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Ida
Vitale
Premio
Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2015
La
poeta, ensayista y traductora uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) fue
reconocida esta semana con el Premio Reina Sofía.
Vitale había obtenido el premio Alfonso
Reyes en 2014 y el Octavio Paz en 2009. Es autora de los poemarios: La luz
de esta memoria, Palabra dada, Cada uno en su noche, Paso
a paso, Oidor andante, Jardín de sílice, Elegías en otoño,
La luz de esta memoria, Reducción del infinito… Y de los libros
de ensayos: Léxico de afinidades, Donde vuela el camaleón, De
plantas y animales; entre otros.
Sólo tendremos lo que hayamos dado.
¿Y qué con lo ofrecido y no aceptado,
qué con aquello que el desdén reduce
a vana voz, sin más,
ardiente ántrax que crece,
desatendido, adentro?
La villanía del tiempo,
el hábito sinuoso
del tolerar paciente,
difiere frágiles derechos,
ofrece minas, socavones, grutas:
oscuridad apenas para apartar
vagos errores-
El clamor, letra a letra,
del discurso agorero
no disipa ninguna duda;
hace mucho que sabes:
ninguna duda te protege.
LA MENTIRA
Vuelan fronteras de un país
cuyo falso centro está en nosotros
que quién sabe dónde estemos.
El norte está en el sur,
este y oeste se confunden,
el sur se pierde entre la bruma
y dentro lo más vivo es la mentira.
¿Quién no tiene un cachorro de mentira?
¿Quién no le da su fiesta acostumbrada,
lo impone en campo imaginario?
¿Quién no draga o airea
su mínima mentira, sea gris o grandiosa,
y la lleva
donde los pájaros, las mariposas vuelan,
verdaderos, cada uno a lo suyo?
Y cuántos
celan la mentira del otro
mientras sin malicia los mira
la honestísima muerte.
¿Para
qué la memoria?
Por Rubén
Darío Flórez
Esta mañana de mayo miraba al río Moscú
desde la baranda de granito, y ahora que evocaré un verbo poco usado - te
advierto amigo lector - serás mi cómplice de la memoria: se cernieron tres pájaros
fantásticos sobre el agua.
Eran deslumbrantes, venían de lejos,
planeaban frágiles y obstinados. Fue como recuperar un evento de la memoria. Me
vino a la mente la palabra gaviota, que nombra al pájaro que estaba viendo. El
recuerdo me transformó. ¿Para qué la memoria? ¿Cuál es la memoria de los
pájaros y de los seres humanos?
Esta gaviota de los pantanos de Eurasia
tenía recuerdos, la imagen nítida del lugar en el río donde encontrará a sus
congéneres para aparearse, el sitio del río en que están las viviendas de
bípedos ruidosos que - como yo - las ven cernirse, y la ruta precisa de miles
de kilómetros desde las estepas del Asia Central para migrar a la primavera.
La gaviota, como los halcones y las
palomas, tiene un cerebro diminuto con una zona de experiencias inolvidables.
Allí sedimentan sonidos, imágenes y rutas. La gaviota recuerda dónde estará un
filólogo colombiano que la alimenta a la orilla del río. Tiene el recuerdo de
las mañanas que llego a una cita con ella. Y el recuerdo del momento necesario
cuando abre la cola como un abanico instantáneo, antes de posarse sobre el muro
de granito.
La naturaleza de un pájaro está en sus
recuerdos del sonido del agua del río y de las voces humanas. Para volar,
recorrer y sobrevivir está obligada a recordar. Recordar es proteger la memoria
familiar de su nido oculto. Para ella volar es su política de la memoria. Su
aterrizaje depende del recuerdo justo de cálculo para batir con belleza las
alas antes de posarse sobre el borde del granito. La serie de actos previos a
poner las patas sobre el granito dura unos segundos y su memoria es exacta
repitiendo esta acción. Sin recuerdos no existe un pájaro.
Y los recuerdos humanos pueden parecer
frágiles como el vuelo de una paloma. Aunque a diferencia de los pájaros que
tienen solo memoria visual, los humanos tenemos memoria verbal. Con una acción,
los pájaros cultivan su capacidad de recordar. Volar para ellas es un medio de
recordar y ser.
A cuatro mil metros sobre el nivel del
mar en los páramos del Quindío, un pájaro llega desde Canadá, pasa el verano y
regresa a sus lagos desde Los Andes, llevando en la memoria la ruta del vuelo.
La memoria humana es más vasta y enciclopédica que la de los pájaros. Hay un
arte político y artístico de la memoria. Cultivamos la memoria para saber quién
es uno, quiénes somos, en qué país vivimos.
