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El mar, fuente de inspiración,
ciencia y reflexión ambiental
El
biólogo marino, Guillermo Díaz Pulido, envía a Con-Fabulación este artículo
donde describe el fundamental hallazgo del alga Sargassum, que a pesar
de ser la planta más grande de los mares tropicales del mundo, había pasado
inadvertida quizá por parecer obvia debido a su inmensidad -como la famosa
carta en el cuento de Edgar Allan Poe-.
El
descubrimiento fue realizado en el bello Parque Natural Tayrona de
Colombia.
Fotografía del
alga Sargassum recientemente descrita y mencionada en el texto. Foto GDP.
Por
Guillermo Diaz Pulido
(PhD),
Brisbane, Australia
El mar ha sido
siempre una fuente de inspiración para el hombre. Desde tiempos prehistóricos,
la conexión entre el mar y el hombre se ha hecho evidente a través de pinturas
rupestres que incluyen figuras de animales marinos y el uso de obsequios del
mar para adornar la figura humana. La relación entre el mar y el hombre en
tiempos antiguos es clara, solo es necesario visitar museos y galerías para
apreciar la íntima conexión entre los paisajes y la vida del mar, el arte, y el
quehacer del hombre. Además, los sonidos, colores y olores del mar han
inspirado pasión y sentimientos plasmados en miles de poemas, libros y odas
escritos a lo largo de la historia.
Pero quizás una de
las conexiones más fuertes entre el hombre y el mar ha sido motivada por la
necesidad de entender su historia natural y la relación entre los animales, las
plantas y su entorno marino; y es en este ámbito donde se desarrolla mi
pertenencia a este maravilloso mundo aún tan desconocido. Mi fascinación por el
mar se ha centrado en el estudio de las algas marinas, en especial aquellas que
viven en los arrecifes coralinos y en general en los mares tropicales. Estos
mares albergan una riqueza única de especies de diferentes colores, formas,
texturas y movimientos que adornan el paisaje submarino. La necesidad de
entender su biodiversidad nos llevó al descubrimiento reciente (1) de un tipo
de alga marina que cubre los lechos del Parque Natural Tayrona, en la costa
Caribe colombiana. Muchas especies de algas marinas son descubiertas por
científicos cada año, pero ésta es particularmente especial porque me atrevería
a decir que es la planta marina más grande de los mares tropicales del mundo ya
que forma literalmente bosques submarinos que alcanzan ocho metros de altura,
algo inusual en el medio marino. Su descubrimiento fue una tarea de detective
en donde usamos sofisticadas técnicas típicas de los avances recientes en el
medio científico para comprobar que es una nueva especie para la ciencia. Esta
especie parece ser muy particular ya que únicamente se ha encontrado en las
costas rocosas de solo dos ensenadas de este icónico parque natural. Uno de los
aspectos más curiosos de este hallazgo es que a pesar de que otros científicos
de algas marinas habían dedicado su vida entera a estudiar las algas de
Colombia (2), la presencia de esta especie gigantesca no les fue revelada.
Este logro demuestra
que para continuar descubriendo necesitamos mantener mirada de asombro
constante frente a las formas de la naturaleza y a los eventos que moldean los
paisajes naturales. La contemplación del mar nos inspira, nos revitaliza y
fortalece nuestro vínculo con este ambiente de ensoñación. En ciencia, la
contemplación también nos hace cuestionar lo que observamos y siempre estamos
tratando de entender la paleta de especies, formas y movimientos y así
acercarnos a nuevos y más profundos conocimientos. Esta necesidad de entender
más rigurosamente la naturaleza marina es hoy día aún más importante para
entender los cambios que los mares y en general la naturaleza está
experimentando a causa de las acciones del hombre. El crecimiento descontrolado
de la población humana, el uso y abuso de los recursos naturales, y nuestro
afán por una vida ostentosa se han traducido en un acelerado deterioro de los
ambiente marinos y en un rápido cambio del clima global. Y esto no sólo ha
ocurrido en las costas locales cercanas sino en todos los mares del planeta.
Reflexionar (y examinar) sobre las causas y dimensiones de nuestras acciones
humanas debe ser una tarea de todos si queremos que nuestros mares continúen
siendo una fuente de inspiración del pensamiento humano.
