NOVIEMBRE 2014
AÑO 19 Nº 220
REVISTA LITERARIA – ISSN 1666-3233
Director – Propietario CARLOS A. MARGIOTTA
R.P.I. Nº 932.056 TE: 4856 - 2917
redesdepapel@gmail.com
LLAMADAS
PERDIDAS Carlos Margiotta
LOS
CUENTOS VAGABUNDOS Ana María Matute
PIERROT
Guy de Maupassant
NOS
HICIERON CREER John Lennon
NADAR
EN LA ETERNIDAD Carmen A. V. Olivencia
ANTOLOGÍA
DE CUENTOS CORTOS
MADRID María
E. Sorbello - POEMAS Lulu Colombo
ANIMAS
TRAVIESAS Marta Becker
TRUCULENCIA Juana
Schuster
ETAPA
Celmiro Koryto Bio
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Llamadas
perdidas Carlos Margiotta
Jueves 16
Espero que puedas leer este mensaje, últimamente me di
cuenta que nadie o muy pocos son los que contestan mis mensajes de texto y
menos mis correos electrónicos. Yo lo vivo como una desconsideración, más aún a
veces creo que les importo un carajo.
Viernes 17
Siguiendo con la conversación de ayer, creo que no
contestarle al otro se está haciendo una costumbre que crece día a día entre
mis contactos. ¿A vos no te pasa lo mismo? Analía, mi ex pareja, dice que son
ideas mías, que es una proyección de mi conducta fóbica.
Sábado 18
Anoche entré en tu Facebook, me gustó la foto que habías
subido al muro, recuerdo el lugar y el
momento, entonces compartíamos los mismos valores y gustos musicales. Vos sabes
que siempre me gustaron las mujeres inteligentes como vos. ¿Qué pasa, te aburro
con mis comentarios?
Domingo 19
Estuve sentado en el café más de una hora esperándote y
no vinistes ni me llamastes. ¿Te arrepentiste? ¿Tu marido sigue controlándote
como antes? Te pido que no me lo hagas más. Hoy tampoco recibí tus mensajes,
Lunes 20
Hoy tuve que dar clases en la Facultad, los estudiantes
están en otra cosa, pareciera que ya no le interesan mis clases, antes
disfrutaban del aprendizaje, mirá que Sociales siempre se caracterizó por tener
un alumnado inquieto.
Martes 21
Llegó la primavera y ningún saludo, ninguna frase
impersonal que me aludiera siquiera. Me debo estar poniendo viejo, como dice mi
amigo Ramón somos una especie en extinción. Me siento descartable, un exilado
de la cultura. ¿Y vos tan ausente como siempre?
Miércoles 22
Fui a la redacción de la revista, estaban todos alterados
porque habían dado la lista de los despedidos. Yo estaba entre ellos, me le
veía venir, menos mal que todavía tengo el programa de radio y mis clases en la
secundaria. Nadie me llamó para solidarizarse.
Jueves 23
La gente anda metida cada uno en sus cosas, solo piensa
en consumir, mejorar su aspecto físico, especular con el dólar y tratar de
encontrar un rebusque para aumentar sus ingresos. Las mujeres se matan
laburando fuera de casa, atienden a sus hijos, haces las tareas domésticas y
los boludos de sus maridos pretenden que sean unas yeguas en la cama.
Viernes 24
Pedoná el lenguaje que use ayer, se ve que ando caliente
porque le mandé varios mensajes de texto a mi ex y ni me contesta. ¿Y vos que
sos mi amiga? Te acordás cuando estudiábamos en la facu y después nos íbamos al
telo ese que estaba frente a la Plaza Vicente López, el otro día pasé por ahí y
lo hicieron un sanatorio.
Sábado 25
Recién ahora me doy cuenta que mis mensajes están
escritos como un diario, tal vez llegó el momento de escribir mi biografía,
pero a quien le importa mi historia si a los jóvenes viven apurados detrás del
olvido y a los viejos solo les interesa detener la historia.
Domingo 26
En el programa de radio pasé varios temas de Piazzolla,
esos que escuchábamos en los 60, ¿te acordás? Fue cuando nos enamoramos. ¡O
todo o nada!, dijiste, y fue así nomás. Ahora tenemos la posibilidad del
reencuentro.
Lunes 27
Ayer no llamo ningún oyente al programa, ni siquiera para
el concurso, no sé que habrá pasado. Quizá el día tan lindo hizo que bajara la
audiencia, viste que en esta ciudad todo el mundo se las toma. Vos tampoco me
contestaste ¿Que pasa?
Martes 28
Voy a tener que cambiar el celular, el mío solo sirve
para hablar, no saca fotos, no tiene Internet… pensar en que tengo que aprender
a manejarlo me deprime. Sigo preocupado por las falta de respuestas, cada tanto
escucho una señal pero pronto se desvanece.
Miércoles 29
Me propusieron dictar un curso virtual, ahora se estudian
carreras de esa manera y los alumnos se presentas una vez por año. No sé que
hacer. A mi me gusta ver las caras de los estudiantes, escuchar como hablan,
sentir el clima que reina en las clases, intuir hacia donde va el curso.
Jueves 30
Volvieron los dolores, estoy asustado. Tendré que ir otra
vez al médico ¡la puta madre que lo parió!. Me voy a comprar unos calmantes y
me meto en la cama. No me quiero dar manija pero mi viejo empezó con los mismos
síntomas. ¡Podrías contestarme, te necesito!
Viernes 1
Ya estamos en octubre, se acabó el año. La clase media
empezó a pensar en las fiestas y en las vacaciones. Algo pasa con mi celular,
creo que la batería no carga, hace años que no la cambio. Ya me resigne a no
esperar tus mensajes.
Sábado 2
Hoy fui al cine, me costó levantarme pero quería salir de
casa y tomar aire. Había tanta gente comprando la entrada en el cine de
Belgrano que decidí esperar en el bar de enfrente y ver otra película. Acerté
con 7 cajas, la paraguaya.
Domingo 3
Vino a visitarme mi hijo mayor con mi nuera. Me trajo
algo para comer y se ofreció a acompañare al médico. Le dije que sí. Ando medio
cagado. Me duele mucho.
Lunes 4
Estuve con el médico y me derivó a un especialista. Cada
vez me cuesta mas meter los dedos en el celular y mandarte mensajes. Estoy
cansado. ¿Me vas a llamar?