La acción de recordar es un evento de
identidad. Cuando nos despertamos ponemos en acción los mecanismos de la
memoria del yo y de la acción. Hoy las memorias están en manos de
transnacionales de comunicaciones. ¿Son más dueños de sí mismos los pájaros?
¿Dónde están nuestras políticas de la memoria?
*Ensayista
y traductor colombiano residenciado en Moscú
El escritor y el fotógrafo
Fotografía
de Rulfo
Por Fabio
Jurado Valencia
(Tomado
de Oralidad y escritura en la obra de Rulfo, Común Presencia
Editores)
Juan Nepomuceno
Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, es el nombre de pila del escritor mexicano Juan
Rulfo, autor de El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y El
gallo de oro (1980); póstumamente conocemos de su autoría también Los
cuadernos de Juan Rulfo (1994), dos libros de fotografía (2000, 2002) y Aire
de las colinas (2000); este último libro es una recopilación de las cartas que
le dirigiera a la novia –y después esposa–, Clara Aparicio, mientras recorría
la geografía mexicana o vivía en Ciudad de México, estando ella en Guadalajara.
Nos confunde su
nombre de pila: tres nombres y tres apellidos; y él mismo nos confundirá con su
lugar de origen: a veces decía que era de Apulco; otras, de San Gabriel, pero
también de Zapotlán, y muy pocas veces decía que era de Sayula. Nació en Sayula
pero nunca vivió allí, le confesó el mismo Rulfo a Luis Harss. En sus apuntes
de cuaderno escribe que “nació en Jalisco, México, el 16 de mayo de 1918”. Pero
Jalisco es el Estado, no es un pueblo ni una ciudad. Y no nació en 1918 sino en
1917. Es Juan Ascencio (su consultor jurídico) quien finalmente esclarecerá el
asunto en su libro Un extraño en la tierra. Biografía no autorizada de Juan
Rulfo (2005); de acuerdo con sus indagaciones notariales Juan Rulfo nace en
Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917.
En 1917 ocurre el
desenlace de la revolución agraria (iniciada en 1910) y, en consecuencia, se
inicia el proceso de distribución de la tierra, como resultado de la reforma a
la constitución nacional. Juan Rulfo proviene de una familia de hacendados que,
progresivamente, luego del asesinato del padre, es objeto de expropiaciones
hasta quedar sólo con lo necesario. En el año 1926 sobreviene la revolución de
los cristeros, movimiento promovido por la iglesia como respuesta a las leyes
que prohibían la propiedad eclesiástica y el libre ejercicio sacerdotal y
religioso; la revolución cristera duró hasta el año 1929 y Rulfo señalará en
muchas entrevistas la impronta en su conciencia de este evento; el cuento “La
noche que lo dejaron solo” y algunas escenas de la novela Pedro Páramo,
muestran las singularidades de este movimiento ideológico-religioso liderado por
curas conservadores bajo los gritos de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Obre Dios! La
condensación literaria de dicho episodio aparece en el cuento “La noche que lo
dejaron solo” y la parodia al espíritu religioso acendrado, radical, es
registrado de manera cómica en el cuento “Anacleto Morones”.
La coyuntura
histórica de la revolución de los cristeros limitó en gran parte el desarrollo
académico de Juan Rulfo, quizás para bien si consideramos que frente a la
situación de las escuelas cerradas y el aislamiento y el miedo propiciado por
la revolución el niño Juan tendrá que encerrarse entre los libros que el cura
del pueblo había trasladado a su casa. Permanecía durante horas, dice Ascencio,
leyendo las novelas de Dumas, Víctor Hugo, las historias de Buffalo Bill… pues
no salía a la calle por las continuas balaceras. Tenía diez años de edad y la
lectura constituía el mejor modo de afrontar los miedos y el acallamiento, que
permanecerá en el trayecto de toda su vida.
Ante la situación
difícil para estudiar en San Gabriel, en donde viven, la madre lo envía, junto
con el hermano mayor, al orfanatorio de Guadalajara. Es el año 1927. Rulfo le
dirá en una entrevista a Elena Poniatowska (1985) que “en ese tiempo los
orfanatorios eran como correccionales, la gente rica de Guadalajara mandaba a
sus hijos allí para castigarlos cuando se portaban mal, allí los archivaban…”
Estando en el orfanatorio, en el año 1930, la madre de Rulfo muere. En los
borradores que Clara Aparicio e Ivette Jiménez recuperaron leemos este
fragmento:
Recogió sus cosas y volvió a
sentarse bajo la sombra de un naranjo, a mitad del atrio. Simplemente no
funcionaba su cabeza. Sentía deshilvanado el cerebro. Vio los altos muros del
orfanatorio, allí donde dos ventanas altas y enrejadas le habían impedido tantas
veces asomarse al mundo. Llegó a no importarle esto, pues el mundo y el tiempo
estaban dentro. De acá afuera se veían insignificantes e inútiles, mudas, ya
que desde allá apenas transmitían un poco de luz. Nunca les encontró otro fin.
