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La adopción más o menos
inconsciente de una filosofía relativista y/o de un materialismo metafísico está en la base de la crisis de la izquierda, y hasta que la izquierda no se disponga a sacar conclusiones serias de esto, es improbable que logre distinguirse del “progresismo”. ¿Cómo se puede desarrollar una tesis de este tipo sin resultar pedante, o sin ser obvio para quienes tienen algunos conocimientos de filosofía, y a la vez irrelevante para quienes no? El asunto es casi imposible. Sin embargo, quizá una estrategia mediada por las palabras de otro ayude hoy. Veo una columna de Hoenir Sarthou, interesante como todas las suyas, en donde al tiempo que desarrolla la noción de que el progresismo es (y a la vez, no es) la izquierda, o cierta izquierda, o una izquierda, o como lo dice él “un nuevo nombre y una nueva actitud que adoptaron muchas fuerzas de izquierda para sobrevivir a la caída del “socialismo real”, Hoenir hace la crítica del obvio consumismo, corrupción, y desprecio por la formación cultural del pueblo que los gobiernos “progresistas” de América Latina han traído consigo. “En lugar de formar ciudadanos, formó consumidores y público aplaudidor, mientras que los gobernantes se iban acostumbrando a disfrutar de los privilegios del poder”.
Hasta aquí de acuerdo, pero al final Hoenir dice esto: “La crisis que parece afectar a los gobiernos “progresistas” puede ser una buena oportunidad para reflexionar sobre el futuro. Porque no todas son pálidas. Las recientes experiencias electorales en Argentina y Venezuela demuestran que algo nuevo se ha incorporado a la cultura política de esos pueblos. Atrás quedaron los tiempos mesiánicos en que la izquierda creía que “La Revolución” era un cambio irreversible, insometible a voluntades populares o a consultas democráticas. Los gobiernos de Argentina y Venezuela, pese a sus tremendos conflictos con la oposición, reconocieron su derrota y acataron la voluntad popular. Ese acatamiento, curiosamente, también legitima sus triunfos anteriores. Y anuncia la posibilidad legítima de triunfos futuros:"
Es decir que, pese a la demoledora crítica a la que somete Hoenir al progresismo, diferenciándolo (creía haber entendido yo) de la izquierda, al final pareciera que lo bueno es que... ¿ese mismo progresismo ha dejado sembrada la semilla de triunfos futuros? No entiendo. ¿Es o no es lo mismo izquierda y progresismo? ¿Es bueno para la izquierda que retenga o reconquiste el poder un gobierno como el de Maduro, o el de Mujica o Vázquez? Parece haber algo no bien resuelto en esa contradicción. Yo sugeriría que es la persistencia en creer que basta usar el término “izquierda” para conservar la pureza, diferenciándose una vez más, mágicamente, de lo que todo el mundo entendió eran “gobiernos de izquierda”. Quizá la esperanza sea que la izquierda, como una suerte de alien moderno metido en las entrañas del progresismo, haya hecho la digestión de las malas experiencias de las últimas décadas y logre educar y convencer a la gente de que debe tener una cultura de izquierda, rechazando la cultura del progresismo... No creo. Mi opinión es que semejante perspectiva es más bien desastrosa, y que lo que debemos seguir haciendo, sin pausa, es someter a la noción de izquierda a una crítica muy seria, quedándonos de ella solo con lo que sobreviva a esa crítica. Y que esa, la de la (auto)crítica despiadada, es la única actitud “de izquierda” posible. Por más anacrónico que parezca, la izquierda local aun se debe este ejercicio —y para peor, es más que probable que el tiempo para encararlo en serio se haya agotado ya casi por completo.
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El punto de la nota de Sarthou parece claro, no obstante: hay algo, “la izquierda”, que es lo salvable del desastre moral y republicano y político y social de las experiencias progresistas. Yo entiendo, claro está, el razonamiento que hace Hoenir, y doy fe de su buena fe y de su apuesta a una dialéctica que pareciera que en todo nos ha ido abandonando. Pero me gustaría observar que la apuesta que hace esa dialéctica es improbable. Se trata de apostar a que, luego de 10 o más años de gobiernos que las gentes han entendido como “de izquierda”, las gentes no van a hacer un balance sobre “la izquierda en el poder”, sino sobre la sutil discriminación entre progresistas e izquierdistas, y a la vuelta del tiempo van a apostar de nuevo por la izquierda (la “izquierda no progresista” sería, en ese caso), solo que esta vez de modo vigilante, para que no se caiga en el consumismo, el materialismo, la falta de educación, y el desprecio a las reglas de “la democracia burguesa” con la corrupción que esto obviamente trae. Nótese que yo distingo, igual que Hoenir, entre progresismo e izquierda.Escribí en febrero de 2005, cuando el primer gobierno de izquierda alboreaba, un ensayo llamado “El zombi”, algo rotundo —cosa que a todos nos pasa a menudo cuando estamos enojados con lo que vemos— pero que creo que todavía vale en muchas de sus posiciones, anticipando que el progresismo no era la izquierda, sino el problema, y uno gordo: el problema de cuando la burocracia y el corporativismo sustituyen a la izquierda, o dicho de otro modo, el problema de cuando la mentalidad corporativa se hace la izquierdista para hacerse del poder. (leer más)
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