Martes 5
Estoy en el sanatorio de la obra social, me enchufaron
suero con una medicación. No te pido que vengas por la familia. Mañana me
operan. Cualquier novedad te la informara mi hijo. Le pedí que si moría me
sepultaran con el celular, ¿Por las dudas?
Miércoles 6
Apenas puedo hablar, no sé como hago para enviarte un
mensaje. Te pido que comprendas. Gracias por tu compañía.
Etapa
Celmiro
Koryto Bio
Nadie
me dijo: No lo cuentes, la vida es un estado de desorden.
Hubo una vez en mí, un tiempo espléndido de juventud, en
que yo ardía como una llama ante una sonrisa femenina y la ciudad era el
combustible pagano que me incendiaba. A mi madre y mi padre y mis hermanos dejé
atrás cuando a los 16 abandone la casa, llevado por las interminables pujas con
mi padre y fui a vivir a una pensión en la calle Bartolomé Mitre, entre Paso y
Larrea. Tuve trabajos con buenos sueldos, como en el ACA (Automóvil Club
Argentino) donde limpié las máquinas de oficina de sus diez pisos y luego en la
droguería Kuropattwa (los primeros que abrieron las farmacias mutuales) como
responsable de pagos a los laboratorios.
Hubo novias y un poco de sexo, no fumaba, y con ese
dinero iba y volvía del trabajo en taxi. No ahorre dinero, pero me quedo un
vicio, no contaminarme de nicotina. Me vestía como un petitero y arrastraba los
mocasines al andar, con el pelo tirante peinado hacia atrás y la mirada más
allá de la gente. Por la noche, cursaba el secundario en el Vieytes de la Av.
Gaona. Aunque algunas, me hacía la rabona viendo un estreno en el cine Parravicini
o en el Gaona. El comercial no era para mí. Yo quería estudiar letras.
Después de servir dos largos años en la marina, la ciudad
parecía un mar abierto de oportunidades. Por segunda vez, salí a la calle de la
vida, casi desnudo y con la felicidad quebrada, nada parecido al pasado. Mi
atuendo, prendas prestadas, porque las mías estaban en garantía hasta pagar el
último mes que debía, y eso fue dos años antes.
Desde mi última comida habían pasado 12 horas. La
repetición de un café con leche con tres medialunas en un bar, donde el mozo me
fichaba, (porque no dejaba propina) pero me traía otro platito con dulce de
leche. Contaba con algunos pocos pesos que recibí al terminar el servicio, y
use para pagar una cama cada noche. Por Bartolomé Mitre pegadito a la Chevalier, había un
hotelito de mala muerte para los obreros de los países limítrofes o para hacer
noche, antes de la salida de los micros; eran unas salas largas y angostas
hasta con 10 camas con una silla de por medio y un gran baño colectivo. Todas
las noches antes de acostarme, juntaba las botamangas del pantalón las unía en
su largo y lo colocaba debajo del colchón para que por la mañana estuviese
estirado.
Solo, en una ciudad que te engulle si no conoces sus
mañas, en los clasificados de un diario prestado encontré trabajo.
En una heladería de la calle Quintana, buscaban alguien
para servir helados. Se llamaba il Giotto, como el pintor barroco y estaba a
unas puertas del famoso bar La Biela y a metros de La Recoleta. Pensé para mis
adentros, si no lo consigo en la primera me salteo la segunda y seguro me
reciben en la última. Allí, en medio de la farándula del barrio bacán, se fue
tramando mi destino. A veces, ciertos olores de ese tiempo, vuelven a mi olfato
y se tornan deseo. Los dueños de la heladería estaban a años luz de necesitar
de ella y en la vereda de enfrente abrieron una whiskería y bar de cócteles, al
que llamaron Michelángelo. Los locales fueron su hobby. Uno de ellos, tenía
rebaños inmensos de ovejas en la Patagonia y comerciaba con su lana y el otro
un estudio muy importante de abogados. Comencé a trabajar y como no tenía
adonde ir, era el primero en abrir y el último en irme. En dos semanas quedé de
encargado. Así comencé a recibir la materia prima para la fabricación de los
helados y también en la mañana temprano, vi como el maestro heladero los
elaboraba. Después de una semana, me animé a pedir un adelanto de sueldo para
comprarme un pantalón de verano ya que
el de marucho (azul navy) era de invierno. Esa noche, coloque los dos
pantalones para que se plancharan y por la mañana, cuando volví del baño, el
nuevo había desaparecido… Pase así el primer mes y el segundo. El tercero,
tenía el dinero de la deuda y me presenté en la antigua pensión para recuperar
mis pertenencias y solicitar mi antigua pieza. Lo primero lo logré y Don Cosme,
que me apreciaba, me prometió que el primer lugar que se desocupara era mío. En
los Clasificados, encontré una habitación en una pensión de la calle Carlos
Pellegrini en un tercer piso a la calle. En el precio estaba incluido el desayuno
y la cena. Comida sana y frugal que me servía una indígena de cabellos canosos
e hirsutos que dejaba caer hasta la cintura, como una cortina abierta de voile.
Un día del quinto mes, me ofreció leerme la suerte en la palma de la mano y me
vaticinó: Que hasta los treinta, iba a ir dando tumbos por la vida y casado iba a cruzar el mar y allí, mi suerte
cambiaría y haría buen dinero. La escuche y agradecí su augurio, pero mi razón
no se casó con ella.
-Señor: Como siempre… Chocolate, frutilla y en cucurucho-
Rondando las seis de la tarde del verano del 66, dos o
tres veces a la semana, J.Luis Borges entraba a la heladería, enlazado por el
brazo de su secretaria, con su bastón brilloso y la mirada perdida en algún
laberinto. Se sentaba en el largo banco junto a la pared de los espejos y
esperaba que le acercaran el helado. Una mano descansaba en el pomo del bastón
y la otra concentrada en hacer pases y malabarismos al acercar a su boca el
gusto elegido. Alguna vez, llegó cuando se
elaboraban en la máquina SIAM. Sus obsesionados ojos, se detenían en la
larga pala, penetrando en la helada crema que se pegaba a sus paredes y el
chocolate frío y oscuro que salía airoso, era introducido en el tacho de
expendio, mientras a él, una astuta media sonrisa se le escapaba de los labios.