Viéndolo bien, nada allá dentro tenía explicación alguna; solamente que, y a
pesar de todo, aquello había sido su único refugio. (1994: 17)
Al terminar la
educación básica e iniciar la preparatoria y frente a la dificultad de hallar
una institución educativa para continuar los estudios (las preparatorias están
cerradas y la Universidad de Guadalajara suspendida), Rulfo, que ya es un
apasionado por los libros, tiene que optar entre el seminario y el colegio
militar. Elige el primero, con la ilusión de “recorrer el mundo”, si bien el
seminario era por entonces una institución de cierto modo clandestina.
Se presume que en
el año 1933 Rulfo está por primera vez en Ciudad de México, hecho que
determinará en gran parte su destino de escritor, pero tendrá de nuevo que
afrontar la opción del Colegio Militar como un modo de complementar sus
estudios y de justificar la estancia en la capital; sin embargo, como señala
Ascencio, sólo pudo permanecer por breve tiempo porque reconoce que la vida
militar no es lo suyo. No logra revalidar los estudios parciales de la
preparatoria y asiste, como anota Vital (2003), al Colegio de San Ildelfonso.
Entre 1935 y 1952, Rulfo trabaja en varios oficios (archivista, agente de
migración, agente viajero…), con el apoyo de un tío militar que tiene vínculos
con los gobiernos, según anota Ascencio. Quizás la tranquilidad de estos
trabajos haya propiciado el tiempo para escribir los cuentos a la vez que se
dedica a la fotografía.
La etapa intensa de
Rulfo, transcurre entre 1946 y 1952, años en que como vendedor de llantas viaja
a distintas regiones del país y explota al máximo sus intereses por la
fotografía. En 1945 en la revista Pan, de Guadalajara, se publican sus primeros
cuentos “Nos han dado la tierra” y “Macario” y en América, dirigida por Efrén Hernández,
publica de nuevo “Macario” en 1946, “Es que somos muy pobres” en 1947,
“La cuesta de las comadres” en 1948, “Talpa” y “El llano en llamas” en
1950 y “Diles que no me maten” en 1951; en la misma revista se publican las
primeras fotografías suyas, lo cual constituye un índice de los propósitos
estéticos con el arte de la imagen.
En 1953 es becario
del Centro Mexicano de Escritores y es cuando publica el libro de cuentos El
llano en llamas. La beca se extenderá hasta 1955, con renovaciones anuales,
cuando publicará Pedro Páramo.
En su juventud,
Juan Rulfo es un escalador de montañas y un viajero por las provincias
mexicanas. Es aficionado a la fotografía y en sus registros se percibirán las
geografías rurales, sugerentes de las antropologías de las comunidades
campesinas y de los pequeños pueblos. La experiencia como caminante y viajero
le permite asimilar las voces, aprehenderlas, de hombres y mujeres del campo y
de los pueblos del centro y nor-occidente de México. Conoce pues el otro
México, el México profundo, aquel México que después de la revolución agraria
(1910-1917) y de la revolución cristera (1926-1928) permanecerá en el misterio
y en la ambivalencia política. Los conocimientos empíricos del escritor se
complementarán con los resultados de sus indagaciones en los archivos de
inmigración, primero, y en las lecturas que hará de los cronistas de Indias,
después, para asegurar la calidad de un proyecto artístico/literario y
artístico/fotográfico.