1. Camacho, O., Mattio, L., Draisma, S.G.A., Fredericq, S. and
Diaz-Pulido, G. (2015). Morphological and
molecular assessment of Sargassum (Fucales, Phaeophyceae) from Caribbean
Colombia. Systematics and Biodiversity 13, 105-130.
2. Profesor Germán Bula-Meyer (Barranquilla, 1947-2002). Profesor
Reinhard Schmetter (Alemania): Schnetter, R. (1976) Marine Algen der
karibischen Küsten von Kolumbien I: Phaeophyceae. Bibliotheca Phycologica
24, 1-125.
Antología de poesía colombiana contemporánea
en italiano: Con il fuoco del sangue
Traductor: Emilio Coco
Poetas
compilados:
Jaime
Jaramillo Escobar, Giovanni Quessep, Jotamario Arbeláez, Miguel
Méndez Camacho, Raúl Henao, Armando Romero, Luis
Aguilera, José Luis Díaz-Granados, Juan Manuel Roca, Darío
Jaramillo, Horacio Benavides, Piedad Bonnet, Santiago
Mutis, Guillermo Martínez González, Rómulo Bustos
Aguirre, Víctor Gaviria, Gustavo Adolfo Garcés, Fernando
Linero, Alfonso Carvajal, Fernando Herrera, Jorge
Cadavid, Rafael del Castillo, Nelson Romero, Ramón
Cote, Gonzalo Márquez Cristo, Juan Felipe Robledo, María
Clemencia Sánchez, Federico Díaz-Granados, Catalina
González, Giovanny Gómez, Lucía Estrada, Luis Arturo Restrepo.
Eduardo Gómez, poeta innumerable
Palabras de presentación de Ciudad
antes del alba de Eduardo Gómez, publicado por Ediciones
Uniandes, 2015; realizada en la Casa de Poesía Silva.
Por Samuel Jaramillo
Soy un lector precoz
de la poesía de Eduardo Gómez y también un lector persistente de ella. Fui uno
de los primeros lectores de su inicial y notable volumen Restauración de la
palabra en 1969 y he seguido con fidelidad y fruición sus siete volúmenes posteriores,
hasta el reciente La noche casi aurora, de 2012, todos ellos representados en
esta antología que en buena hora ha publicado el Departamento de Literatura de
la Universidad de los Andes. Con esta iniciativa esta universidad no solo le
hace justicia a Eduardo Gómez, una de las voces más consistentes de la poesía
colombiana de los últimos años, que bien merece este reconocimiento, sino que
también nos hace un gran favor a los lectores de poesía que podemos tener un
panorama de conjunto de su obra y podemos acceder a textos que hace tiempo son
inconseguibles en sus ediciones originales.
Quisiera reconstruir
el impacto que tuvo la aparición de Restauración de la palabra a finales de los
años sesenta del siglo pasado sobre mí, y sobre otros poetas que apenas
estábamos tanteando caminos, buscando maneras de decir y también maneras de
ser. En ese momento en el panorama de la poesía colombiana el escenario estaba
acaparado (y esto, casi literalmente) por los nadaístas que, como se sabe eran
ruidosos, irreverentes, con una adicción que no han perdido, por la notoriedad.
No es momento de hacer el juicio a los nadaístas como movimiento que tienen de
cl y de arena, y que entre sus méritos estuvo, al menos para nosotros que
éramos un poco más jóvenes que ellos, tal vez de una generación siguiente, que
inauguraron una forma de ser poeta más moderna y menos solemne, que nos sedujo.
Pero en lo que se refiere a sus escogencias formales, a no todos nos
satisfacían. La estridencia, el menosprecio por prácticamente toda tradición
literaria, cierto descuido formal vestido de desenfado, los gestos
vanguardistas altisonantes un poco anacrónicos no se llevaban bien con algunas
de nuestras preocupaciones. Como generación, vivíamos un quiebre en lo
cultural, pero también en lo político y en lo social y quienes pretendíamos
escribir poesía buscábamos formas que dieran cabida a estas inquietudes, que no
se limitaban a la mofa o al chascarrillo ni se agotaba en la burla de lo
convencionalmente burlable.