No era el único que nos visitaba, bohemios de la noche, de las letras o el
teatro dejaban "La Biela” y finalizaban su salida, saboreando algunos de
los gustos raros para la época como –Psicosis- helado de wisky con quinotos o
el súper sambayón o la yema quemada. Un día a la semana, me tomaba franco, pero
para hacer un dinerillo. Cambiaba a Alberto en Michelángelo y sacándome el
delantal de heladero, me colocaba el único saco y a la camisa blanca le
agregaba un moño –mariposa- negro. Debajo del mostrador, estaba el vademécum de Alberto, en él,
figuraban todos los cócteles que entonces estaban de moda. Y los Daiquiris o
los Old fashion y las Margaritas o los Cosmopolitan y los Destornilladores,
eran pan comido en mi coctelera y la noches avanzaban mientras servía un buen
café de Bola.
En el 74, en medio de los idus de marzo, llegue a Ashdod
Israel, donde han pasado 37 años. Y creer o reventar, tuve una fábrica de
helados que vendí, después de 30 años y desde entonces hago lo que siempre
quise hacer, escribir, y muchas veces estudio a Borges y trato de emularlo sin
conseguirlo y me digo que chico que es el mundo y cuánta razón tuvo la indígena
de cabellos de voile. Hoy, el ayer se refleja en las fotos y el pasado no deja
de ser abstracto.

Nadar en la eternidad
Carmen
Amaralis Vega Olivencia
Salté en caída libre y me hundí hasta lo más profundo.
Fui bajando, bajando, bajando. Ya no tenía más aire en los pulmones y la
presión del agua me hacía reconocer que perdía el sentido. Dejé de bajar y la
fuerza boyante sumada a mi grito mental me devolvieron a la superficie. El agua
me llamaba con fuerza, siempre lo hace, debo haber sido pez en otra vida. Yo
puedo, pensé, y antes que la razón me contradijera, di el salto desde el puente
del deseo.
Ya a flote reconocí la distancia hasta la orilla, y
nuevamente pensé que podría nadar hasta la arena dormida. A mitad de trayecto
los brazos me dolían, las piernas se debilitaron y un calambre egoísta
disparaba corriente en todas las direcciones de mi cuerpo. Supe que era
imposible llegar a la orilla, y fue entonces que invoqué a los dioses del mar y
no me escucharon, clamé a mi ángel de la guarda y se rió de mi osadía.
-Nunca has sabido medir las consecuencias de tus actos.
Fue el reclamo del ángel, mientras yo sucumbía a lo que
más se puede parecer al pánico. Pero no, yo no me puedo morir ahora, aún me
quedan lecturas por hacer, besos en la boca, y necesito sembrar la semilla de
mango que espera su punto exacto sobre la mesa del jardín.
El sol me nublaba la vista y la sal ardía como arde en
una herida abierta, y yo ahí, revoloteando como pájaro herido, como loba en
parto, o ninfa sin amor.
-No puedo morir, me repetía con la poca fuerza que me
quedaba. Y no pude. Simplemente me crecí aletas de tiburón, escamas de sirena y
ojos de delfín, y con mi traje más azul, soplé la imaginación, las olas
crecieron hasta que una avalancha de deseos vivos me trajo a la orilla.
Ahora sé que puedo nadar eternamente.
Los cuentos vagabundos
Ana María Matute
Pocas cosas
existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve,
lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia
mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo. Los cuentos representan uno de
los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los
niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y
lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del
oyente que por la palabra del narrador. (A.M.M.)
He llegado a creer que solamente existen media docena de
cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos
van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse. Son los pueblos,
las aldeas, los que reciben a los cuentos. Por la noche, suavemente, y en
invierno. Son como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las
puertas. Que se cuela, hasta los huesos, con un estremecimiento sutil y hondo.
Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a abrigarse más, a arrebujarse
junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados.
Los pueblos, digo,
los reciben de noche. Desde hace miles de años que llegan a través de las
montañas, y duermen en las casas, en los rincones del granero, en el fuego. De
paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y nostálgicos,
quienes los cuentan.
Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la
inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio. Hacen llorar o
reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres
de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de
cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejándose por el camino!
Mi abuela me contaba, cuando yo era pequeña, la historia
de la Niña de Nieve. Esta niña de nieve, en sus labios, quedaba
irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de nuestras montañas, en una alta
sierra de la vieja Castilla. Los campesinos del cuento eran para mí una pareja
de labradores de tez oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida,
como yo los había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento
vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano, con esqueletos
negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de estrellas. Veía largos
caminos, montañas arriba, y aquel cielo gris, con sus largas nubes, que tenían
un relieve de piedras. El hombre del cuento, que vio nevar, estaba muy triste
porque no tenía hijos. Salió a la nieve, y, con ella, hizo una niña. Su mujer
le miraba desde la ventana. Mi abuela explicaba: «No le salieron muy bien los
pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los moldearon lo
mejor que pudieron.» La imagen no puede ser más confusa. Sin embargo, para mí,
en aquel tiempo, nada había más natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que
traía una sartén negra como el hollín. Sobre ella la nieve de la niña resaltaba
blanca, viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el viejo campesino moldeaba
los pequeños pies. «La niña empezó entonces a hablar», continuaba mi abuela.
Aquí se obraba el milagro del cuento. Su magia inundaba el corazón con una
lluvia dulce, punzante. Y empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era
también tan natural que la niña de nieve empezase a hablar... En labios de mi
abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo. Mi abuela
decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete años. Pero llegó la
noche de San Juan. En el cuento, la noche de San Juan tiene un olor, una temperatura
y una luz que no existen en la realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente
para los cuentos. En el que ahora me ocupa también hubo hogueras, como es de
rigor. Y mi abuela me decía: «Todos los niños saltaban por encima del fuego,
pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se burlaron de ella, que se
decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que le pasó a la niña de nieve?» Sí, yo
lo imaginaba bien. La veía volverse blanda, hasta derretirse. Desaparecería
para siempre. «¿Y no apagaba el fuego?», preguntaba yo, con un vago deseo.
¡Ah!, pero eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los ancianos campesinos
lloraron mucho la pérdida de su pequeña niña.
No hace mucho tiempo me enteré de que el cuento de la
Niña de Nieve, que mi abuela recogiera de labios de la suya, era en realidad
una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué diferente, en labios de mi abuela, a
como la leí! La niña de nieve atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de
fieltro, zuecos, fue descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue
rubia o de cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y llegó a
mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza arrollados a los lados
de la cabeza. La niña de nieve se iría luego, digo yo, como esos pájaros que
buscan eternamente, en los cuentos, los fabulosos países donde brilla siempre
el sol. Y allí, en vez de fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con
otro vestido, otra lengua, convirtiéndose en agua todos los días sobre ese
fuego que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está
encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de nieve, como el
cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el del avaro y el del tercer
hijo tonto, como el de la madrastra y el hada buena, viajará todos los días y a
través de todas las tierras. Allí a la aldea donde no se conocía el tren, el
cuento caminando.
