mercoledì 27 maggio 2015

Con–Fabulación No. 375 - Ida Vitale, Premio Reina Sofía


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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIALFabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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Ida Vitale
Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2015


La poeta, ensayista y traductora uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) fue reconocida esta semana con el Premio Reina Sofía.
Vitale había obtenido el premio Alfonso Reyes en 2014 y el Octavio Paz en 2009. Es autora de los poemarios: La luz de esta memoria, Palabra dada, Cada uno en su noche, Paso a paso, Oidor andante, Jardín de sílice, Elegías en otoño, La luz de esta memoria, Reducción del infinito… Y de los libros de ensayos: Léxico de afinidades, Donde vuela el camaleón, De plantas y animales; entre otros.

PATRIMONIO
Sólo tendremos lo que hayamos dado.
¿Y qué con lo ofrecido y no aceptado,
qué con aquello que el desdén reduce
a vana voz, sin más,
ardiente ántrax que crece,
desatendido, adentro?

La villanía del tiempo,
el hábito sinuoso
del tolerar paciente,
difiere frágiles derechos,
ofrece minas, socavones, grutas:
oscuridad apenas para apartar
vagos errores-

El clamor, letra a letra,
del discurso agorero
no disipa ninguna duda;
hace mucho que sabes:
ninguna duda te protege.


LA MENTIRA
Vuelan fronteras de un país
cuyo falso centro está en nosotros
que quién sabe dónde estemos.
El norte está en el sur,
este y oeste se confunden,
el sur se pierde entre la bruma
y dentro lo más vivo es la mentira.

¿Quién no tiene un cachorro de mentira?
¿Quién no le da su fiesta acostumbrada,
lo impone en campo imaginario?
¿Quién no draga o airea
su mínima mentira, sea gris o grandiosa,
y la lleva
donde los pájaros, las mariposas vuelan,
verdaderos, cada uno a lo suyo?

Y cuántos
celan la mentira del otro
mientras sin malicia los mira
la honestísima muerte.


¿Para qué la memoria?


Por Rubén Darío Flórez

Esta mañana de mayo miraba al río Moscú desde la baranda de granito, y ahora que evocaré un verbo poco usado - te advierto amigo lector - serás mi cómplice de la memoria: se cernieron tres pájaros fantásticos sobre el agua.
Eran deslumbrantes, venían de lejos, planeaban frágiles y obstinados. Fue como recuperar un evento de la memoria. Me vino a la mente la palabra gaviota, que nombra al pájaro que estaba viendo. El recuerdo me transformó. ¿Para qué la memoria? ¿Cuál es la memoria de los pájaros y de los seres humanos?
Esta gaviota de los pantanos de Eurasia tenía recuerdos, la imagen nítida del lugar en el río donde encontrará a sus congéneres para aparearse, el sitio del río en que están las viviendas de bípedos ruidosos que - como yo - las ven cernirse, y la ruta precisa de miles de kilómetros desde las estepas del Asia Central para migrar a la primavera.
La gaviota, como los halcones y las palomas, tiene un cerebro diminuto con una zona de experiencias inolvidables. Allí sedimentan sonidos, imágenes y rutas. La gaviota recuerda dónde estará un filólogo colombiano que la alimenta a la orilla del río. Tiene el recuerdo de las mañanas que llego a una cita con ella. Y el recuerdo del momento necesario cuando abre la cola como un abanico instantáneo, antes de posarse sobre el muro de granito.
La naturaleza de un pájaro está en sus recuerdos del sonido del agua del río y de las voces humanas. Para volar, recorrer y sobrevivir está obligada a recordar. Recordar es proteger la memoria familiar de su nido oculto. Para ella volar es su política de la memoria. Su aterrizaje depende del recuerdo justo de cálculo para batir con belleza las alas antes de posarse sobre el borde del granito. La serie de actos previos a poner las patas sobre el granito dura unos segundos y su memoria es exacta repitiendo esta acción. Sin recuerdos no existe un pájaro. 
Y los recuerdos humanos pueden parecer frágiles como el vuelo de una paloma. Aunque a diferencia de los pájaros que tienen solo memoria visual, los humanos tenemos memoria verbal. Con una acción, los pájaros cultivan su capacidad de recordar. Volar para ellas es un medio de recordar y ser.
A cuatro mil metros sobre el nivel del mar en los páramos del Quindío, un pájaro llega desde Canadá, pasa el verano y regresa a sus lagos desde Los Andes, llevando en la memoria la ruta del vuelo. La memoria humana es más vasta y enciclopédica que la de los pájaros. Hay un arte político y artístico de la memoria. Cultivamos la memoria para saber quién es uno, quiénes somos, en qué país vivimos.
La acción de recordar es un evento de identidad. Cuando nos despertamos ponemos en acción los mecanismos de la memoria del yo y de la acción. Hoy las memorias están en manos de transnacionales de comunicaciones. ¿Son más dueños de sí mismos los pájaros? ¿Dónde están nuestras políticas de la memoria? 