Y de pronto, apareció
este libro de Eduardo Gómez, un poeta de la misma edad de los nadaístas, pero
con un talante, y sobre todo, con unos lineamientos formales completamente
distintos. Discreto, riguroso, y al mismo tiempo ambicioso en sus recursos, con
referencias muy ricas que potenciaban su libertad expresiva. Sus temas y
cogitaciones, sus escenarios y preguntas eran muy cercanas a nuestras
expectativas e incluso más próximas que las de poetas anteriores, como lo de la
generación de Mito, a quienes leíamos también con interés.
La poesía es un
dispositivo complejo, con tensiones internas y con la coexistencia de registros
que solamente son problemáticas en otros parajes de la cultura: así se nos
presentó la poesía de Eduardo Gómez en su primer libro y lo ha confirmado a lo
largo de su obra; su rigor y concentración expresiva se hermana con
iluminaciones plásticas esplendorosas que en lugar de contradecirse, se
complementan y se potencian. Sus elaboraciones hondas, con deseo de verdad,
enraizadas en los valores y aspiraciones de ese final del siglo XX, y su paso
al siglo XXI, se articulan con epifanías que movilizan el alma y ensancha la
sensibilidad.
Uno de sus leitmotivs
es la tensión del hombre contemporáneo entre su individualidad y el conjunto
que conforman sus semejantes, particularmente aguda en el artista, en el
intelectual responsable, en el poeta de este tiempo. En una dirección empuja la
voluntad de articularse a la sociedad que da sentido a la vida individual y
particularmente ligarse a sus luchas, a sus aspiraciones, a su historia. El
riesgo de construir una vida aislada, mezquinamente privada es serio y amenaza
con vaciar de sentido a la existencia. El mundo contemporáneo, y en esto parece
claro que su matriz capitalista tiene mucho que ver, tienta a a los hombres a
construir una existencia basada en el solipsismo, en la que lo único que es
pertinente es su ámbito individual. Para el artista, que eventualmente condensa
y agudiza esta actitud, esto se traduce en un bucear obsesivo en su propia
psiquis, en los vericuetos de su experiencia psíquica y emocional. El argumento
del poeta Gómez es que esta actitud, desligada de una conexión explícita con
sus semejantes, conduce a la pérdida de reconocimiento por parte de ellos de la
labor creativa del poeta y del artista, lo cual eventualmente despoja de
sentido su acción. En un poema de apertura de este libro, que es para mí uno de
los poemas ineludibles de la poesía colombiana reciente, Réquiem sin llanto
dice Eduardo Gómez:
Hace un mes
comenzó tu muerte
y desde el
primer día
los niños
juegan en los patios como siempre
(…)
Las gentes
trabajan
conversan
pasan a mi
lado
y sus ojos
resbalan sobre mí indiferentes.
Pienso que son
crueles
pero luego
recuerdo que no te conocieron
que no me
saben portador de la tremenda noticia
¿y aunque te
hubieran conocido y amado
acaso podrían
hacer algo que no fuese su vida?
Nuestro mundo
comienza a ser joven
nuestro mundo
solamente ama
a aquellos
muertos que le han dado vida.
(…)
A los que se
encierran en una construcción literaria que pretende ser refinada y superior,
se les responde con frialdad:
Andas desnudo
entre la multitud que te mira
y en los
atardeceres paseas por los sitios donde no hay nadie,
pero nosotros
no tenemos tiempo
para averiguar
dónde perdiste tus pequeños tesoros,
quien ha
robado los huesecillos que enterraste al otro lado del mar.
Cuando
recorres la ciudad en esa tumba silenciosa
agujereada
para contemplar el paisaje
nosotros
sonreímos sin cambiar de tema:
hemos conocido
la guerra
y aprendido a
no pensar en la muerte sino para sobrevivir.
(Salutación al extranjero)
Desde luego es una
condena a la poesía inmovilizada en la retórica deliberadamente literaria, a la
cultura aérea e impostada de cierta intelectualidad extraviada en sus propios y
abscónditos laberintos. El juicio del poeta Gómez desemboca en ese bello poema
que da título al libro Restauración de la palabra y que es una
proposición muy contundente sobre el sentido de la poesía en esta época:
¿Para qué escribir
pequeños versos
Cuando el
mundo es tan vasto
Y el estruendo
de las ciudades ahoga la música?