El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas
de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe en la garganta
de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en los
cruces de los caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El
cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van
ladrando los perros tras los carros, carretera adelante.
El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose
debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al
frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O
alegre, o triste. Siempre, robando una nostalgia, con su viejo corazón de
vagabundo.

Animas Traviesas Marta Becker
El enorme edificio de tres plantas ubicado en la esquina
de Independencia y Rincón había sido a principios del siglo XX un hospicio
donde iban a parar los locos, los desvalidos y algunos detenidos políticos,
cuando no se sabía dónde ubicarlos.
Era una mole gris, cuadrada, con ventanas enrejadas y el
arquitecto que la construyó no puso ningún esmero para que parezca algo bello.
Carecía de todo estilo arquitectónico y era evidente que se levantó con un solo
fin, albergar almas perdidas.
La historia que pasó por tres generaciones cuenta que una
noche un loco, en un arranque de ira, comenzó un fuego en la lavandería. El
incendio se propagó al resto del edificio. Como la unidad de bomberos no estaba
bien organizada en esa época, no alcanzaron a apagar rápido la combustión y
murieron calcinados casi todos los internados.
La propiedad fue cerrada por las autoridades y quedó todo
abandonado.
Desde ese momento quedó en la leyenda que las ánimas de
los fallecidos en la tragedia circulaban
por el edificio huyendo de las llamas. Durante años surgieron testimonios de
vecinos que aseguraban escuchar durante la noche risas y cantos mezclados con gritos
de dolor. Nadie pudo nunca confirmar la veracidad de estos dichos, pero cuando
la gente andaba por la zona, se cruzaba a la vereda de enfrente para no pasar
delante del edificio, temerosos de oír las voces.
En varias oportunidades se declaró en el inmueble un
principio de incendio. Los habitantes de las casas vecinas llamaban a los
bomberos, que acudían presurosos para combatir el siniestro, pero cuando
llegaban ya no había rastros de fuego, ni siquiera restos de cenizas calientes
como señal de que se había apagado.
La hipótesis que esgrimían los servidores públicos era
que quedaban restos del fuego que prendían durante la noche algunos vagabundos
que pernoctaban en el viejo edificio y que lo abandonaban durante las mañanas.
Cada vez que los bomberos se retiraban, las ánimas
estallaban en carcajadas mientras esgrimían en sus manos fósforos encendidos
como si fueran velitas de cumpleaños. Se sentían felices como los chicos cuando
hacen travesuras, conscientes de que está mal pero son divertidas.
El último aviso de incendio ocurrió en la Nochebuena de
2011. Los vecinos llamaron a los bomberos, pero éstos estaban tan ocupados
apagando los fuegos producto de los festejos que cuando llegaron a la casa las
llamas ya habían consumido lo que quedaba del inmueble y se produjo el
derrumbe.
Sólo quedaron escombros, pero los que presenciaron el
siniestro aseguran que vieron una columna blanca que comenzó a elevarse en
forma de espiral mientras escuchaban llantos y voces de lamento.
No muchos creen en esta historia, pero los pocos que lo
hacen sugieren que si alguien tiene una propiedad abandonada esté muy atento a
los acontecimientos y a los fuegos, ya que las ánimas traviesas están en la
búsqueda de un nuevo hogar.
Nos hicieron creer JOHN LENNON (1940-1980)
Nos hicieron creer que el "gran amor" solo
llega una vez, generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que el amor
no es accionado, ni llega en un momento determinado. Las personas crecen a
través de la gente. Si estamos en buena compañía es más agradable.
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad
de una naranja, y que la vida solo tiene
sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos
enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas la responsabilidad
de completar lo que nos falta.
Nos hicieron creer en una fórmula llamada "dos en
uno" . Dos personas pensando igual, actuando igual, que era eso lo que
funcionaba. No nos contaron que eso tiene nombre: ANULACION. Que solo siendo
individuos con personalidad propia podremos tener una relación saludable...
Nos hicieron creer que los lindos y los flacos son más
amados.
Nos hicieron creer que solo hay una fórmula para ser
feliz, la misma para todos, y los que escapan de ella están condenados a la
marginalidad.
No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas,
frustran a las personas, son alienantes, y que podemos intentar otras
alternativas.
¡Ah! tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo
esto... cada uno lo va a tener que descubrir solo.
Y ahí, cuando estés muy enamorado de ti, vas a poder ser
muy feliz y te vas a enamorar de alguien.
...Vivimos en un
mundo donde nos escondemos para hacer el
amor aunque la violencia se practica a plena luz del día....
Madrid
María
Ester Sorbello
“Madrid, una ciudad que engulle
hasta los sueños…”
Sólo desprendió el botón de arriba de
su camisa y aflojó el nudo de su corbata.
Sintió que en la oficina se ahogaba,
no podía respirar el mismo aire que esos embusteros.
Y por eso, hace un par de horas que está sentado allí,
bajo ese sol radiante de abril.
La primavera ha alterado a muchos,
pero otros son simplemente eso: mentes alteradas.
Así que las dejó hablando a gritos,
discutiendo entre ellas.
Pensó que en esta época las ferias se
multiplicaban por los pueblos ¡Cómo deseaba ir al suyo! Recorrer sus calles,
algunas de tierra, ver la felicidad en los rostros de los que lo vieron nacer.
Dejar esta ciudad que engulle hasta la
sonrisa de la gente.
Otra vez recordó cada palabra, cada
cosa que se dijo de ella.
No podía ser cierto, no debía serlo.
Era la mujer más bella, la persona más
bella que había conocido es esta Madrid que tanto rechazo le causaba. Sólo por
ella se quedó, sólo por Ana.
Se incorporó, y caminó despacio, no
podía dejar de pensar en su rostro
virginal, sus ojos claros y sus cabellos que caen por sus hombros, rozando la cintura.
Sintió deseos de tenerla en sus
brazos, de besarla y de hacerla suya.
¿Pero… sería cierto lo que decían de
ella?
Y con la duda instalada en el alma,
cruzó las calles soleadas.
Sin darse cuenta de cómo, llegó hasta la puerta de Ana.
Y se quedó allí parado, mirando la
puerta.