*Ensayista y traductor colombiano residenciado en Moscú


El escritor y el fotógrafo

Fotografía de Rulfo
Por Fabio Jurado Valencia

(Tomado de Oralidad y escritura en la obra de Rulfo, Común Presencia Editores)

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, es el nombre de pila del escritor mexicano Juan Rulfo, autor de El llano en llamas (1953), Pedro Páramo (1955) y El gallo de oro (1980); póstumamente conocemos de su autoría también Los cuadernos de Juan Rulfo (1994), dos libros de fotografía (2000, 2002) y Aire de las colinas (2000); este último libro es una recopilación de las cartas que le dirigiera a la novia –y después esposa–, Clara Aparicio, mientras recorría la geografía mexicana o vivía en Ciudad de México, estando ella en Guadalajara.
Nos confunde su nombre de pila: tres nombres y tres apellidos; y él mismo nos confundirá con su lugar de origen: a veces decía que era de Apulco; otras, de San Gabriel, pero también de Zapotlán, y muy pocas veces decía que era de Sayula. Nació en Sayula pero nunca vivió allí, le confesó el mismo Rulfo a Luis Harss. En sus apuntes de cuaderno escribe que “nació en Jalisco, México, el 16 de mayo de 1918”. Pero Jalisco es el Estado, no es un pueblo ni una ciudad. Y no nació en 1918 sino en 1917. Es Juan Ascencio (su consultor jurídico) quien finalmente esclarecerá el asunto en su libro Un extraño en la tierra. Biografía no autorizada de Juan Rulfo (2005); de acuerdo con sus indagaciones notariales Juan Rulfo nace en Sayula, Jalisco, el 16 de mayo de 1917.
En 1917 ocurre el desenlace de la revolución agraria (iniciada en 1910) y, en consecuencia, se inicia el proceso de distribución de la tierra, como resultado de la reforma a la constitución nacional. Juan Rulfo proviene de una familia de hacendados que, progresivamente, luego del asesinato del padre, es objeto de expropiaciones hasta quedar sólo con lo necesario. En el año 1926 sobreviene la revolución de los cristeros, movimiento promovido por la iglesia como respuesta a las leyes que prohibían la propiedad eclesiástica y el libre ejercicio sacerdotal y religioso; la revolución cristera duró hasta el año 1929 y Rulfo señalará en muchas entrevistas la impronta en su conciencia de este evento; el cuento “La noche que lo dejaron solo” y algunas escenas de la novela Pedro Páramo, muestran las singularidades de este movimiento ideológico-religioso liderado por curas conservadores bajo los gritos de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Obre Dios! La condensación literaria de dicho episodio aparece en el cuento “La noche que lo dejaron solo” y la parodia al espíritu religioso acendrado, radical, es registrado de manera cómica en el cuento “Anacleto Morones”.
La coyuntura histórica de la revolución de los cristeros limitó en gran parte el desarrollo académico de Juan Rulfo, quizás para bien si consideramos que frente a la situación de las escuelas cerradas y el aislamiento y el miedo propiciado por la revolución el niño Juan tendrá que encerrarse entre los libros que el cura del pueblo había trasladado a su casa. Permanecía durante horas, dice Ascencio, leyendo las novelas de Dumas, Víctor Hugo, las historias de Buffalo Bill… pues no salía a la calle por las continuas balaceras. Tenía diez años de edad y la lectura constituía el mejor modo de afrontar los miedos y el acallamiento, que permanecerá en el trayecto de toda su vida.
Ante la situación difícil para estudiar en San Gabriel, en donde viven, la madre lo envía, junto con el hermano mayor, al orfanatorio de Guadalajara. Es el año 1927. Rulfo le dirá en una entrevista a Elena Poniatowska (1985) que “en ese tiempo los orfanatorios eran como correccionales, la gente rica de Guadalajara mandaba a sus hijos allí para castigarlos cuando se portaban mal, allí los archivaban…” Estando en el orfanatorio, en el año 1930, la madre de Rulfo muere. En los borradores que Clara Aparicio e Ivette Jiménez recuperaron leemos este fragmento:

