de cuadernillo.
Quienes se acercaban a la
institución quedaban impactados por el boletín, que les ofrecía una
diversidad diaria que apenas se podía abarcar, y que llegó a hacerse casi
irritante por el exceso de oferta. Para algunos socios la situación era
insostenible, ya que creaba la sensación de que la vida era demasiado breve.
El exceso de oferta estaba permitido en parte por el tamaño del archivo, pero
principalmente por la capacidad de gestión de Martínez Carril para convencer
a los casi siempre abúlicos agregados culturales de las legaciones
extranjeras de financiar ciclos de toda clase. Estrictamente no era necesario
exhibir tantas películas, que en realidad nadie podía ver. Pero ese exceso
era esencial para construir la idea de una institución poderosísima,
inagotable, de una sapiencia inconmensurable, con una energía inhumana, un
Museo Británico más el Louvre más el Prado, interminable, inaprehensible
objeto de deseo de una comunidad ávida por saber, enterarse y ser más libre.
Algo cercano a los dioses, más fuerte aun que los dioses, porque la
cinemateca era atea y en sus pantallas se apagaban todos los dioses del
mundo.
En el extranjero, el boletín
interminable era de un impacto difícil de describir. Los expertos de los
archivos tienen una imagen mental de lo que son las cinematecas del mundo:
cámaras que conservan en la oscuridad helada de una atmósfera seca miles de
títulos valiosos de los cuales se exhiben 10 o 15 por mes. Los boletines de
esos archivos son unos folletitos escuetos, a los que unos pocos cinéfilos
les prestan una fracción de su atención.
|
|||||||||||||||||
© 2014 H enciclopedia - www.henciclopedia.org.uy
|
--
Nessun commento:
Posta un commento