Sabía que vivía sola, y que había
pedido el día ¿Estaría en su casa? ¿Se sentiría mal?
Miró hacia el piso de arriba, allí
estaba su cuarto, imaginó estar con ella, cerca, diciéndole que la amaba.
Y se quedó colgado, con la vista
detenida en esa ventana de arriba. Hasta que le pareció ver una silueta ¡Sí!
era ella, ahí estaba, corrió la cortina para hacer entrar la luz; estaba como
diosa de marfil, asomada, pero pronto lo vio, había un hombre. Un hombre con
ella.
No quería ver, no quería perder sus
sueños. Pero tuvo que mirar. Ahí estaba la persona, que le dio el visto bueno
para que entrara en la oficina. El dueño de la empresa estaba ahí, en la
habitación de Ana.
Ya no quiso mirar más y se marchó
corriendo, cruzó calles y más calles. Sólo un fuerte ruido, una frenada y un
golpe, detuvo su camino.
Quedó de espaldas sobre el pavimento
caliente, y la vio a ella, ella lo abrazaba, ella estaba con él en su cama,
ella lo ocupaba todo, ella…

POEMAS
LULU COLOMBO
NIÑO
PESCADOR DE LUNAS
Homenaje al poeta L.
Lugones en su 140° aniversario.
El hombre de la pieza nueve está callado
Contempla el agua y en su cansancio
Deambulan sus ojos viejos por esa callecita,
La de su vieja casona, allá en el Quillovil.
Ve el Cerro del Romero,
y el aljibe del patio.
Sube al puente buscando al niño perdido.
Insolado por la vida en su aturdida soledad
Hunde el mirar en esas aguas extrañas
Ve al niño pescador de lunas,
Ese ardiente niño de castiza cuna
Ése que sueña jugando al pie del tacu
Del patio. En ese instante comprende
los blasones de su estirpe.
La luna de los lunones entra por una ventana,
Y sobre la cuna del niño desliza
sombras macabras. El niño quiere tocarlas.
En las aguas rumoreantes, fatales signos esquivos
de cuatro lunas menguantes, bailotean
en las llamas donde crepitan los santos.
Travesuras. ¡Por Dios! Es el diablo.
Madre manda llamar al vicario.
En campo azul, dice Tirso,
Un claro esplendor de versos, que en el
Linaje Lugones, es blanco y azul de Patria.
Para el poeta cansado, arrancado del ayer,
La luna hila despacio un lecho de estrellas albas
El niño pescador de lunas se pierde en ondas de plata.
Van siendo trescientos años de aquellos viejos
Lunones, linaje de los Lugones, los de Tirso de Avilés.
UNOS
HOMBRES ME MIRAN DE REOJO
Ahogo las espinas
con ron
En un mostrador mugriento
Unos hombres me miran de reojo
Vienen a ahogar sus espinas,
Como yo.
Mastico, una y otra vez, tu nombre,
Con menta y limón, como aquella vez
Un frescor de primavera baja hacia mí
Como si hubiera frotado la famosa lámpara
Cubro tus espaldas
con besos rosados
Como una lluvia de capullos de manzano
Mi verdor deshoja el verde tallo del amor
Mis yemas tantean el tronco inefable
Como un ladrón de joyas en la oscuridad
Cuando el gozo abría ventanas a la luna
Fui tahúr y fui
odalisca en brumosos velos
De ginebra y ron. Noche a noche la piel
Aromada de almizcle y de hierbas salvajes
Afuera, el monte y los llanos incendiándose
Y en mí, un rugir de pumas en el tálamo
Tu mano, entonces, se perdió en mi cabellera
Era tarde ya. El frescor de la menta se apagó.
El tabaco final se lleva también tu mirada.
Unos hombres me miran de reojo
Vienen a ahogar sus espinas,
Como yo.
Pierrot Guy de Maupassant
La señora Lefèvre era una dama pueblerina, una viuda, una
de esas semicampesinas de lazos y sombreros adornados, una de esas personas que
cecean, que adoptan en público aires de grandeza y ocultan un alma de bruta
pretenciosa bajo un exterior cómico y abigarrado, como disimulan sus gruesas
manos enrojecidas bajo guantes de seda. Tenía como sirvienta a una animosa
campesina muy simple, llamada Rose. Las dos mujeres vivían en una casita de
postigos verdes, junto a una carretera, en Normandía, en el centro de la región
de Caux. Delante de la casa poseían un estrecho jardín en el que cultivaban algunas
hortalizas.
Y sucedió que una noche les robaron una docena de
cebollas. Tan pronto como Rose se percató del robo, corrió a avisar a la
señora, que bajó en refajo. Fue una desolación y un terror. ¡Habían robado a la
señora Lefèvre! Luego alguien robaba en el pueblo, y podía regresar. Y las dos
mujeres, azoradas, contemplaban las huellas de los pasos, comentaban, suponían
cómo debían haberse desarrollado los hechos: «Mire, han pasado por ahí. Han
puesto los pies sobre el muro; han saltado al bancal.» Y se asustaban pensando
en el porvenir. ¡Cómo iban a dormir tranquilas a partir de ahora! El asunto del
robo se difundió por la zona. Los vecinos llegaron, constataron, discutieron a
su vez; y las dos mujeres explicaban a cada recién llegado sus observaciones e
ideas.
Un agricultor vecino les sugirió: «Deberían tener un
perro.» Es verdad; deberían tener un perro, aunque no fuera nada más que para
que les avisara. No un perro grande ¡no, por Dios! ¿Qué iban a hacer ellas con
un perro grande? Sólo en comida las arruinaría. Pero sí un perro pequeño (en
Normandía se les llama quin) un pequeño quin que ladrara. Cuando todos se
marcharon, la señora Lefèvre analizó detenidamente la idea del perro. Después
de reflexionar, ponía mil objeciones, aterrorizada al pensar en una escudilla
llena de comida; pues era de esa raza parsimoniosa de señoras del campo que
llevan siempre algunos céntimos en el bolsillo para poder dar limosna
ostensiblemente a los pobres de los caminos y dar en las colectas del domingo.
Rose, que adoraba a los animales, expuso sus razones y las defendió con
astucia. Por lo que quedó decidido que tendrían un perro, un perro muy pequeño.