En esta lucha
de gigantes se necesitan armas de vasto alcance.
En este duelo
a muerte
las canciones
embriagan
o adormecen.
(…)
Es hora de
buscar situaciones
en donde la
palabra sea necesaria
y de convivir
con aquellos
para quienes
la palabra es liberación.
Solamente la
palabra que ponga en peligro
el poder de
los tiranos y los dioses
es digna de
ser pronunciada o escrita.
Pero este reclamo al
poeta, al hombre, a hacer parte activa de la historia no elimina en la
expresión de Eduardo Gómez, lo que desde cierta perspectiva podría ser vista
como su contrario, y que en él es complemento. El poeta reivindica también su
sensibilidad propia, no como una anomalía, y más bien como una peculiaridad que
enriquece el acervo común y que debe ser respetado. Así, el viajero que
transita los parajes exóticos de la imaginación, regresa y es emplazado y
responde de manera desconcertante:
Después de
tantos viajes regreso desnudo a casa
En las manos
una luna rota recogida en el polvo.
Apareció en el
camino montado en una jirafa,
Conversando de
cosas cotidianas.
Le preguntaron
sobre las siete maravillas
Y él narró una
conversación de sobremesa.
Le preguntaron
sobre los rascacielos
Y narró una
pelea de negros armados de blancos dientes.
Le preguntaron
sobre el Paris de los taxis
Y el habló de
un mendigo pintoresco desayunando en Montmartre.
(…)
En sus ojos
ardían mil ciudades distantes.
(El viajero)
¿Sigue siendo un
reproche a esta experiencia singular del poeta, esta vez encarnado en un
viajero que regresa? Manes de la acumulación de sentido que es la poesía, las
respuestas disparatadas del interrogado, su enfeverbecida fruición por estas
experiencias más amplias, colocan al lector de parte del poeta, del viajero de
la imaginación.
Eduardo Gómez reclama
como algo no solo irrenunciable, sino como la potencialidad de contribución del
poeta a la sensibilidad general, su capacidad de incursionar en los territorios
no acotados todavía por el conjunto social. Su imaginación es una de las
lámparas que iluminan su trayectoria difícil. La otra su voluntad de
exploración, su terquedad en encarar experiencias que a menudo son dolorosas,
desasosegantes, perturbadoras.
Búscame detrás
de los árboles sumidos en la noche
Más allá de
las últimas casas de los barrios pobres
(…)
Soy el
pasajero de los trenes de medianoche
El viajero de
barcos navegando entre nieblas
O bajo cielos
negros para una luna en agonía
El viudo de
bodas imposibles
El nostálgico
de la Edad de los Dioses
El soñador de
imperios abolidos y leyendas siniestras
(…)
El que tiembla
en la zarza ardiente de la melancolía
Y el que gime
en una obscena agonía.
(El viajero
innumerable)
Para quien haya
entendido mal, la admonición de Eduardo Gómez a que la poesía trascienda el
ámbito confinado de lo privado no implica que deba convertirse en un
instrumento de propaganda o que debe limitarse a lo gregario, a lo fácilmente
reconocible como compartido. Él exige al poeta desatar las amarras de su
sensibilidad, pero orientada a ampliar y enriquecer el espectro de la
percepción colectiva. El elan de solidaridad guía su búsqueda:
Quisiera reír
con colmillos de tigre
Inspeccionar
las casas agobiadas de muertes
Los humildes
dormitorios dispuestos con flores de papel
y las camas
desvencijadas por amores vencidos
(Las noches de
Caín)
En esta dirección,
uno de sus logros reiterados a lo largo de su obra, es el trazo de evocaciones
panorámicas y abigarradas en las que el poeta pinta al fresco de su imaginación
paisajes mentales, culturales, a los que quien habla se acerca con una cierta
devoción de sacerdote laico, de vidente lúcido, cabalgando sobre una imaginería
poderosa: la tierra, la ciudad, la noche, la civilización son atravesadas por
su sobrevuelo poético:
Cuando la
tarde dulcifica la angustia de los barrios pobres
y en las
colinas populosas surgen los galanes de la muerte
y los
adolescentes aguzan sus puñales ardientes
y las
muchachas erigen sus senos como trampas fatales:
cuando lujosos
autos huyen de la miseria amenazante
abrumados por
el peso de guardas ceñidos con revólveres
y en el centro
de la ciudad hierve de cazadores furtivos
(…)
(La ciudad
delirante)
En el
desenvolvimiento de la poesía colombiana reciente la figura de Eduardo Gómez
tiene un perfil un poco inesperado: frente a sus coetáneos, los poetas de edad
más estrechamente ligada a la suya, aparece como alguien disonante y un poco
solitario. Pero su poesía encuentra un lugar mucho más cómodo en la promoción
posterior, en la cual tiene un reconocimiento indudable. Señalo, por ejemplo,
los evidentes lazos de su obra, con esa corriente que se conoce como Poesía de
la Imagen que comienza a publicar un poco después: la ambición plástica, la
poesía como tensión y como liberación, la crítica gemela de la ensoñación, que
Eduardo Gómez practicaba de manera precoz y casi contra la corriente se vuelven
conquistas y valores literarios reconocidos.
