domenica 17 agosto 2014

[Henciclo] interruptor - Manuel Martínez Carril, tesoro nacional - la columna de H enciclopedia



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 CULTURA COMO CONFRONTACIÓN
Manuel Martínez Carril, tesoro nacional
Carlos Rehermann
Circula en el planeta la especie
(que no llega a ser idea) de que las naciones deben procurar aumentar su riqueza simbólica. A ese clon tarado de la riqueza de Adam Smith se le llama "patrimonio cultural de la Nación". En algunos obituarios aparecidos tras la muerte de Manuel Martínez Carril se menciona el archivo de la Cinemateca uruguaya como un patrimonio construido por esa institución, para beneficio de todos. Queda la horrible sensación de que lo que hizo Martínez Carril fue acumular un montón de chatarra fílmica. Pero eso no es riqueza. El tesoro nacional era Martínez Carril, y ya no está. Y probablemente sea imposible que encontremos un tesoro como ése en medio siglo, o en uno

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Una construcción  publicitaria

Uno de los asuntos que se mencionó en algunos obituarios fue el carácter colectivo del trabajo en la cinemateca, citando con frecuencia al propio Martínez Carril, que evitó siempre ser identificado con la jefatura de la institución.

El cine, como se sabe, se hace necesariamente en equipo. El símil con el trabajo de la cinemateca es admisible, pero el trabajo colectivo en la cinemateca era de un tipo parecido al que podría observarse en la realización de una película dirigida por Stanley Kubrick. Amablemente el director escucha, pregunta, consulta, y finalmente se hace lo que él decide.

Manuel (como Kubrick) se rodeó de técnicos notables, sin los cuales su trabajo habría sido imposible. Lo cierto es que en la Cinemateca era frecuente que las decisiones difíciles aparecieran tomadas en el transcurso de la noche, lo cual no era un problema para nadie. Todos quienes trabajamos con Martínez Carril aceptábamos que sabía más, conocía a más gente clave y recibía más información sensible que cualquiera de nosotros. Las decisiones a las que dedicaba su mayor atención tenían que ver con inversiones, administración de la deuda, alianzas estratégicas y campañas publicitarias. Otras decisiones ocupaban tiempo lateral (problemas de personal, de mantenimiento, de programación o de plomería), aunque a veces, de manera irritante para los encargados de las diversas áreas, resolvía asuntos como cada cuánto tiempo hay que tirar lejía en los retretes o qué tipo de letra hay que usar en el cuerpo de textos del boletín.

La idea de patrimonio estuvo siempre en la base de la justificación de la existencia de la cinemateca. El archivo, que contiene miles de títulos, es lo que, a los ojos de la comunidad nacional (no tanto de la internacional), legitima la institución. Pero en realidad el archivo no es tan valioso, si no se toma en cuenta la colección de películas uruguayas. Miles de los títulos conservados son películas de escaso valor, de las que existen copias de mejor calidad en varios archivos del mundo. Muchas otras están en malas condiciones de conservación, no necesariamente porque la Cinemateca las haya descuidado, sino porque, por diversos motivos, entraron ya enfermas al archivo. Una gran cantidad de títulos son producciones propagandísticas de diversos gobiernos, especialmente del antiguo bloque socialista, de nulo valor artístico aunque quizá con algún valor documental. Otras están incompletas.

Pero la idea de que el Uruguay tiene un gran patrimonio fílmico (¡somos ricos, ricos!) fue central para la construcción del prestigio de la Cinemateca. Somos poco afectos a proteger una actividad, pero nos encanta cuidar un tesoro.
Esa mentalidad dominante en la sociedad uruguaya estaba muy clara para Martínez Carril, que la explotó a lo largo de décadas. Pero muchas veces, después de una jornada de trabajo desgastante, fumaba su quincuagésimo sexto cigarrillo superlargo, insistía en que "Cinemateca no es nada; Cinemateca es una construcción publicitaria".

Una pieza clave de publicidad, que funcionaba tanto para el público nacional como para los expertos extranjeros, era —y sigue siendo, después de varios cambios de formato— el boletín que difunde el programa mensual de la institución. Comenzó, en enero de 1975, como una hoja de 27 por 38 centímetros donde se anunciaban, en sus dos caras, decenas de películas que se exhibían a lo largo de un mes, y terminó creciendo, 10 años después, hasta unos monstruosos 44 por 56 centímetros, donde se acomodaban con dificultad hasta 150 títulos exhibidos cada mes. Desde entonces se imprime en forma de cuadernillo.

Quienes se acercaban a la institución quedaban impactados por el boletín, que les ofrecía una diversidad diaria que apenas se podía abarcar, y que llegó a hacerse casi irritante por el exceso de oferta. Para algunos socios la situación era insostenible, ya que creaba la sensación de que la vida era demasiado breve. El exceso de oferta estaba permitido en parte por el tamaño del archivo, pero principalmente por la capacidad de gestión de Martínez Carril para convencer a los casi siempre abúlicos agregados culturales de las legaciones extranjeras de financiar ciclos de toda clase. Estrictamente no era necesario exhibir tantas películas, que en realidad nadie podía ver. Pero ese exceso era esencial para construir la idea de una institución poderosísima, inagotable, de una sapiencia inconmensurable, con una energía inhumana, un Museo Británico más el Louvre más el Prado, interminable, inaprehensible objeto de deseo de una comunidad ávida por saber, enterarse y ser más libre. Algo cercano a los dioses, más fuerte aun que los dioses, porque la cinemateca era atea y en sus pantallas se apagaban todos los dioses del mundo.

En el extranjero, el boletín interminable era de un impacto difícil de describir. Los expertos de los archivos tienen una imagen mental de lo que son las cinematecas del mundo: cámaras que conservan en la oscuridad helada de una atmósfera seca miles de títulos valiosos de los cuales se exhiben 10 o 15 por mes. Los boletines de esos archivos son unos folletitos escuetos, a los que unos pocos cinéfilos les prestan una fracción de su atención.

Cuando uno de estos expertos veía el boletín de la cinemateca uruguaya quedaba literalmente anonadado por la abrumadora imagen mental que proyectaba.(leer más)
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