venerdì 11 aprile 2014

REDES DE PAPEL ABRIL 2014

Enviado por: CARLOS MARGIOTTA

ABRIL 2014 AÑO 19 Nº 213

REVISTA LITERARIA – ISSN 1666-3233

Director – Propietario CARLOS A. MARGIOTTA 

R.P.I. Nº 932.056 TE: 4856 - 2917

redesdepapel@gmail.com

El precio de la seguridad Analía Temin

La cocinera Marta Becker - Rabia Humberto Costantini

El Señor Peret Carmen Passano - Adiós papá Elsajaná

Al verte caer Adela Ines Disteffano

Poemas Haidé Daiban

La mujer que está sola y espera Marcos Rodrigo Ramos

La Infancia detrás del limonero Rosa Dragunsky 

Noche plateada Celia Elena Martínez

Mi amigo Felipe Negro Hernández

La araminta Estela Smania - Esperar Fernanda López

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Mi amigo Felipe Negro Hernández

Te lo cuento a vos porque me vas a entender y no te vas a cagar de risa ni pensar que 

soy un boludo y a mi jermu menos, ni loco se lo puedo contar, va a decir que soy un 

romántico fuera de época, que debí haber nacido en siglo 19. A parte me da vergüenza 

contarlo, tengo miedo que me vean aflojar, vos como yo nosotros nos criamos cuando los 

hombres no debían llorar. Te imaginás, yo que soy de familia vasca si me ven mis primos, 

mis hermanos, mis viejos que están en el cielo, seguro que me destierran del clan. 

El asunto es que una noche llego a mi casa después del trabajo y Felipe me estaba 

esperando detrás de la puerta como es su costumbre. Yo entré recaliente con él por lo 

que había sucedido a la mañana cuando salimos a pasear. Lo miré fijo, él sabía que lo iba 

a retar y casi se puso a llorar. Se me aflojaron las piernas, junté coraje y me lo lleve al 

cuarto donde tengo la computadora, los libros y los cuadros con las fotos de Racing,¿lo 

conocés?. No quería que me escuchara mi mujer.

Lo senté enfrente mío y lo miré fijo a los ojos, él se hacía el distraído como si nada 

hubiera pasado, como silbando para un costado, pero me mantuve firme y lo encaré. Mirá 

Felipe, lo que hiciste esta mañana no tiene perdón de Dios, me hiciste quedar mal con 

todo el vecindario. No, no me hagas así con la cabeza, ¡Escucháme!. Te dije veinte veces 

que no podes andar husmeando en el trasero de las hembras, no podes manosearlas por 

atrás y más aún cuando estoy hablando con la vecina del cuarto piso, esa a la que le 

hacés las gracias cuando viene a cobrar las expensas. 

Todos los transeúntes se daban vuelta para mirarte. No, no me digas que andás alzado, 

que es el instinto, que son las hormonas de la adolescencia, ni que necesitas una 

descarga emocional, ya te escuché más de una vez. Si hasta el policía que cuida el banco 

de enfrente me hacía señas para que te separe. Acordáte que un tachero detuvo el taxi y 

te aplaudía, el colectivero del 60 hizo sonar la bocina cagándose de risa, el repartidor del 

super te gritaba ¡ídolo! y hasta la monjita del Sagrado Corazón cruzó la calle para evitar la 

tentación. Y vos dale y dale saltando por atrás en dos patas. No, no me digas que a ella 

también le gustaba, no me digas que fue con su consentimiento, no justifiques tus 

acciones por la conducta de los otros.

Mientras lo iba retando Felipe fue bajando la cabeza hasta que escuché un gemido de 

dolor, esta acongojado y respiraba con dificultad. Me callé, levantó la cabeza con los ojos 

llenos de lágrimas y se subió a mis rodillas pidiendo perdón. Yo le acaricié el lomo 

suavemente y nos quedamos así un buen rato. 

Entonces mi jermu abrió la puerta y empezó a rezongarme por las cosas de siempre. Me 

levante del asiento y Felipe se puso al lado mío. Mientras escuchaba los reproches él me 

miraba piadosamente como diciendo las cosas que tenés que aguantar. Yo no atiné a 

contestarle nada porque ya había tenido muchas emociones ese día, entonces Felipe la 

miró con odio y se le puso a labrar. Te juro que nunca lo había visto así, estaba tan 

agresivo que tuve miedo que la atacara y le mordiera el cuello. 