La palabra poética de
Eduardo Gómez se desdobla y se multiplica en un amplísimo espectro de temas y
de planteamientos literarios: Ciudad antes del alba excelente título
pues recoge un escenario frecuentado por el poeta, la noche que promete ya la
claridad y la ciudad que se apresta a su despertar, nos ofrece una suculenta
dosis de poesía que nos hace transitar por trochas y también por avenidas que
hacen la vida en este mundo de cambio de siglo: la insurgencia contra
gazmoñería bien pensante, las vicisitudes de la pasión amorosa, la amenaza de
la vejez y de la muerte, el paraíso recuperado de la infancia, el soplo de
grandes pensadores sobre el espíritu, la violencia, las vacilaciones sobre los
sacrificios que exige la construcción de la emancipación. La mañana despuntará
sobre la ciudad, y nosotros lectores seguiremos leyendo la poderosa palabra de
este poeta con todos los hierros que es Eduardo Gómez y que nos conmina a
despertar.
La Venta -
Novela
El jueves 24 de septiembre de 5 a 8 pm. en la
Madriguera del Conejo (Cra. 11 No. 85 – 52, Bogotá), se presentará la nueva
novela de Juan Sebastián Gaviria.
Gaviria nació en Bogotá en 1980. Viajero y Poeta. Es
autor de Cicatriz souvenir (Común Presencia Editores, 2009) Inti
Manic (2004), Música Mecánica (Ex-tinta, 2006) y Brújulas rotas.
¡Qué vainas! CUENTO
Por Andrés
Elías Flórez Brum
El hombre venía hacia
su casa. Traía en el hombro un costal hinchado de algarrobas y cañafístolas.
Traía el saco repleto de estas vainas para los hijos que lo esperaban con
hambre en la casa.
No traía más.
Había tratado de
entrar en la huerta del Señor Rico por unas mazorcas de maíz. Pero la hilera de
alambres conectada a la corriente eléctrica se lo había impedido. Una centella,
que lo tiró al suelo, le lanzo el fuego a sus ojos cuando tocó dos cables de la
cerca.
Tiempo atrás, estas
tierras (donde estaba sembrada la hectárea de maíz, bastante cultivables por
cierto), habían pertenecido a la abuela Algarín. Tiempo después las adquirió el
Señor Rico y todos los nietos se habían quedado por fuera. Incluso el hombre
que se había asomado alegre por las mazorcas.
Entonces, luego de
levantarse y sacudirse alcanzó en los árboles silvestres de la vera del camino
las cañafístolas y las algarrobas. Más bien, recogió estas frutas del suelo.
Alguien, más habilidoso que él, las había alcanzado y había dejado dos rimeros
al pie de los troncos. Tanto el árbol de algarrobas como el de cañafístolas
eran altos. Estaban en la vera del camino. Se interponía entre ellos un camajón
sin frutos, menos alto, pero frondoso, dando sombras.