Se pusieron a buscarlo, pero sólo encontraban perros grandes, que comían hasta
hacer temblar. El tendero de Rolleville tenía uno, pequeño; pero exigía que se
le pagaran dos francos para cubrir los gastos de la crianza. La señora Lefèvre
declaró que estaba dispuesta a alimentar a un quin pero que no lo compraría. Y
el panadero, que estaba al corriente del asunto, trajo una mañana en su coche a
un extraño animal amarillo, casi sin patas, con cuerpo de cocodrilo, cabeza de
zorro y una cola en trompeta, un verdadero penacho, tan grande como todo el
resto del cuerpo. Uno de sus clientes quería deshacerse de él. La señora Lefèvre
encontró muy hermoso a aquel perrillo inmundo, sobre todo porque no le costaba
nada. Rose lo besó y luego preguntó cómo lo llamaban. El panadero contestó:
«Pierrot.»
Lo instalaron en una antigua caja de jabón, y le
ofrecieron agua para beber. Luego le presentaron un trozo de pan. Se lo comió.
La señora Lefèvre, inquieta, tuvo una idea: «Cuando esté bien acostumbrado a la
casa, lo dejaremos suelto. Así encontrará qué comer merodeando por el pueblo.»
Lo soltaron, en efecto, lo que no impidió en absoluto que estuviera hambriento.
Además, sólo ladraba para reclamar su comida; y en ese caso, ladraba con gran
insistencia. Todo el mundo podía entrar en el huerto. Pierrot acudía a acariciar
a cada recién llegado y permanecía mudo. Pese a todo, la señora Lefèvre se
había acostumbrado a él. Incluso había llegado a quererlo y a darle de su mano,
de vez en cuando, trocitos de pan mojados en la salsa del guiso. Pero no se le
había ocurrido pensar en el impuesto que debería abonar por el animal, y cuando
le reclamaron ocho francos -¡ocho francos, señora!- por esa birria de quin que
ni siquiera ladraba, a punto estuvo de desmayarse de la impresión.
Y decidieron de inmediato que debían deshacerse de
Pierrot. Nadie lo quiso. Todos los habitantes, a diez leguas a la redonda, lo
rechazaron. Entonces, a falta de mejor solución, resolvieron que le harían
«piquer du mas». «Piquer du mas», «comer marga». Se les hacía «piquer du mas» a
los perros de los que sus amos querían deshacerse. En mitad de una amplia
llanura, se veía una especie de choza o más bien, un pequeño techo de paja,
colocado sobre el suelo. Era la entrada al margal. Un pozo, completamente
perpendicular, se introduce hasta veinte metros bajo tierra, para desembocar en
una serie de largas galerías de mina.
Sólo bajan a esta cantera una vez al año, en la época en
la que se abonan las tierras con marga. El resto del tiempo sirve de cementerio
para los perros condenados; y con frecuencia, cuando se pasa cerca de aquel
agujero, llegan hasta los oídos del caminante alaridos quejumbrosos, ladridos
furiosos o desesperados, llamadas lamentables. Los perros de los cazadores y de
los pastores huyen despavoridos de los alrededores de ese agujero que gime; y,
cuando alguien se inclina sobre él, percibe un repugnante hedor de podredumbre.
Allí se desarrollan terribles dramas en la oscuridad. Cuando un animal agoniza
después de diez o doce días en el interior, alimentado por los restos inmundos
de sus predecesores, un nuevo animal, más grueso, más fuerte sin duda, es
lanzado de repente. Allí se encuentran los dos, solos, hambrientos, con los
ojos brillantes. Se miran, se persiguen, dudan, ansiosos. Pero el hambre los
apremia; se atacan, luchan durante mucho tiempo encarnizadamente; y el más
fuerte se come al más débil, lo devora vivo.
Cuando estuvo decidido que le harían «piquer du mas» a
Pierrot, buscaron un ejecutor. El picapedrero que binaba la carretera pidió
cincuenta céntimos por hacerlo. Eso le pareció locamente exagerado a la señora
Lefèvre. El peón del vecino se contentaba con veinticinco; pero aún era
demasiado; y como Rose había hecho observar que más valía que ellas mismas lo
llevaran, porque así no lo maltratarían por el camino y no le harían sospechar
al animal lo que le esperaba, decidieron que lo harían las dos, al atardecer.
Esa tarde le ofrecieron una buena sopa con un dedo de mantequilla. Se tragó
hasta la última gota; y cuando removía la cola de alegría, Rose lo cogió y lo
envolvió en su mandil. Iban dando zancadas, como merodeadoras, a través de la
llanura. Pronto vieron el margal y llegaron a él; la señora Lefèvre se inclinó
para escuchar si no gemía ningún animal. -No- no había ninguno; Pierrot estaría
solo. Entonces Rose, que lloraba, lo besó y lo lanzó al agujero; las dos se
inclinaron con el oído atento. Primero oyeron un ruido sordo; luego el lamento
agudo y desgarrador de un animal herido, luego una sucesión de pequeños gritos
de dolor, luego llamadas desesperadas, súplicas de perro que imploraba, con la
cabeza levantada hacia la abertura. Ladraba , ¡oh! ¡cómo ladraba! Sintieron
remordimientos, pavor, miedo inexplicable y loco, y escaparon corriendo. Como
Rose iba más rápida, la señora Lefèvre le gritaba: «¡Espéreme, Rose, espéreme!»
Pasó la noche en medio de horribles pesadillas. La señora
Lefèvre soñó que se sentaba a la mesa para comer, y que, al destapar la sopera,
aparecía Pierrot dentro, que se lanzaba hacia ella y le mordía la nariz. Se
despertó y creyó oírlo ladrar. Prestó atención; se había equivocado. Se durmió
de nuevo y, en sueños, se encontró en una amplia carretera, una carretera
interminable. De pronto, en mitad del camino, vio una cesta, una gran cesta de
campesino abandonada que le infundía miedo. Terminaba, no obstante, por
abrirla, y Pierrot, escondido en el interior, le agarraba la mano y no se la
soltaba; y ella echaba a correr despavorida, llevando al extremo del brazo el
perro colgando, con los dientes bien apretados.
Por la mañana temprano, se levantó medio loca, y acudió
corriendo al margal. Ladraba; ladraba aún, había estado ladrando durante toda
la noche. Entonces ella se puso a llorar y lo llamaba con mil nombres
cariñosos. Él respondía con todas las inflexiones tiernas de su voz de perro.