A vos te parece, resulta que unos minutos antes yo lo cago a pedos y ahora me sale a 

defender jugándose la vida. Eso es un amigo Negro, eso es ser fiel hasta la muerte. Ese 

es mi amigo Felipe.

La voz del Gordo se entrecortó y su cara se puso colorada como cuando toma vino con 

soda. Yo la anécdota ya la conocía, me la contó 20 veces pero cada vez le agregaba algo 

más que la hacía interesante. El dolor del Gordo es tan grande que se conmueve como 

una criatura, y a mi también se me arruga el cuore cada vez que lo cuenta.

Perdonáme la escena Negro, hoy hace un año que Felipe se fue al cielo de los perros. Me 

acuerdo que esa noche subí al auto con Felipe envuelto en una manta y me fui con mi 

mujer al pueblo de Ranchos, donde están enterrados mis viejos. Lo velamos en la casa 

de mi prima toda la noche y al día siguiente lo llevamos al cementerio. Don Germán, el 

cuidador del lugar y amigo de la familia, me dejó enterrarlo debajo de un árbol junto al 

camino central, mañana voy a llevarle unas flores, ¿me acompañas?

En el café se produjo un silencio profundo que duró más de un minuto, como si los 

parroquianos hubieran escuchado el relato y le hicieran un homenaje a Felipe. Después 

todo fue volviendo al ritmo habitual.

Vos sabés Negro que más de una vez se me aparece de noche y se sube a mi cama para 

que lo acaricie, después se baja, mueve la cola y se acuesta sobre mis chinelas 

esperando el amanecer.

El Gallego trajo la picada y la cerveza que habíamos pedido minutos antes. Paga la casa, 

 La araminta Estela Smania

 Era la sed y el hambre, 

 y tú fuiste la fruta.

 Era el duelo y las ruinas,

 y tu fuiste el milagro

 Pablo Neruda.

Ya llevaba algunos años amañada con el Jacinto y aún no le había sido concedida la 

gracia. La Araminta se sentía como tierra de secano, asolada por los vientos de la 

desesperación, cuarteada por los fríos de la soledad, hambreada por las ganas de una 

ternura que se le negaba. Cada día, apenas despuntaba el sol, salía a caminar por el 

monte largas horas hasta que los pies, amarillos de aromos, le echaban sangre. 

Perseguía las cabras para mirarlas amamantar a sus crías, buscaba un duraznero en flor, 

descubría el lugar donde los pájaros tejen sus nidos, donde empollan las gallinas, donde 

se requiebran el caballo y la yegua. Después, casi a la oración, regresaba al rancho. El 

marido la curaba, le humedecía la cabeza ardida por la resolana, le ataba una vincha de 

cuero de iguana y le medía la pena en la mirada.

-El infierno está aquí, en la tierra – susurraba, mientras el Jacinto se preguntaba qué 

pecados tenían que purgar él y ella, mitad mujer y mitad niña.

-El gallo cantó impar y fue a la noche – repetía buscando la oscura causa de sus males.

Cuando la vida se le caía a pedazos por falta de apego, fue a ver a la vieja. Doña 

Sacramento la escuchó en silencio. Silencio por fuera y silencio por dentro, que es la 

mejor forma de escuchar. La Araminta quería un hijo. De su hombre o si no quedaba otro 

remedio, de algún ánima bondadosa, de las que todavía flotan sobre la tierra realizando 

buenas acciones que les permitan subir al cielo. La vieja no tuvo dudas sobres las ganas 

de la Araminta que se le aparecían en el rostro a través de unas ojeras profundas y 

violáceas. La Araminta quería reverdecer como los árboles en primavera y que los pechos 

se le llenaran de jugo tibio y dulzón como a las tunas del monte. Doña Sacramento le 

recetó unas infusiones de culantrillo cada mañana antes del primer mate, la frotó con 

leche de cabra recién ordeñada y rumió unas oraciones.

La Araminta cumplió con la receta durante meses y cuando sintió en el vientre abultado, 

signos evidentes de vida, corrió a contarle a doña Sacramento que se había duplicado. Le 

agradeció la ayuda con un montón de palabras que ni ella misma sabía que tenía adentro 

y con un cuarto de cabrito bien adobado con ají picante. La vieja sin mostrar asombro por 

lo que la Araminta llamaba – el milagro- le ofreció, antes de que se marchara, una botella 

que sólo parecía contener agua y le recomendó que cada noche rociara las espaldas del 

niño, porque sin duda se trataba de un varón, para que las alas le fueran creciendo y no 

se le secaran como a la mayoría de la gente, y un día echara a volar, como estaba escrito.

