martedì 1 novembre 2016

[Henciclo] interruptor - Por una política de la ficción - la columna de H enciclopedia

 
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El BLUES DEL ANTIAPROPIACIONISTA

Por una política de la ficción

Amir Hamed

Alguna vez Edward Said
denunció, por decirlo así, a Esquilo, puesto que en Los persas el griego se permitía representar a los asiáticos. Estamos, por supuesto, en el muy germánico berenjenal de la representación: hablar de y hablar por(respectivamente, Darstellung y Vertretung). ¿Cómo podía permitirse la tragedia ateniense hablar de y por los asiáticos? La representación de los persas realizada por Esquilo (de gran dignidad dramática, puntualicemos) carecía, dice Said en Orientalismo, de exactitud. Más aún, al representar al asiático, el griegoya no tiene necesidad de él, proseguía Said. Esta suplementareidad, por supuesto, podría cubrir varios registros de la vida y el arte: porque tengo un óleo, o un muñeco inflable, tal vez ya no precise la cercanía de la persona amada. O más, porque tengo un bucle o un diente de leche, ya no requiero su presencia. 

Claro que el palestino Said, quien publicaba esto en 1978, lo hacía tomando en cuenta una geopolítica del discurso. Su denuncia consistía en afirmar que todos los departamentos de estudios orientales de Estados Unidos seguían presos de un prejuicio interpretativo. El Oriente que en la modernidad retrata Occidente, por ejemplo el Oriente de Ernest Renan, niega la contemporaneidad (coevalness) del retratado. Su gloria, como las pirámides de Egipto, es cosa del pretérito y nada tiene que ver con los desarrapados que pueda encontrarse el cronista en su camino. Dicho de otro modo, Occidente sería el presente, el que presenta y (re)presenta. Como diría Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, y como cita Said, siendo que “no pueden representarse a sí mismos, deben ser representados”. Esta premisa (la alteridad no tiene cómo representarse) terminaría, entre otras lindezas, en la entronización del Partido de Vanguardia que a su turno terminaría hablando por todos los desposeídos del planeta. 

En Orientalismo se puede rastrear la matriz de lo que estos tiempos llaman “políticas de apropiación”, por la cual nadie, se supone, podría representar (ni hablar de ni hablar por) otra cosa que no sea sí mismo. Se trata de políticas identitarias de una desconsoladora pobreza epistémica ya que solo pueden dar cuenta del pleonasmo, cuyo correlato vienen a ser las “narrativas del yo” y complementarios actos de decoro no menos penosos. Por ejemplo, estudiantes que den una fiesta mexicana en un campus sajón, y en ella usen sombreros mexicanos, serán acusados de apropiación cultural, de falta de empatía y serán expulsados, como lo han sido, de los dormitorios de la universidad.
Esta fiesta mexicana fue denunciada en el Brisbane Writers Festival por la escritora estadounidense Lionel Schriver en su afán por señalar que la apropiación cultural y también las políticas identitarias apuntaladas por el discurso de la corrección política no son sino efímera moda.
 
En su exposición, cuerdamente, Schriver señala como desatino exigirle a los escritores un “permiso” para usar personajes ajenos a su raza o cultura. La conferencia, sin embargo, no pudo sobrevivir al tumulto que provocó, comenzando por el alunamiento de una inmigrante sudanesa, Yassmin Abdel-Magied, quien se preguntó “cómo puede estar sucediendo esto”, se puso a llorar y se marchó rauda y húmeda porque semejante exposición le resultaba intolerable. A esto le siguió activísimo revuelo en redes sociales, denuncias a la escritora, en fin, un emporio escasamente benévolo de estupideces planetarias.

El asunto ocupó, incluso más recientemente, buenas páginas de The Guardian y The New York Times, incluyendo la siguiente conclusión por parte de Schriever:
La señorita Abdel-Magied se hizo la pregunta correcta: ¿cómo puede estar pasando esto? ¿Cómo es que la izquierda, en Occidente, ha llegado a ser la restrictiva, la censora, la que impone una ortodoxia por lo menos tan tiránica como el conformismo anti comunista y pro cristiano en el que yo crecí? Los liberales, ominosamente, se han rebautizado a sí mismos "progresistas", olvidando un nombre que tiene raíces en liber, libre. Progresar es meramente ir hacia adelante, y uno puede ir hacia adelante directo a una zanja.
Proteger la libertad de expresión implica proteger las voces de las personas con las que uno puede disentir violentamente. En mi juventud, los liberales defendíamos el derecho de los neonazis a manifestar. No puedo imaginarme a nadie en la izquierda haciendo eso hoy.” (leer más)
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