Recogió sus cosas y volvió a sentarse bajo la sombra de un naranjo, a mitad del atrio. Simplemente no funcionaba su cabeza. Sentía deshilvanado el cerebro. Vio los altos muros del orfanatorio, allí donde dos ventanas altas y enrejadas le habían impedido tantas veces asomarse al mundo. Llegó a no importarle esto, pues el mundo y el tiempo estaban dentro. De acá afuera se veían insignificantes e inútiles, mudas, ya que desde allá apenas transmitían un poco de luz. Nunca les encontró otro fin. Viéndolo bien, nada allá dentro tenía explicación alguna; solamente que, y a pesar de todo, aquello había sido su único refugio. (1994: 17)

Al terminar la educación básica e iniciar la preparatoria y frente a la dificultad de hallar una institución educativa para continuar los estudios (las preparatorias están cerradas y la Universidad de Guadalajara suspendida), Rulfo, que ya es un apasionado por los libros, tiene que optar entre el seminario y el colegio militar. Elige el primero, con la ilusión de “recorrer el mundo”, si bien el seminario era por entonces una institución de cierto modo clandestina.
Se presume que en el año 1933 Rulfo está por primera vez en Ciudad de México, hecho que determinará en gran parte su destino de escritor, pero tendrá de nuevo que afrontar la opción del Colegio Militar como un modo de complementar sus estudios y de justificar la estancia en la capital; sin embargo, como señala Ascencio, sólo pudo permanecer por breve tiempo porque reconoce que la vida militar no es lo suyo. No logra revalidar los estudios parciales de la preparatoria y asiste, como anota Vital (2003), al Colegio de San Ildelfonso. Entre 1935 y 1952, Rulfo trabaja en varios oficios (archivista, agente de migración, agente viajero…), con el apoyo de un tío militar que tiene vínculos con los gobiernos, según anota Ascencio. Quizás la tranquilidad de estos trabajos haya propiciado el tiempo para escribir los cuentos a la vez que se dedica a la fotografía.
La etapa intensa de Rulfo, transcurre entre 1946 y 1952, años en que como vendedor de llantas viaja a distintas regiones del país y explota al máximo sus intereses por la fotografía. En 1945 en la revista Pan, de Guadalajara, se publican sus primeros cuentos “Nos han dado la tierra” y “Macario” y en América, dirigida por Efrén Hernández, publica de nuevo “Macario” en 1946, “Es que somos muy pobres” en 1947, “La cuesta de las comadres” en 1948, “Talpa” y “El llano en llamas” en 1950 y “Diles que no me maten” en 1951; en la misma revista se publican las primeras fotografías suyas, lo cual constituye un índice de los propósitos estéticos con el arte de la imagen.
En 1953 es becario del Centro Mexicano de Escritores y es cuando publica el libro de cuentos El llano en llamas. La beca se extenderá hasta 1955, con renovaciones anuales, cuando publicará Pedro Páramo.
En su juventud, Juan Rulfo es un escalador de montañas y un viajero por las provincias mexicanas. Es aficionado a la fotografía y en sus registros se percibirán las geografías rurales, sugerentes de las antropologías de las comunidades campesinas y de los pequeños pueblos. La experiencia como caminante y viajero le permite asimilar las voces, aprehenderlas, de hombres y mujeres del campo y de los pueblos del centro y nor-occidente de México. Conoce pues el otro México, el México profundo, aquel México que después de la revolución agraria (1910-1917) y de la revolución cristera (1926-1928) permanecerá en el misterio y en la ambivalencia política. Los conocimientos empíricos del escritor se complementarán con los resultados de sus indagaciones en los archivos de inmigración, primero, y en las lecturas que hará de los cronistas de Indias, después, para asegurar la calidad de un proyecto artístico/literario y artístico/fotográfico.
