Enviado por: CARLOS MARGIOTTA
ABRIL 2014 AÑO 19 Nº 213
REVISTA LITERARIA – ISSN 1666-3233
Director – Propietario CARLOS A. MARGIOTTA
R.P.I. Nº 932.056 TE: 4856 - 2917
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El precio de la seguridad Analía Temin
La cocinera Marta Becker - Rabia Humberto Costantini
El Señor Peret Carmen Passano - Adiós papá Elsajaná
Al verte caer Adela Ines Disteffano
Poemas Haidé Daiban
La mujer que está sola y espera Marcos Rodrigo Ramos
La Infancia detrás del limonero Rosa Dragunsky
Noche plateada Celia Elena Martínez
Mi amigo Felipe Negro Hernández
La araminta Estela Smania - Esperar Fernanda López
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Mi amigo Felipe Negro Hernández
Te lo cuento a vos porque me vas a entender y no te vas a cagar de risa ni pensar que
soy un boludo y a mi jermu menos, ni loco se lo puedo contar, va a decir que soy un
romántico fuera de época, que debí haber nacido en siglo 19. A parte me da vergüenza
contarlo, tengo miedo que me vean aflojar, vos como yo nosotros nos criamos cuando los
hombres no debían llorar. Te imaginás, yo que soy de familia vasca si me ven mis primos,
mis hermanos, mis viejos que están en el cielo, seguro que me destierran del clan.
El asunto es que una noche llego a mi casa después del trabajo y Felipe me estaba
esperando detrás de la puerta como es su costumbre. Yo entré recaliente con él por lo
que había sucedido a la mañana cuando salimos a pasear. Lo miré fijo, él sabía que lo iba
a retar y casi se puso a llorar. Se me aflojaron las piernas, junté coraje y me lo lleve al
cuarto donde tengo la computadora, los libros y los cuadros con las fotos de Racing,¿lo
conocés?. No quería que me escuchara mi mujer.
Lo senté enfrente mío y lo miré fijo a los ojos, él se hacía el distraído como si nada
hubiera pasado, como silbando para un costado, pero me mantuve firme y lo encaré. Mirá
Felipe, lo que hiciste esta mañana no tiene perdón de Dios, me hiciste quedar mal con
todo el vecindario. No, no me hagas así con la cabeza, ¡Escucháme!. Te dije veinte veces
que no podes andar husmeando en el trasero de las hembras, no podes manosearlas por
atrás y más aún cuando estoy hablando con la vecina del cuarto piso, esa a la que le
hacés las gracias cuando viene a cobrar las expensas.
Todos los transeúntes se daban vuelta para mirarte. No, no me digas que andás alzado,
que es el instinto, que son las hormonas de la adolescencia, ni que necesitas una
descarga emocional, ya te escuché más de una vez. Si hasta el policía que cuida el banco
de enfrente me hacía señas para que te separe. Acordáte que un tachero detuvo el taxi y
te aplaudía, el colectivero del 60 hizo sonar la bocina cagándose de risa, el repartidor del
super te gritaba ¡ídolo! y hasta la monjita del Sagrado Corazón cruzó la calle para evitar la
tentación. Y vos dale y dale saltando por atrás en dos patas. No, no me digas que a ella
también le gustaba, no me digas que fue con su consentimiento, no justifiques tus
acciones por la conducta de los otros.
Mientras lo iba retando Felipe fue bajando la cabeza hasta que escuché un gemido de
dolor, esta acongojado y respiraba con dificultad. Me callé, levantó la cabeza con los ojos
llenos de lágrimas y se subió a mis rodillas pidiendo perdón. Yo le acaricié el lomo
suavemente y nos quedamos así un buen rato.
Entonces mi jermu abrió la puerta y empezó a rezongarme por las cosas de siempre. Me
levante del asiento y Felipe se puso al lado mío. Mientras escuchaba los reproches él me
miraba piadosamente como diciendo las cosas que tenés que aguantar. Yo no atiné a
contestarle nada porque ya había tenido muchas emociones ese día, entonces Felipe la
miró con odio y se le puso a labrar. Te juro que nunca lo había visto así, estaba tan
agresivo que tuve miedo que la atacara y le mordiera el cuello.
