martedì 24 maggio 2016

[Henciclo] interruptor - Esta América y su género - la columna de H enciclopedia

 
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         DE LA NECESIDAD DEL ENSAYO

Esta América y su género

Amir Hamed

1- El obstáculo literario. No se necesita ser astrólogo, ni “número uno en todo”, como profesaba Nicanor Parra, para advertir que el progresismo, la última euforia latinoamericana, ha cesado. Eso no quiere decir que algunos de sus gobiernos no vayan a durar algunos años más, siendo que a fin de cuentas se trata de problemas electoreros y, ante regímenes con cierta capacidad inercial, de momento al progresismo (y recuérdese, decirse progre no implica decirse de izquierda) no se le detectan alternativas ideológicas convincentes. El punto es que el verosímil del progresismo llegó a su fecha de caducidad, uno de sus síntomas más estridentes la debacle política en Brasil que ocurre estos mismos días, y que tendrá, cabe aguardar, repercusiones planetarias.

Esto, por otra parte, no deja de implicarse viral. Brasil, potencia económica mundial, se paraguayiza, repitiendo modelos de impeachment para destituir presidente, que los americanos del norte les sirvieron cuando quisieron tumbar un presidente por hacérsela chupar fuera del matrimonio y en su escritorio; pero si Brasil se pasa al poncho para’i, también se debe recordar que América Latina, tras la caída del muro de Berlín, le ha exportado al planeta entero sus asombrosos registros de desigualdad económica. Y si el mundo se latinoamericaniza celerísimo, ya el problema, que no por esto nos excede, se ha vuelto problema de todos.

A su turno, cabe recordar que, si hubiera que buscar un sinónimo para este continente cultural, parido por virus de europeos en 1492, sería, precisamente, la palabra “problema”. Basta recordarlo al perplejo Cristóbal Colón, tropezando con islas e indios desnudos cuando se quería en China, a pasos del Gran Khan, rebuscando plumas de guacamayo para presentar en sustitución del oro que no podía suministrarle a sus financiadores (los reyes de España), argumentando andar a pasitos del jardín del Edén. Un problema, a fin de cuentas, y etimológicamente, es un obstáculo, y eso fue, desde cierto 12 de octubre, esta enorme masa de tierra y gentes. Y al respecto, una enseñanza a no olvidar es que el gran problema de Colón es “hacer relación a los reyes”, es decir que esto desde un inicio ha sido, más que nada, un obstáculo literario.

En los últimos años, el buenismo progre, impulsado por los liberales del Norte para volatilizar cualquier noción de soberanía territorial o problema territorial en nombre de una agenda de derechos humanos (te bombardeo porque le pegás a tu mujer, porque son insuficientes tus travestis en la calle y en el parlamento; o también porque no apoyás a los islamistas cuya identidad y fe les reclama regresar al tráfico de esclavas en Siria, Irak o el Magreb) insistió en confundir sustantivo con adjetivo: denuncian que el obstáculo, precisamente, es su calidad de literario, como si extirpándole a la cosa su cualidad se deshicieran de ella, creyendo que obedeciendo los dictados de ciertas pragmáticas destituidas de concepto se bastasen para llevar la cosa adelante. El problema (estaría de más decirlo de no mediar que los buenistas hacen de la burrez su areté) radica en que, si hay civilización desde algunos miles de años, si hay culturas, es porque eso que por fatiga seguimos llamando humanidad no es otra cosa que un registro literario (en alguna época, no tan lejana, se lo llamó Historia). Si somos, digámoslo derecho, es porque somos literatura.
2- Primicias viejas. Ahora bien, cuando se plantea el problema, que es literario, convendría también mentarle el género. El más emblemático, o inmediato, sería el del comienzo: presentado tempranamente por los cartógrafos como Terra Incognita, quiso resolverse con Tomás Moro en utopía y lo que nos quedó de este fracaso letrado, es vivirnos en perpetua utopía negra, o distopía. Una variante ya moderna de esto fue catapultar la distopía en problema narrativo: en épocas de marketing novelístico, siguiendo estrábicas declaraciones de Gabriel García Márquez, durante un par de décadas la crítica loreó que el gran problema, es decir, el obstáculo del origen, estuvo en que los conquistadores llegaron a América con la cabeza llena de novelas de caballerías, por lo cual era la novela, héroe por entonces del boom editorial latinoamericano, el género a cargo de restituir y subsanar las heridas del inicio, entiéndase, de solucionar el problema.

Esto es a todas luces infundio, siendo que lo único que se puede adjuntar, para verificar semejante aserto, es apenas un pasaje de La crónica verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo LXXXVII, cuando avanza por el camino de Estalalapa, en Mexico-Tenochtitlan, y afirma que “desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba a Méjico, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en el agua, y todos de calicanto”. (leer más)
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