Cuando el niño nació a la vida como un fruto maduro, el rancho se llenó de canciones de 

cuna, de manos que aleteaban, de leche tibia y dulzona y de paños que se secaban al sol 

y flameaban como banderas.

La Araminta, con la constancia que da el amor, ejecutaba el rito de humedecer las 

espaldas del hijo, que era la viva estampa del Jacinto, sabedora de que regaba su 

soledad de un día.

 La cocinera Marta Becker 

La Jacinta era cocinera de la estancia Los Sauzales desde que tenía quince años. Ahora 

pasaba la cincuentena. Era una mujer robusta, hombros bien marcados, busto 

prominente, caderas anchas, que iba siempre con las mangas remangadas, listas manos 

y brazos para mezclar la harina y poner a levar el pan.

Era la reina de la cocina y la peonada le tenía respeto, al igual que los patrones, quienes 

la dejaban hacer a su antojo, confiados en su sabiduría culinaria. Además, era poco 

receptiva y hacía oídos sordos a pedidos y consejos. 

Desde la madrugada se hacía cargo de las comidas de toda la estancia, tanto de los que 

quedaban en la casa como de los que se iban al campo. Nadie osaba quejarse de la 

planificación de sus menúes.

Jacinta estaba emparejada con el Venancio, capataz de Los Sauzales, hombre bien 

plantado, alto, moreno de tantas horas al sol, brazos fuertes, mirada penetrante, 

acostumbrado a controlar desde lo lejos el campo sembrado y a los trabajadores 

cumpliendo las tareas.

Cuando entraba a la cocina a la Jacinta se le iluminaban los ojos. Enseguida le preparaba 

algo especial, lo atendía a cuerpo de rey y de esta forma primaria le demostraba su amor. 

Pero la Jacinta tenía un problema nada minúsculo. Le gustaban los muchachos jóvenes y 

peón nuevo que caía en la estancia era presa de la cocinera, quien no tenía empacho en 

sacarse rápido el delantal y levantarse la pollera. 

Esto no tenía nada que ver con el cariño que le tenía al capataz, que era el principal 

acreedor de sus gentilezas. Ella le explicaba que era como un entretenimiento, que él era 

el único a quien quería y no se cansaba de repetirlo y demostrárselo, sobre todo después 

de cada encuentro fortuito.

Así pasaba la vida de Jacinta, armoniosamente, entre ollas, muchachos y el Venancio. 

Pero las cosas no se presentan tan fáciles como uno quisiera. 

Cayó en la estancia un peón joven, impetuoso como todos los jóvenes, prepotente y al 

mismo tiempo adulador, de sangre caliente y mente corta, rápido para los mandados y 

más rápido para la agresión. 

Y ocurrió que se enamoró de la cocinera. 

Y se puso celoso. 

Apuró a la Jacinta para ser su único hombre, el único macho, le dijo, y no quería que 

anduviera con nadie más, ni siquiera reconoció la antigüedad del capataz. Ella trató de 

persuadirlo de que dejara las cosas como estaban, no pensaba abandonar a su hombre, 

el Venancio, a quien quería y mimaba y era el más importante y principal ocupante de su 

Todas las explicaciones fueron inútiles y ella le pidió al peón que no volviera por la cocina. 

Pero los celos son traicioneros y el muchacho no lo aceptó.

Caía un aguacero mientras el capataz compartía mates y tortas fritas en el reino de 

Jacinta cuando entró el peoncito, cuchillo en mano, e increpó a los gritos a Venancio para 

que dejara a la cocinera, a lo que éste respondió con una sonora carcajada y también a 

los gritos le dijo –pendejo de mierda, te falta mucho para tener a semejante mujer-.

Jacinta no sabía qué hacer. Con angustia, asustada y con gestos nerviosos se secaba las 

manos en el delantal mientras le rogaba al joven que se fuera, al tiempo que insistía que 

el capataz era su amor, su único amor, lo demás era pura diversión.

El peón, enceguecido y rechazado, acomodó el cuchillo para lanzarlo hacia el hombre que 

seguía riendo y al advertir el gesto la mujer, rápida de reflejos, se puso delante del 

Venancio a modo de escudo. 

El arma penetró justo en la zona del corazón.