A vos te parece, resulta que unos minutos antes yo lo cago a pedos y ahora me sale a
defender jugándose la vida. Eso es un amigo Negro, eso es ser fiel hasta la muerte. Ese
es mi amigo Felipe.
La voz del Gordo se entrecortó y su cara se puso colorada como cuando toma vino con
soda. Yo la anécdota ya la conocía, me la contó 20 veces pero cada vez le agregaba algo
más que la hacía interesante. El dolor del Gordo es tan grande que se conmueve como
una criatura, y a mi también se me arruga el cuore cada vez que lo cuenta.
Perdonáme la escena Negro, hoy hace un año que Felipe se fue al cielo de los perros. Me
acuerdo que esa noche subí al auto con Felipe envuelto en una manta y me fui con mi
mujer al pueblo de Ranchos, donde están enterrados mis viejos. Lo velamos en la casa
de mi prima toda la noche y al día siguiente lo llevamos al cementerio. Don Germán, el
cuidador del lugar y amigo de la familia, me dejó enterrarlo debajo de un árbol junto al
camino central, mañana voy a llevarle unas flores, ¿me acompañas?
En el café se produjo un silencio profundo que duró más de un minuto, como si los
parroquianos hubieran escuchado el relato y le hicieran un homenaje a Felipe. Después
todo fue volviendo al ritmo habitual.
Vos sabés Negro que más de una vez se me aparece de noche y se sube a mi cama para
que lo acaricie, después se baja, mueve la cola y se acuesta sobre mis chinelas
esperando el amanecer.
El Gallego trajo la picada y la cerveza que habíamos pedido minutos antes. Paga la casa,
La araminta Estela Smania
Era la sed y el hambre,
y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas,
y tu fuiste el milagro
Pablo Neruda.
Ya llevaba algunos años amañada con el Jacinto y aún no le había sido concedida la
gracia. La Araminta se sentía como tierra de secano, asolada por los vientos de la
desesperación, cuarteada por los fríos de la soledad, hambreada por las ganas de una
ternura que se le negaba. Cada día, apenas despuntaba el sol, salía a caminar por el
monte largas horas hasta que los pies, amarillos de aromos, le echaban sangre.
Perseguía las cabras para mirarlas amamantar a sus crías, buscaba un duraznero en flor,
descubría el lugar donde los pájaros tejen sus nidos, donde empollan las gallinas, donde
se requiebran el caballo y la yegua. Después, casi a la oración, regresaba al rancho. El
marido la curaba, le humedecía la cabeza ardida por la resolana, le ataba una vincha de
cuero de iguana y le medía la pena en la mirada.
-El infierno está aquí, en la tierra – susurraba, mientras el Jacinto se preguntaba qué
pecados tenían que purgar él y ella, mitad mujer y mitad niña.
-El gallo cantó impar y fue a la noche – repetía buscando la oscura causa de sus males.
Cuando la vida se le caía a pedazos por falta de apego, fue a ver a la vieja. Doña
Sacramento la escuchó en silencio. Silencio por fuera y silencio por dentro, que es la
mejor forma de escuchar. La Araminta quería un hijo. De su hombre o si no quedaba otro
remedio, de algún ánima bondadosa, de las que todavía flotan sobre la tierra realizando
buenas acciones que les permitan subir al cielo. La vieja no tuvo dudas sobres las ganas
de la Araminta que se le aparecían en el rostro a través de unas ojeras profundas y
violáceas. La Araminta quería reverdecer como los árboles en primavera y que los pechos
se le llenaran de jugo tibio y dulzón como a las tunas del monte. Doña Sacramento le
recetó unas infusiones de culantrillo cada mañana antes del primer mate, la frotó con
leche de cabra recién ordeñada y rumió unas oraciones.
La Araminta cumplió con la receta durante meses y cuando sintió en el vientre abultado,
signos evidentes de vida, corrió a contarle a doña Sacramento que se había duplicado. Le
agradeció la ayuda con un montón de palabras que ni ella misma sabía que tenía adentro
y con un cuarto de cabrito bien adobado con ají picante. La vieja sin mostrar asombro por
lo que la Araminta llamaba – el milagro- le ofreció, antes de que se marchara, una botella
que sólo parecía contener agua y le recomendó que cada noche rociara las espaldas del
niño, porque sin duda se trataba de un varón, para que las alas le fueran creciendo y no
se le secaran como a la mayoría de la gente, y un día echara a volar, como estaba escrito.