En la sombra de este
árbol acomodó la carga. Los hijos solían comer de estas frutas. Aunque les
había prometido unas mazorcas de maíz tierno para asar. Venía al paso. Medio
herido. Arrastrando una pierna.
Cuando en el
cruce de caminos, en emboscada, le apareció un tipo malacaroso con un cuchillo en
ristre.
--- ¿Cree en Dios?
---le dijo poniéndole la punta del cuchillo en el pecho, justo en el lugar del
corazón.
--- ¡Claro!, que creo
en Dios ---le respondió el hombre del costal con voz fuerte.
--- ¿En Dios?
---repitió el malhechor.
---En Dios. Lo que no
creo es en el diablo. Ni en sus demonios.
Al asaltante se le
soltó el arma de la mano.
El hombre, cojeando
un poco y con el ojo cerrado, avanzó hacia el rancho, presintiendo que sus
hijos pequeños venían en tropel a esperarlo.
Y, en realidad, al tropel,
en una suelta carrera, los hijos venían a su encuentro. Le traían la noticia de
que el compadre --el padrino del niño más chico-- había pasado con unas
aguateras, y le había dejado diez mazorcas cocidas de maíz nuevo.
(Sahagún, 1950). Licenciado en filología e idiomas. Co-fundador del
taller literario Contracartel de Bogotá. Su libro de minicuentos Viñetas de
amor y de vida (1999) fue galardonado como el mejor libro de cuentos, según
la Cámara Colombiana del Libro, en la XIII Feria Internacional del Libro
(Bogotá, 2000).
CARTAS DE
LOS LECTORES
ITINERARIOS DE LA SANGRE. Bellísimo el escrito de Amparo Osorio sobre los
acontecimientos del Palacio de Justicia y muy emotiva la carta del poeta
venezolano Armando Rojas Guardia. Martha Meza, artista colombiana residente en Italia
* * *
HOLOCAUSTO. Leí con profunda emoción el Capítulo “Holocausto” de
la novela de Amparo Osorio y quiero enviarle mi admiración y saludo por su
escritura llena de increíbles atmósferas poéticas. Al terminar esta lectura me
pegunté inquietamente: ¿por qué no se le ha dado más difusión? ¿Sigue existiendo
en nuestro país un veto a la literatura escrita por mujeres? Elizabeth Urbina González, profesora de literaturas comparadas
* * *
El EME 19 Y LA LITERATURA. Aunque conozco algunos testimonios periodísticos
sobre los actos del Eme 19 no había leído narrativa tan bien escrita sobre sus
memorables eventos en la política nacional. El capítulo de la novela Itinerarios
de la sangre me conmovió profundamente. Fabio Nieto.
* * *
SOBRE AMÉRICA FRAGANTE Y MESTIZA. La pequeña crónica del argentino Jorge Castañeda, acompañada de su
desierto de la Patagonia, nos recuerda una vez más cómo se encuentra de
olvidada esa inmensa y hermosa región de nuestro Continente, nota que nos
obliga a todos los latinoamericanos a volver a ella con el fervor de estar
asistiendo a uno de los paisajes más impactantes del mundo. Luciano Blanco Bahamón
* * *
SOBRE LA LECTURA DE “JUAN ANTONIO”. Interesantes los fragmentos de la novela de Nana Rodríguez. Lástima que
no hubieran transcrito por lo menos un capítulo completo. Jhon Jaramillo Jiménez Ochoa, Estudiante de Bellas Artes
* * *
EL VALOR DE LA POESÍA. Cuando leí la carta solidaria y llena de poesía enviada por el
venezolano Armando Rojas Guardia, recordé de nuevo toda esa fraternidad que nos
une a los hermanos venezolanos, abiertos y generosos, y me reafirmé en mis
pensamientos de siempre: “las fronteras son la peor peste del mundo, porque sus
manejos están ligados al pequeño cerebro de los políticos”. Andrés Eduardo Bernal, Estudiante de Ciencias políticas.
* * *
Obra de
Eduardo Esparza
ARTE EN VENTA
Galería en la Red, es la
página más confiable y de mayor tránsito en la Red, destinada a la venta y
promoción de arte en Colombia. En su vitrina virtual es posible apreciar
centenares de obras de prestigiosos pintores y escultores, todas ellas certificadas.
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