 El precio de la seguridad Analía Temin

Entraste en crisis de a poco, en realidad, primero te saturaste de que Tito te presione con 

los celos, te sublevaba que te cuestionara que querías estudiar y claro, vos no le dabas 

bola, hacías bien, y te anotaste igual en el curso, ahí en el Club Larrazabal, y por 

supuesto te seguías viendo con tus amigas, era lo justo. Lo único que faltaba era que 

dejes todas tus cosas, tu vida, lo que cualquier persona normal tiene que hacer porque un 

día, cansada de luchar con un nene a cuestas, una infancia tortuosa y un conflicto político 

que te hizo primero desaparecer y después exiliarte, lo conociste a él, te gustó, se hizo 

cargo de vos y tu hijo, como una promesa tácita de resolver tu vida y vos dijiste “Sí, con 

este tipo me caso”.

Claro que pasado el tiempo, convengamos que, no te portaste muy legal que digamos, 

sobre todo porque Tito no te dejaba ni respirar sola, siempre atrás tuyo, llevándote y 

trayéndote de acá para allá, vos sabías que era para controlarte, muy mal, no 

correspondía pero como te decía, vos no fuiste muy legal y terminaste provocando 

situaciones límites. Primero te enamoraste perdidamente de Rafael, eso fue indisimulable, 

Tito se daba cuenta nena, nosotras no sabíamos cómo pilotearla, nos hiciste cómplices a 

todas, ok, todo bien, amigas son las amigas y te cubrimos y te cuidamos los pibes para 

que vos vivieras tu gran amor con el Rafa, qué desastre, el tema es que no te la jugaste, 

lo largaste al Rafa para quedarte en la seguridad de la vida con Tito, la vivienda, la 

tranquilidad económica y todo lo demás y nosotras quedamos como el reverendo orto con 

Tito que nos hizo la cruz y pasamos a ser todas las más trolas del condado y vos te 

hiciste soberanamente la boluda. 

Tuviste suerte, seguimos siendo amigas, pasada la tormenta todo se acomodó por un 

tiempo. Tito se tranquilizó. Hasta que aburrida de todo o como vos decías siempre, tu 

naturaleza infiel, volvió a jugarte una pasada. Cuando volviste esa tarde a buscar al nene 

me contaste que en el curso el profe te invitó un café y te regaló el poema de Benedetti 

“Mujer de Lot” , yo te dije bien clarito “Fijate lo que querés hacer, no arriesgues todo lo 

que tenés por una ilusión que te va a durar lo que un pedo en el viento”, ¿te acordás? Y 

vos qué me dijiste : “Sí, ya se, pero no puedo evitarlo, siempre fui infiel y me mata la 

rutina, necesito algo diferente, una cuota de poesía”…etc, etc, etc…me dijiste. “Bueno 

dale -te dije- hacé la tuya, yo soy tu amiga , no de Tito pero cuidate, no te expongás…”.

Esta vez, Tito ni sospechó, por suerte, pero en poco tiempo la historia con el profe no era 

lo que vos esperabas y para rematarla y complicar las cosas volvió al ataque el Rafa con 

lo cual tu cabeza estalló. 

El profe te entendió, se corrió de la historia y vos te empezaste a ver nuevamente con el 

Rafa. Fue un kilombo porque enseguida se te empezó a notar que en algo andabas, Tito 

agudizó sus persecuciones, claro todas sus sospechas eran fundamentadas, vos te 

rajabas, nadie sabía dónde estabas, volvías y se notaba que tu mente estaba en otro 

lugar, en una nube multicolores, de tus ojos brotaban mariposas aleteando entre 

campanitas, arpas y trompetitas, una pequeña orquesta de cupidos. ¡Hay nena, la que se 

Los dos empezaron a presionarte, Rafa quería que largues todo y te vayas a vivir con él y 

tus hijos, estaba dispuesto a todo y realmente tenía con qué sostener lo que te ofrecía y 

los dos estaban muy enamorados. Tito no estaba dispuesto a perderte ni a dejarte ir aún 

a costa de saber que no lo amabas como él deseaba y se merecía, estaba dispuesto a 

bancarte este berrinche tuyo hasta que se te pase, se atenúen tus emociones y te 

acomodes nuevamente a la vida con él. Tanto era así que un día me dijiste: “Siento que 

nunca voy a poder separarme de Tito y que Dios me perdone pero es como que solo voy 

a librarme de él si quedo viuda”. Él accedió a irse un tiempo a la casa de sus padres para 

que todo se calme y darte un poco de oxígeno, una buena estrategia de su parte. Con un 

poco de distancia podía manejar, mejor, inclusive, tus apegos con él. Tu gran intríngulis 

era la casa, no querías rodar más por la vida, ahora con dos hijos, quién sabe por cuántos 

domicilios más, hogares más, viviendas más.