Cuando el niño nació a la vida como un fruto maduro, el rancho se llenó de canciones de
cuna, de manos que aleteaban, de leche tibia y dulzona y de paños que se secaban al sol
y flameaban como banderas.
La Araminta, con la constancia que da el amor, ejecutaba el rito de humedecer las
espaldas del hijo, que era la viva estampa del Jacinto, sabedora de que regaba su
soledad de un día.
La cocinera Marta Becker
La Jacinta era cocinera de la estancia Los Sauzales desde que tenía quince años. Ahora
pasaba la cincuentena. Era una mujer robusta, hombros bien marcados, busto
prominente, caderas anchas, que iba siempre con las mangas remangadas, listas manos
y brazos para mezclar la harina y poner a levar el pan.
Era la reina de la cocina y la peonada le tenía respeto, al igual que los patrones, quienes
la dejaban hacer a su antojo, confiados en su sabiduría culinaria. Además, era poco
receptiva y hacía oídos sordos a pedidos y consejos.
Desde la madrugada se hacía cargo de las comidas de toda la estancia, tanto de los que
quedaban en la casa como de los que se iban al campo. Nadie osaba quejarse de la
planificación de sus menúes.
Jacinta estaba emparejada con el Venancio, capataz de Los Sauzales, hombre bien
plantado, alto, moreno de tantas horas al sol, brazos fuertes, mirada penetrante,
acostumbrado a controlar desde lo lejos el campo sembrado y a los trabajadores
cumpliendo las tareas.
Cuando entraba a la cocina a la Jacinta se le iluminaban los ojos. Enseguida le preparaba
algo especial, lo atendía a cuerpo de rey y de esta forma primaria le demostraba su amor.
Pero la Jacinta tenía un problema nada minúsculo. Le gustaban los muchachos jóvenes y
peón nuevo que caía en la estancia era presa de la cocinera, quien no tenía empacho en
sacarse rápido el delantal y levantarse la pollera.
Esto no tenía nada que ver con el cariño que le tenía al capataz, que era el principal
acreedor de sus gentilezas. Ella le explicaba que era como un entretenimiento, que él era
el único a quien quería y no se cansaba de repetirlo y demostrárselo, sobre todo después
de cada encuentro fortuito.
Así pasaba la vida de Jacinta, armoniosamente, entre ollas, muchachos y el Venancio.
Pero las cosas no se presentan tan fáciles como uno quisiera.
Cayó en la estancia un peón joven, impetuoso como todos los jóvenes, prepotente y al
mismo tiempo adulador, de sangre caliente y mente corta, rápido para los mandados y
más rápido para la agresión.
Y ocurrió que se enamoró de la cocinera.
Y se puso celoso.
Apuró a la Jacinta para ser su único hombre, el único macho, le dijo, y no quería que
anduviera con nadie más, ni siquiera reconoció la antigüedad del capataz. Ella trató de
persuadirlo de que dejara las cosas como estaban, no pensaba abandonar a su hombre,
el Venancio, a quien quería y mimaba y era el más importante y principal ocupante de su
Todas las explicaciones fueron inútiles y ella le pidió al peón que no volviera por la cocina.
Pero los celos son traicioneros y el muchacho no lo aceptó.
Caía un aguacero mientras el capataz compartía mates y tortas fritas en el reino de
Jacinta cuando entró el peoncito, cuchillo en mano, e increpó a los gritos a Venancio para
que dejara a la cocinera, a lo que éste respondió con una sonora carcajada y también a
los gritos le dijo –pendejo de mierda, te falta mucho para tener a semejante mujer-.
Jacinta no sabía qué hacer. Con angustia, asustada y con gestos nerviosos se secaba las
manos en el delantal mientras le rogaba al joven que se fuera, al tiempo que insistía que
el capataz era su amor, su único amor, lo demás era pura diversión.
El peón, enceguecido y rechazado, acomodó el cuchillo para lanzarlo hacia el hombre que
seguía riendo y al advertir el gesto la mujer, rápida de reflejos, se puso delante del
Venancio a modo de escudo.
El arma penetró justo en la zona del corazón.
