martedì 1 novembre 2016

Teatro interruptor - Britos & Zimmerman - la columna de H enciclopedia

 
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          UNA ACADEMIA SALIDA DE SÍ

Britos & Zimmerman

Amir Hamed

A Britos le debo medio lápiz y mi
iniciación a la lírica. Era octubre de una eternidad atrás, en la escuela, y nos llevaron al salón de actos para notificar a todo el turno que a un poeta chileno le habían otorgado el Premio Nobel. Nos explicaron que en Chile llovía mucho y nos leyeron un poema sobre la lluvia, lo cual, a decir verdad, no aportaba demasiado. Armada la fila para regresar al aula, por allá atrás se escucharía la voz de Britos, quien era un poco mayor que los demás de la clase, peleador (el primer día de clases había desmayado a uno de recuperación, cuya cabeza, durante el recreo, fue a dar a una alcantarilla), seguramente pobre y ostensiblemente negro.

Recuerdo que en aquellos tiempos todos lo llamaban Britos, así que no puedo recordar su nombre de pila. También que, básicamente, no abundaba el colegial repetidor, pero eso no se debía a pase social alguno. En mis años de primaria recuerdo uno solo, un mellizo, Triggini. Durante la fiesta de fin de año, el mellizo lloraba por haber perdido el año y decía que era un burro. En realidad, el motivo era que su madre había enfermado y él tuvo que faltar abundantemente, para cuidarla, mientras su hermana siguió asistiendo. Estábamos los tres, el desdichado mellizo, el mentor lírico y yo, en algún rincón del patio, creo que allí donde clavaban el mástil de la bandera, y Britos le explicó terminante. “No. Si hay un burro en esta clase soy yo, y yo pasé”.

Sospecho que Britos fue lo más nítido de aquella escolaridad, en la que las maestras tortugueaban para explicar una regla de tres o se equivocaban al explicar la palabra “tonancias” en un texto de Juana de Ibarbourou. Cierto día, para hacer no sé qué ejercicio, no encontré lápiz alguno en la cartuchera, así que me puse a recorrer la fila preguntando si a alguien le sobraba uno, siendo Britos, experto en fracciones, el único que llegó a mi socorro. Sencillamente, partió su lápiz y me dijo “tomá”. Varón ingenioso, en el baño, durante los recreos, se lo podía escuchar elucidando “Arturo, sorete duro/Armando, sorete blando”. Aquella mañana, en la fila que se armaba fuera del salón de actos, profirió: “Pablo Neruda, el que te rompió la cotorruda”. Britos, entendí de inmediato, le había hecho poesía encima al Premio Nobel.
Aquella mañana había entendido la poesía, por decirlo así, al tiempo de que me convencían de que el Premio Nobel de literatura era cosa por demás importante. Ya más crecido, ya estudiante de letras, la academia sueca provocaba emociones, al menos para el hemisferio cultural, como la de año a año negarle el premio a Jorge Luis Borges, o luego otorgárselo a Gabriel García Márquez, que iba a recibirlo de guayabera.
Imágenes integradas 1
Con el correr del tiempo, sin embargo, ha quedado claro que el premio empezó a volverse irrelevante, tal vez por sus demasías de corrección política. Cuando lo otorgaban, nadie conocía al autor, muchas veces un tercermundista todavía ignoto, y cuando el premio, en tanto aparato de promoción, nos llevaba a leerlo, resulta que el escritor en cuestión se volvía ligera o francamente decepcionante.

Tal vez una de las mejores definiciones sobre el asunto en tiempos recientes la haya dado Gustavo Espinosa, interrogado por un medio argentino hace un par de años sobre el ocasional Nobel de aquel momento. Espinosa declaró, entonces, que el Nobel era concedido a escritores “apenas interesantes”, solo que no aclaró que esto es algo que ha venido ocurriendo en las últimas décadas, ya que abundan, de tiempos viejos, los escritores realmente buenos que recibieron su distinción. Por supuesto, se recordará cómo el premio evadió a León Tolstoi o a James Joyce, para  no volver al caso de Borges cuando estaba siendo uno de los escritores más influyentes para el pensamiento de sus días, pero se puede hacer una lista de premiados más que interesantes que incluya, por ejemplo, a William Faulkner y TS Eliot, si bien también hay casos como el de Winston Churcill, no mal escritor, que lo recibió, nada más, porque era imposible premiarlo por pacifista.(leer más)
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