Entre los
manuscritos rescatados por Ivette Jiménez (1994) sobresalen los apuntes sobre
la situación de los indios desde la conquista hasta el siglo XX. Se ubica aquí
el reconocimiento que Rulfo hace a la obra de fray Bernardino de Sahagún, de
quien nos dice que “inicia su tarea evangelizadora en Tlamanalco, población
distante 50 kilómetros de la capital. Cuatro años más tarde cambia su
residencia al Colegio de Tlatelolco, donde enseña lengua latina además de otras
materias y comienza a interesarse en las ‘cosas’ del México antiguo”. Rulfo
referencia asimismo la figura de fray Toribio de Benavente “Motolinía” quien
contribuye junto con Bernardino de Sahagún a levantar la historia de una
sociedad organizada y majestuosa, como lo fuera la gran ciudad de Tenochtitlan;
sin embargo, “para desgracia de ambos, el obispo Juan de Zumárraga, primer
inquisidor de la Nueva España, y un auxiliar de éste, fray Andrés de Olmos,
experto en demonología, y autor de un ‘Tratado de hechicerías y sortilegios’ se
habían encargado unos años antes de la destrucción casi total de documentos e
imágenes en poder de los indios”. Y presupone Rulfo que “fueron coautores del
sacrificio de sacerdotes y nobles, así como de los ‘tlacuilos’ que tenían a su
cargo el dibujo de los códices donde se describía la trayectoria del pueblo
azteca, ya que al ser capturado y destruido el Calmécac, lugar donde se formaba
y transmitían los conocimientos rituales del imperio teocrático mexicano, todo
fue incendiado para desarraigar para siempre lo que se suponía eran las fuentes
del paganismo”.
Rulfo redondea este
resumen, muy expedito a mi parecer para los estudiantes de secundaria,
destacando las ansias de Sahagún por el saber en torno a la cosmogonía de los
antiguos mexicas; el fraile, con la mirada del etnógrafo, se traslada fuera de
la ciudad y en un pueblo cercano (hoy Tepeapulco), acompañado de sus alumnos
indígenas, reúne “a un grupo de ancianos, así como dibujantes o tlacuilos,
quienes van trazando sobre el papel e interpretando la narración de aquellos
viejos supervivientes”. De dicha labor etnográfica ha quedado, insinúa Rulfo,
el conocimiento sobre los significados cosmogónicos, la cotidianidad, la
astronomía, los cantos poéticos y la filosofía prehispánica. Sin duda estos
conocimientos son remanentes de la memoria y se traslapan en los universos
ficticios de las obras de Rulfo y es lo que permite comprender también su
obsesión por retener a través de la cámara las ruinas de pirámides y de
iglesias, así como de los habitantes del campo y su desolación.
Fabio Jurado Valencia. (Buga-Florida, Valle, 1954). Licenciado en Literatura (Universidad
Santiago de Cali); Maestría en Letras Iberoamericanas (UNAM, México); Doctor en
Literatura (UNAM, México). Profesor del Departamento de Literatura y del
Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de
Colombia. Autor de los libros: Investigación, escritura y educación: El
lenguaje y la literatura en la transformación de la escuela; Posadas, México en
la poesía colombiana (compilación); La escuela en el cuento (compilación);
Rosario Castellanos, esa búsqueda ansiosa de la muerte; Ray Bradbury,
literatura fantástica; «El hombre» de Rulfo, polifonía y sociolecto narrativo;
Evaluación, conceptualización, experiencias, prospecciones (memoria y
compilación); Pedro Páramo de Juan Rulfo: murmullos, susurros y
silencios. Coordinador y coautor de los libros: Juguemos a interpretar,
Interacción y competencia comunicativa; La escuela en la tradición oral;
Culturas y escolaridad; La formación docente en América latina; Competencias y
proyecto pedagógico; Trazas y miradas. Participante por Colombia en el
Segundo Estudio Regional Comparativo de la Evaluación de la Calidad de la
Educación, convocado por el LLECE-UNESCO.
CARTAS DE
LOS LECTORES
COLLAZOS. Por ese gran medio me enteré del fallecimiento de Oscar Collazos,
noticia que me dolió profundamente. Sé que en Colombia, país de la amnesia,
intentarán olvidarlo, tal como han hecho con Germán Espinosa y con RH
Moreno-Durán, por lo que insto a sus lectores y amigos a impedir que esto ocurra.
Silvia Dueñas
* * *
OSCAR COLLAZOS. Lamento la desaparición física del narrador y ensayista Óscar
Collazos, figura del Post Boom latinoamericano. Muy interesante el cuento
publicado en Con-Fabulación, donde a sus veinte años ya se podía presagiar su
fututo literario. Luis Molina
* * *
ESCRITURA Y
SANACIÓN. Cuando la literatura trasciende su posibilidad
estética y se convierte en un documento que ayuda a tantas personas enfermas
como yo, con su humor y su talante poético, tiene un doble mérito. Gracias por
esa ejemplar “Crónica de un viaje al país de la muerte”. Aníbal Fuentes, antropólogo
* * *
ADIÓS A B.B. KING. El gran maestro del blues nos abandonó la semana pasada, sin embargo y
afortunadamente, su música nos seguirá acompañando Maestro gracias! Mauricio Perdomo
* * *
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