Quiso volver a verlo, prometiendo hacerlo feliz hasta su muerte. Corrió a casa
del pocero encargado de la extracción de la marga, y le contó su caso. El
hombre escuchaba sin decir nada. Cuando la señora terminó, dijo: «¿Quiere sacar
a su perro? Le costará cuatro francos.» Ella se sobresaltó y todo su dolor se
esfumó de repente. «¡Cuatro francos! ¡se dejaría morir! ¡cuatro francos!» Pero
él añadió: «¿Cree que voy a coger mis sogas, mis manivelas, voy a instalarlo
todo, e ir allí con mi chico y dejarme morder por su maldito perro, sólo por el
gusto de devolvérselo? No haberlo tirado.» Se marchó indignada. - ¡Cuatro
francos! Cuando regresó a casa llamó a Rose y le dio cuenta de las pretensiones
del pocero. Rose, resignada, repetía: «¡Cuatro francos! es mucho dinero,
señora.»
Más tarde propuso: «¿Y si le echáramos de comer, al pobre
perro, para que no se muera?» La señora Lefèvre aceptó, contenta; y ahí las
tienen, en marcha, con un gran pedazo de pan untado con mantequilla. Lo
partieron en trocitos que lanzaban uno tras otro, hablándole por turnos a
Pierrot. En cuanto el perro se tragaba un trozo, ladraba para reclamar el
siguiente. Regresaron por la noche, y al día siguiente, y todos los días. Pero
sólo hacían un viaje.
Y sucedió que, una mañana, en el momento de dejar caer el
primer bocado oyeron de pronto un formidable ladrido en el interior del pozo.
¡Había dos! ¡habían arrojado otro perro, otro grande! Rose llamó: «¡Pierrot!» y
y éste ladró. Entonces se pusieron a arrojarle la comida; pero, a cada trozo,
percibían una terrible pelea seguida de los gritos quejumbrosos de Pierrot,
mordido por su compañero que se lo comía todo, pues era el más fuerte. De nada
les servía especificar: «¡Esto es para ti, Pierrot!». Pues Pierrot,
evidentemente, no obtenía nada. Las dos mujeres, sobrecogidas, se miraron; y la
señora Lefèvre dijo con tono desabrido: «Yo no puedo alimentar a todos los
perros que arrojen aquí dentro. Tendremos que renunciar.» Y, sofocada al pensar
en todos aquellos perros viviendo a sus expensas, se marchó, llevándose el
resto del pan, que empezó a comerse mientras caminaba. Rose la siguió
limpiándose los ojos con una punta de su mandil azul.
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Antología de cuentos cortos
Antología
de cuentos cortos
El gato
Julia del Prado
Toc toc toc suena
la aldaba y en esa casa inmensa, deteriorada por el tiempo, sólo queda como
habitante el gato de la abuela, un gato gordo, inmenso que debe tener como 50
años. Ha tenido más de siete vidas y como única compañía tiene un espejo.
Toc toc toc vuelve a repicar la aldaba, el gato raudo intenta
abrir la puerta, pero se choca con el espejo y queda atrapado dentro de él, se
le ve como a Walt Disney le gusta; con las manos en alto, en la mano izquierda
una pistola a lo cowboy y con sus patas abiertas.
Permanece así con una sonrisa siniestra.
Quería escribir Eduardo Coiro
Él necesitaba
escribir.
A primera hora, cuando los zorzales cantaban a la
primavera. Mientras su mujer e hijos dormían...
Él quería escribir.
Hasta la media mañana al menos, cuando empezaba a
escuchar a su mujer que protestaba desde la cocina:
-“A la carnicería hay que ir con plata”.
-Seamos vegetarianos y felices –le contestaba a los
gritos desde la habitación.
No tuvieron que cazar para comer perdices.
Ni dejaron de ir a la carnicería.
Ni fueron felices.
Él, no escribió nunca más.
Siempre tarde
Hebert
Poll Gutiérrez
-Tarde otra vez
-dice enojada la galaxia al cometa Halley, quien se demoró casi setenta y seis
años en llegar al Sistema Solar.
-Cómprame una nave espacial y verás -contesta él.
Parece que la Galaxia no tiene presupuesto para comprar
naves espaciales. Han pasado millones de años y Halley… sigue llegando tarde.
Nihilismo Julio
Carabelli
No creo en el Hombre definitivamente no creo en él y
pienso que de existir vida en otros planetas el ser humano es una seria amenaza
para cualquier tipo de civilización por eso es que nunca cuchara de madera y no
le estreché la mano al viejo sauce que recibía a la gente en la entrada del
subte bajándome del colectivo decidido a terminar con Mabel quien a pesar de
saber que jamás iría me tenía preparados los barbarismos y mi pantalón favorito
con el cual terminada la escasa cena entré a la universidad para que mis degradados
alumnos supieran cómo salir de allí en bicicletas de silencio para tapar con un
gran cristal el cuerpo degollado de Mabel.
Discusión
entre clavos Luis Alberto Taborda
Dos clavos discutían acaloradamente entre ellos para
saber qué cosa era más importante en su anatomía, si la cabeza o la punta. No
se ponían de acuerdo y en eso estaban cuando intervino el martillo y con sendos
golpes soberanos enterró a ambos, firme y definitivamente, en la gruesa tabla
en que estaban apoyados.
¡Si me hubieran consultado, vociferó el martillo
torpemente, hubiera dicho que para mí la parte más importante de un clavo es el
cuerpo, ya que permite que la fuerza de un buen martillazo se propague íntegra
y total de un extremo a otro!
El funeral
María
Fabiana Calderari
Hacía apenas unas
horas que me sentía mejor. Decidí, por fin, no estar ausente en el funeral.
Cuando llegué, el olor nauseabundo de las flores de la
sala y la muchedumbre entretenida y atribulada casi me hizo regresar. Con
interminables pasos llegué hasta el féretro. El muerto estaba solo, pálido,
frío, desconocido.
Me di cuenta que en la mano derecha tenía el anillo
inconfundible de mi padre. No pude llorar mi muerte, me sentía mejor.
Magia
Antonio
Cruz
"Ahora sacaré
un conejo" dijo el mago tocando la galera con su varita mágica pero no salió
ninguno. Como quería saber lo que ocurría se metió dentro de ella. Desde aquel
día, un conejo recorre el mundo sacando magos de una galera.
Los
ojos culpables
Ahmed
Ech Chiruani
Cuentan que un
hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios.
Un día la miró y echó a llorar. La muchacha le preguntó
por qué lloraba; él respondió:
-Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios.
Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al
verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo:
-¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor.
Ella le respondió:
-No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a
Dios.
A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía:
-La muchacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó
para nosotros y te la hemos tomado.
Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la
almohada. La muchacha estaba muerta.
Somos
testigos Maritza Álvarez
Dirás que son árboles viejos…que su corteza no permanece.
Se caen y doblan de a poco. Se secan al sol en una espera sin sentido, en el
ocaso implacable de sus vidas. Podrás pensar que son como hojas que en el otoño
amarillan, marchitan y otras cosas que no quiero decir.
Y ellos lo hacen, es cierto, frente a nuestras narices,
aventuran la última posibilidad en las postas de los hospitales, donde se están
apagando de a cuatro por semana y contando…
En nuestros barrios, solos (qué pocos saludos tienen los
viejos!)…
En alguna pieza al fondo, muy al fondo de la casa de sus
hijos, duermen sus tristezas, se relegan a la incomprensión, se confinan a la
vida sin razón. Hemos internado en el patio trasero a la edad de la supuesta
serenidad.
Dirás que la cordura no es precisamente su fiel
compañera…que sus historias cansadas y repetidas hasta fastidiar los corazones,
ya no puedes ni quieres escuchar…
Sector vejado por nuestra sociedad, casi parias sin
derechos, que suplican los pesos de la jubilación, para pasar un día más.
Una espera más, en las postas sucias y miserables de
nuestra conciencia de “humanidad”.
Azar
Walter Rago
Él creyó ver a su
mujer entrando a un hotel con otro hombre. Cuando recuperó la capacidad de
pensamiento, comprendió que, para ser justo, motivos no le faltaban. Enfermo de
trabajo, en los últimos tiempos la había ido abandonando.
Ella nunca supo, que el maravilloso y repentino cambio en
su vida de pareja, debía agradecerlo a un azaroso cruce y a una tarde de sexo
de una desconocida (aunque con un corte de pelo idéntico al suyo).
El sanador y los matadores Rubén
Vedovaldi
Un brujo de la
selva curaba enfermos de tabaquismo por sugestión.
Viendo mermar sus ganancias, la mayor tabacalera intentó
disuadirlo por soborno pero el brujo resultó insobornable.
Entonces intentaron matarlo pero sobrevivió a todos los
intentos de asesinato y siguió curando fumadoras y fumadores.
Una Asamblea General de Naciones Unidas lo declaró
enemigo de la humanidad, pero el brujo ni se enteró y siguió curando. Cuando ya
no quedó un solo enfermo de tabaquismo ni fumador pasivo, el brujo intentó
curar a los enfermos de armamentismo belicista, pero murió de viejo sin lograr
curar a ninguno.
El harén de un tímido
René
Avilés Fabila
Como temía
decirles que no, opté por conservar a todas las mujeres que he amado.
Misterios del tiempo
Alejandro
Jodorowski
Cuando el viajero miró hacia atrás y vio que el camino
estaba intacto, se dio cuenta de que sus huellas no lo seguían, sino que lo
precedían.
La decisión Joan Mateu
No lo decidió de
golpe ni a causa de una reacción visceral. Fue una decisión tomada después de
mucho tiempo de ponderar los pros y los contras. Había llegado el momento de
llevarla a la práctica.
- Salgo un momento, voy a por tabaco - dijo despidiéndose
de las demás.
Sabían que no volverían a verla, era la tercera que hacía
lo mismo y la vieron salir sintiendo algo entre tristeza y envidia.
En cuanto salió, las cerillas se acostaron más anchas,
con cuidado de no rozarse cabeza contra cabeza, ocupando todo el fondo de la
caja.
Truculencia Juana
Schuster
Es el
tercer asesinato cometido en el hospital neuropsiquiátrico de la zona. A 70 km de la carretera
principal.
-Encuentro
similitudes entre ellos.
-Sí,-responde
el sargento Madison al detective Foster.
El
investigador tiene 79 años. Había decidido retirarse de la profesión, cuando
Madison fue hasta su casa. Era de noche, el detective lo atendió en bata. Fue
notorio que dormía. Su amigo lo despertó ,al tocar el timbre en una cabaña de
las afueras, en la zona rural ,
-¿Sabe
Ud.? Ya no quiero dedicarme .a estas cosas .Desde que falleció mi esposa, me
ocupo de pequeñas faenas de campo.
- Lo
comprendo. Pero su sagacidad nos prestó siempre mucha ayuda. ¿Re cuerda el caso
Lister?
Foster
asistió con la cabeza percepción..En ese y otros sucesos, se había destacado
por la percepción. Muchos hombres rendían cuenta ante la justicia gracias a su
intervención exitosa.
-¿Un
whisky, sargento?, ya no bebo, pero siempre hay una botella para loa
compañeros. Los detalles eran desconcertantes. Una mujer joven había sido
estrangulada y le habían cortado una pierna
Un
enfermero, al que le faltaba un brazo, estaba en la morgue si haber sido
reconocido aún.
El
tercer caso era el de un interno, ahorcado con una soga. No tenía la mano
izquierda.
-¿Nadie
oyó nada?
-En
absoluto. Al entrar el profesional de turno, encontró la escena dantesca.
-¡Rastros?
-Solo
uno. Tenían el resto del cuerpo manchado con pegamento. Un tipo de pasta usada
para adherir objetos de madera, cerámica o algo así.
-¿Averiguaron
sobre personas cuya profesión esté conectada con tareas manuales?
-Aún
no. Sabemos que las víctimas recibían visitas con escasa frecuencia.
-Quiere
decir que nuestro hombre hace averiguaciones previas o tiene a alguien en la institución
que tiene acceso al fichero.
-Esto
es lo más probable.
-¿Alguien
declaró?
-
Solo el directos. Nos pareció un hombre sensato, normal.
-Todos
son sensatos y normales, nunca se sabe el voltaje exacto que alberga un ser
humano.
-Al
otro día, el propietario de la clínica de muñecas, a 32 km del hospital, recibía
otra clienta.
-Buenas
tardes. A mi pequeña se le cayó. Tiene el brazo roto.
A la
mujer le llamó la atención el interés exacerbado que tomaba el dueño en el
cuerpo del juguete.
-Brazo
roto derecho,¡Ah! La mano también.
Parecía
satisfecho .Un niño al que le ofrecen una golosina. Trajo
una
caja con decenas de brazos en todo tipo de material. Eligió uno. Con una mano.
-Sí
Éste irá bien. En dos días la sustancia viscosa se amoldará y su hijita estará
feliz.
Aquello
que la señora no vio, fue otra caja, en la terraza. Había una mano izquierda,
un brazo y una pierna.

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