El precio de la seguridad Analía Temin
Entraste en crisis de a poco, en realidad, primero te saturaste de que Tito te presione con
los celos, te sublevaba que te cuestionara que querías estudiar y claro, vos no le dabas
bola, hacías bien, y te anotaste igual en el curso, ahí en el Club Larrazabal, y por
supuesto te seguías viendo con tus amigas, era lo justo. Lo único que faltaba era que
dejes todas tus cosas, tu vida, lo que cualquier persona normal tiene que hacer porque un
día, cansada de luchar con un nene a cuestas, una infancia tortuosa y un conflicto político
que te hizo primero desaparecer y después exiliarte, lo conociste a él, te gustó, se hizo
cargo de vos y tu hijo, como una promesa tácita de resolver tu vida y vos dijiste “Sí, con
este tipo me caso”.
Claro que pasado el tiempo, convengamos que, no te portaste muy legal que digamos,
sobre todo porque Tito no te dejaba ni respirar sola, siempre atrás tuyo, llevándote y
trayéndote de acá para allá, vos sabías que era para controlarte, muy mal, no
correspondía pero como te decía, vos no fuiste muy legal y terminaste provocando
situaciones límites. Primero te enamoraste perdidamente de Rafael, eso fue indisimulable,
Tito se daba cuenta nena, nosotras no sabíamos cómo pilotearla, nos hiciste cómplices a
todas, ok, todo bien, amigas son las amigas y te cubrimos y te cuidamos los pibes para
que vos vivieras tu gran amor con el Rafa, qué desastre, el tema es que no te la jugaste,
lo largaste al Rafa para quedarte en la seguridad de la vida con Tito, la vivienda, la
tranquilidad económica y todo lo demás y nosotras quedamos como el reverendo orto con
Tito que nos hizo la cruz y pasamos a ser todas las más trolas del condado y vos te
hiciste soberanamente la boluda.
Tuviste suerte, seguimos siendo amigas, pasada la tormenta todo se acomodó por un
tiempo. Tito se tranquilizó. Hasta que aburrida de todo o como vos decías siempre, tu
naturaleza infiel, volvió a jugarte una pasada. Cuando volviste esa tarde a buscar al nene
me contaste que en el curso el profe te invitó un café y te regaló el poema de Benedetti
“Mujer de Lot” , yo te dije bien clarito “Fijate lo que querés hacer, no arriesgues todo lo
que tenés por una ilusión que te va a durar lo que un pedo en el viento”, ¿te acordás? Y
vos qué me dijiste : “Sí, ya se, pero no puedo evitarlo, siempre fui infiel y me mata la
rutina, necesito algo diferente, una cuota de poesía”…etc, etc, etc…me dijiste. “Bueno
dale -te dije- hacé la tuya, yo soy tu amiga , no de Tito pero cuidate, no te expongás…”.
Esta vez, Tito ni sospechó, por suerte, pero en poco tiempo la historia con el profe no era
lo que vos esperabas y para rematarla y complicar las cosas volvió al ataque el Rafa con
lo cual tu cabeza estalló.
El profe te entendió, se corrió de la historia y vos te empezaste a ver nuevamente con el
Rafa. Fue un kilombo porque enseguida se te empezó a notar que en algo andabas, Tito
agudizó sus persecuciones, claro todas sus sospechas eran fundamentadas, vos te
rajabas, nadie sabía dónde estabas, volvías y se notaba que tu mente estaba en otro
lugar, en una nube multicolores, de tus ojos brotaban mariposas aleteando entre
campanitas, arpas y trompetitas, una pequeña orquesta de cupidos. ¡Hay nena, la que se
Los dos empezaron a presionarte, Rafa quería que largues todo y te vayas a vivir con él y
tus hijos, estaba dispuesto a todo y realmente tenía con qué sostener lo que te ofrecía y
los dos estaban muy enamorados. Tito no estaba dispuesto a perderte ni a dejarte ir aún
a costa de saber que no lo amabas como él deseaba y se merecía, estaba dispuesto a
bancarte este berrinche tuyo hasta que se te pase, se atenúen tus emociones y te
acomodes nuevamente a la vida con él. Tanto era así que un día me dijiste: “Siento que
nunca voy a poder separarme de Tito y que Dios me perdone pero es como que solo voy
a librarme de él si quedo viuda”. Él accedió a irse un tiempo a la casa de sus padres para
que todo se calme y darte un poco de oxígeno, una buena estrategia de su parte. Con un
poco de distancia podía manejar, mejor, inclusive, tus apegos con él. Tu gran intríngulis
era la casa, no querías rodar más por la vida, ahora con dos hijos, quién sabe por cuántos
domicilios más, hogares más, viviendas más.
