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IMPERATIVO DE LA GESTIÓN CULTURAL A desasnar políticos | |||||||||||||||||||
El frotamiento del ego nacional
En 1999 el Archivo General de la
Nación publicó un libro de gran formato, tapas duras y páginas de papel coteado de un cuarto kilo, dedicado al 70º aniversario del SODRE, el instituto que en ese entonces administraba las emisoras de radio y televisión estatales, una orquesta sinfónica, un cuerpo de ballet y un coro, además de una sala de espectáculos, entre otros emprendimientos. La presidenta del SODRE era Adela Reta, que se propuso terminar una gran obra de construcción de un nuevo teatro con dos salas de espectáculos en el predio donde en 1971 se produjo un incendio que destruyó su sede histórica. Es probable que ese horrendo libro, con un tipografía que se podría calificar de trágica y sobrecubiertas de un color tóxico, se originara en una propuesta de la presidente para dar a conocer a ciertos organismos internacionales de crédito o a algunas legaciones diplomáticas de países ricos el proyecto arquitectónico que el país estaba teniendo graves dificultades para solventar.
Lo interesante del libro, como en cualquier libro, no es, ciertamente, su calidad de diseño, sino lo que dice. En este caso, en una serie de artículos escritos por especialistas—funcionarios, nos enteramos, de las maravillas de afinación de las orquestas nacionales, de las fulgurantes elasticidades de las primeras bailarinas autóctonas, de la excelencia pulmonar de los cantantes de ópera criollos, de las mágicas trasmisiones a través del esforzado canal oficial de televisión, de la notable tarea de difusión de la música clásica llevada adelante por los infatigables operadores de la emisora radial. La impresión que causa a quien no conoce la verdad es la de un ejército de apóstoles de la cultura que ha llevado el arte del país a unas cumbres que son ejemplo y vergüenza para Viena y Moscú, Londres y Milán.
Esta práctica del elogio desbocado no es nueva, ni tampoco exclusiva del Uruguay. Pero en este país al parecer no alcanza con mencionar los valores de sus hijos, sino que hay que hacerlo en medio de una exclamación de sorpresa, como si asistiéramos a un fenómeno inaudito, maravilla para el mundo que, atónico ante la empírea gloria de los uruguayos y sus logros, debiera inclinarse humillado ante su presencia (soberana, agregará un ironista, mentando una frase del prócer).
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