giovedì 11 febbraio 2016

[Henciclo] interruptor - La novela en bancarrota - la columna de H enciclopedia

 
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         POR FALTA DE COMPROMISO

La novela en bancarrota

Amir Hamed


1. RetiradaPara la gente de las letras las vacaciones son ocasión inmejorable para ponerse al día con la lectura atrasada. Este columnista suele destinarlas a leer novelas, género que, en buena medida, se dijera en retirada hoy día. No es que no se produzcan novelas; es más bien que escasean las interesantes y no abundan los autores del género que se entienda imprescindible conocer. Esta pérdida de interés tal vez responda a que, en un planeta y siglo dominados por infoentretenimiento, propaganda y publicidades decir por las variantes de quebranto del logos alguna vez entendida como neomal— se hace progresivamente más difícil entender qué es lo que pueda aportar una ficción al entendimiento del siglo XXI.

Ya hacía bastante tiempo que otro género ficcional, el cuento moderno, aquella variante del relato acuñada por los periódicos del siglo XIX y por maestros como Edgar Allan Poe, Guy de Maupassant o Anton Chejov, había perdido su encanto, probablemente por la incapacidad de los cuentos, salvo cuando son recogidos en volúmenes en alguna medida unitarios, como las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, laMisteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Láinez o inclusoDe qué hablamos cuando hablamos de amor, de Raymond Carver, de producir o manifestar una perspectiva homogénea, una alternativa a eso que es nuestra vida. Dicho de otra manera, el cuento suele ser el dominio de la anécdota mientras la novela, como se sabe, descorre un mundo.

Pero, por más mundo que se asuma trae, también la novela ha perdido interés (y eso que se trata de un género notable por lo maleable y multiforme). En el siglo XX, por ejemplo, D H Lawrence ya había subrayado que era preciso resignarse a que los escritores, es decir los escritores de ficción, eran “todos unos malditos mentirosos”, retomando con crudeza y resignación aquel llamado a la “suspensión del descreimiento” alguna vez realizado por Samuel Taylor Coleridge. El asunto, de todas formas, siempre ha sido qué verdad puede encontrar el lector en la prolongada mentira convenida por las novelas: la retirada del género, no tanto de los cansinos estantes de las librerías como sí de la atención de aquellos más dedicados a elaborar pensamiento, responde a un crecido decaimiento de su verdad.

De todos modos, para sus practicantes, como por ejemplo este columnista, el género debería tener algo para decir, a pesar de que la rutina de consumir novelas que cada día parecen más escritas para su puesta en pantalla, casi como si fueran guiones, pareciera demostrar lo contrario. Es por ese motivo que este caluroso enero acometí por fin con dos novelas cuyo comienzo, alguna vez, me había resultado llamativo. Los arranques de novela no son un accidente; son su punto de ignición: desencadenan todo lo que va a venir. Basta pensar en el Quijote, en Tale of Two Cities, en Moby Dick, en El lazarillo de Tormes, en El señor presidente o en las Memorias de Adriano paran calibrar que, en las novelas, las líneas iniciales desatan el elemento a ser narrado son el punto de fisión que hace que aquello que era nada más blanco de página ahora sea el desencadenarse una fuerza.

2. Una más. Hace ya hace años en Madrid, cierta tarde, Henry Trujillo me mostró su flamante compra, en traducción castellana, de la Earthly Powers, de Anthony Burgess, cuyas primeras líneas me resultaron ejemplares.   

Imágenes integradas 1

Burgess la había publicado allá por 1980, y hoy es por muchos considerada su mejor obra, al tiempo que su apertura también es proclamada una de las mejores de lengua inglesa en las últimas décadas.

Difícil discrepar con el dictamen de la cátedra sajona respecto a la apertura de Earthly Powers (Asuntos terrenales) pero sí respecto a cuánto se debe entender abarca este inicio. La parte que los críticos se limitan a citar es la línea inicial, que dice: “Era la tarde de mi cumpleaños ochenta y uno y estaba yo en cama con mi catamito cuando Ali anunció que al arzobispo había venido a verme”, oración que invita a resolver hipotéticas incongruencias, a tratar de entender dónde y cuándo sucede la acción y, por supuesto, abre el suspenso de qué pueda suceder con una visita pontificia a un pederasta. Sin embargo, la felicidad del comienzo no reside en esta línea inaugural, muy buena pero prefabricada, sino en lo que dice apenas un poco más abajo, cuando el narrador debe apelar a su honestidad. “Me retiré hace doce años de la profesión de novelista. Sin embargo, ustedes estarán obligados a tomar en consideración, si en algo conocen mis trabajos y se toman la molestia de volver a leer la primera oración, que no he perdido para nada mi vieja astucia para concebir esa estratagema conocida como un comienzo impresionante (arresting opening)”. La belleza de la apertura, por tanto, no está en la astucia sino en la sinceridad metadiscursiva. Burgess (y el narrador novelista, Kennet Toomey) sabe que una cosa es el arte y otra la técnica, y cuando la técnica se pone abusiva, como ocurre en la primera línea, la obligación es denunciarla. (leer más)
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