A la presión de ellos se sumó la tuya propia. Estabas en un duelo feroz, entre, un gran 

amor correspondido con promesa de una vida feliz que incluía todo lo que vos deseabas 

vivir para vos, junto a tus hijos, o la seguridad ya instituida de un matrimonio legal, casa 

propia, obra social, ingresos garantizados y en el peor de los casos, incluso, quedabas 

asegurada con una pensión, más el amor incondicional de Tito, padre de uno de tus hijos.

Fue demasiado, no pudiste soportar el tironeo y un buen día decidiste no de los dos. Te 

tomaste varias cajas de pastillas para dormir. Esa mañana, tu hermana, que pasaba unos 

días con vos, no te pudo despertar, claro estabas desmayada, me vino a buscar, nos 

pareció mejor llamar a Rafa y pedirle ayuda, ya que con Tito teníamos cero onda. Te 

llevamos al hospital, nos indicaron que te dejáramos dormir todo lo que necesitaras y que 

en la semana te viera un psiquiatra. Esa tarde, te despertaste, te pregunté por qué habías 

decidido esto, me dijiste que no era tu intención matarte pero que necesitabas dormir 

profundamente y dejar de pensar. Los chicos le avisaron a Tito lo que pasaba y vino 

inmediatamente a la casa. Vos manifestaste sentirte segura si él estaba cerca, así que yo 

dejé todo en sus manos y me retiré. En la semana, supe por tu hermana que te habían 

internado en una clínica psiquiátrica. 

A los pocos días, me sorprendió Tito que me llamó para hablar conmigo, por supuesto, lo 

atendí. Me planteó que a la única persona a la que querías ver era a mí, así que al día 

siguiente fui a la clínica.

Fue durísimo verte así, dopada, ida, despojada y vulnerable a todo. En medio de tu 

mambo, entre balbuceos, me pediste que me ocupara de tus hijos, que no los dejara, que 

viera por ellos, que te los cuide mientras vos te reponías. Te juré por mi vida que los iba a 

cuidar como si fueran míos, nos abrazamos y lloramos juntas. ¡ La puta madre…esto sí 

que dolió… carajo!!

Afortunadamente, te fuiste reponiendo, Tito volvió a la casa para encargarse de todo y 

como era tu voluntad que yo me ocupara de los chicos, él aceptó mi ayuda que además 

en ese momento la necesitaba. Fuimos amables y diplomáticos uno con el otro, lo 

importante era sacarte adelante y que te pongas bien. Al mes volviste a tu casa, repuesta, 

a comenzar una nueva vida con Tito.

La vida no te eximió de elegir, la seguridad que tanto necesitaste forjar, se imponía en tu 

vida a cambio de no pocos sacrificios. En el camino fuimos quedando, el Rafa, el curso, el 

profe, las amigas, entre las cuales me incluyo, el amor, los sueños…

Con los años supe que Tito se enfermó, que lo cuidaste hasta que falleció, que perdiste la 

casa en una maniobra de venta, de la misma, donde te estafaron, que tu nuera no te deja 

ver a tus nietos, que tu hijo menor se fue a vivir solo con la novia y que decidiste volver a 

tu pueblo natal, Carmelo, en Uruguay, donde te espera un antiguo amor, Eloy, aquel 

muchacho africano del que me hablaste alguna vez.

Galería de Arte Alba

Los interesados en exponer en nuestra galería durante 2014, deberán remitir material y 

Dirigirse personalmente, por teléfono, o correo electrónico 

antecedentes para evaluación.

a la coordinadora Paula Sánchez



Av. Belgrano 875 - CABA (1092) - Telefax: 4343-9411

DIRECCIÓN

HORARIOS

Inauguraciones: de 19 a 21 hs.

Galería; Lunes a Viernes de 11 a 17 hs.

 Noche plateada Celia Elena Martínez

Estábamos reunidos en casa de Laura y Felipe, con Juan. Habíamos bebido demasiado. 

Nos reímos mucho esa noche, en la que Felipe y yo nos sentimos atraídos y en medio 

de la borrachera subimos al piso de arriba. Del otro lado de la pared desnuda oíamos las 


risas y grititos de Laura.

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