A la presión de ellos se sumó la tuya propia. Estabas en un duelo feroz, entre, un gran
amor correspondido con promesa de una vida feliz que incluía todo lo que vos deseabas
vivir para vos, junto a tus hijos, o la seguridad ya instituida de un matrimonio legal, casa
propia, obra social, ingresos garantizados y en el peor de los casos, incluso, quedabas
asegurada con una pensión, más el amor incondicional de Tito, padre de uno de tus hijos.
Fue demasiado, no pudiste soportar el tironeo y un buen día decidiste no de los dos. Te
tomaste varias cajas de pastillas para dormir. Esa mañana, tu hermana, que pasaba unos
días con vos, no te pudo despertar, claro estabas desmayada, me vino a buscar, nos
pareció mejor llamar a Rafa y pedirle ayuda, ya que con Tito teníamos cero onda. Te
llevamos al hospital, nos indicaron que te dejáramos dormir todo lo que necesitaras y que
en la semana te viera un psiquiatra. Esa tarde, te despertaste, te pregunté por qué habías
decidido esto, me dijiste que no era tu intención matarte pero que necesitabas dormir
profundamente y dejar de pensar. Los chicos le avisaron a Tito lo que pasaba y vino
inmediatamente a la casa. Vos manifestaste sentirte segura si él estaba cerca, así que yo
dejé todo en sus manos y me retiré. En la semana, supe por tu hermana que te habían
internado en una clínica psiquiátrica.
A los pocos días, me sorprendió Tito que me llamó para hablar conmigo, por supuesto, lo
atendí. Me planteó que a la única persona a la que querías ver era a mí, así que al día
siguiente fui a la clínica.
Fue durísimo verte así, dopada, ida, despojada y vulnerable a todo. En medio de tu
mambo, entre balbuceos, me pediste que me ocupara de tus hijos, que no los dejara, que
viera por ellos, que te los cuide mientras vos te reponías. Te juré por mi vida que los iba a
cuidar como si fueran míos, nos abrazamos y lloramos juntas. ¡ La puta madre…esto sí
que dolió… carajo!!
Afortunadamente, te fuiste reponiendo, Tito volvió a la casa para encargarse de todo y
como era tu voluntad que yo me ocupara de los chicos, él aceptó mi ayuda que además
en ese momento la necesitaba. Fuimos amables y diplomáticos uno con el otro, lo
importante era sacarte adelante y que te pongas bien. Al mes volviste a tu casa, repuesta,
a comenzar una nueva vida con Tito.
La vida no te eximió de elegir, la seguridad que tanto necesitaste forjar, se imponía en tu
vida a cambio de no pocos sacrificios. En el camino fuimos quedando, el Rafa, el curso, el
profe, las amigas, entre las cuales me incluyo, el amor, los sueños…
Con los años supe que Tito se enfermó, que lo cuidaste hasta que falleció, que perdiste la
casa en una maniobra de venta, de la misma, donde te estafaron, que tu nuera no te deja
ver a tus nietos, que tu hijo menor se fue a vivir solo con la novia y que decidiste volver a
tu pueblo natal, Carmelo, en Uruguay, donde te espera un antiguo amor, Eloy, aquel
muchacho africano del que me hablaste alguna vez.
Galería de Arte Alba
Los interesados en exponer en nuestra galería durante 2014, deberán remitir material y
Dirigirse personalmente, por teléfono, o correo electrónico
antecedentes para evaluación.
a la coordinadora Paula Sánchez
Av. Belgrano 875 - CABA (1092) - Telefax: 4343-9411
DIRECCIÓN
HORARIOS
Inauguraciones: de 19 a 21 hs.
Galería; Lunes a Viernes de 11 a 17 hs.
Noche plateada Celia Elena Martínez
Estábamos reunidos en casa de Laura y Felipe, con Juan. Habíamos bebido demasiado.
Nos reímos mucho esa noche, en la que Felipe y yo nos sentimos atraídos y en medio
de la borrachera subimos al piso de arriba. Del otro lado de la pared desnuda oíamos las
risas y grititos de Laura.
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