Entre los manuscritos rescatados por Ivette Jiménez (1994) sobresalen los apuntes sobre la situación de los indios desde la conquista hasta el siglo XX. Se ubica aquí el reconocimiento que Rulfo hace a la obra de fray Bernardino de Sahagún, de quien nos dice que “inicia su tarea evangelizadora en Tlamanalco, población distante 50 kilómetros de la capital. Cuatro años más tarde cambia su residencia al Colegio de Tlatelolco, donde enseña lengua latina además de otras materias y comienza a interesarse en las ‘cosas’ del México antiguo”. Rulfo referencia asimismo la figura de fray Toribio de Benavente “Motolinía” quien contribuye junto con Bernardino de Sahagún a levantar la historia de una sociedad organizada y majestuosa, como lo fuera la gran ciudad de Tenochtitlan; sin embargo, “para desgracia de ambos, el obispo Juan de Zumárraga, primer inquisidor de la Nueva España, y un auxiliar de éste, fray Andrés de Olmos, experto en demonología, y autor de un ‘Tratado de hechicerías y sortilegios’ se habían encargado unos años antes de la destrucción casi total de documentos e imágenes en poder de los indios”. Y presupone Rulfo que “fueron coautores del sacrificio de sacerdotes y nobles, así como de los ‘tlacuilos’ que tenían a su cargo el dibujo de los códices donde se describía la trayectoria del pueblo azteca, ya que al ser capturado y destruido el Calmécac, lugar donde se formaba y transmitían los conocimientos rituales del imperio teocrático mexicano, todo fue incendiado para desarraigar para siempre lo que se suponía eran las fuentes del paganismo”.
Rulfo redondea este resumen, muy expedito a mi parecer para los estudiantes de secundaria, destacando las ansias de Sahagún por el saber en torno a la cosmogonía de los antiguos mexicas; el fraile, con la mirada del etnógrafo, se traslada fuera de la ciudad y en un pueblo cercano (hoy Tepeapulco), acompañado de sus alumnos indígenas, reúne “a un grupo de ancianos, así como dibujantes o tlacuilos, quienes van trazando sobre el papel e interpretando la narración de aquellos viejos supervivientes”. De dicha labor etnográfica ha quedado, insinúa Rulfo, el conocimiento sobre los significados cosmogónicos, la cotidianidad, la astronomía, los cantos poéticos y la filosofía prehispánica. Sin duda estos conocimientos son remanentes de la memoria y se traslapan en los universos ficticios de las obras de Rulfo y es lo que permite comprender también su obsesión por retener a través de la cámara las ruinas de pirámides y de iglesias, así como de los habitantes del campo y su desolación.

Fabio Jurado Valencia. (Buga-Florida, Valle, 1954). Licenciado en Literatura (Universidad Santiago de Cali); Maestría en Letras Iberoamericanas (UNAM, México); Doctor en Literatura (UNAM, México). Profesor del Departamento de Literatura y del Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de los libros: Investigación, escritura y educación: El lenguaje y la literatura en la transformación de la escuela; Posadas, México en la poesía colombiana (compilación); La escuela en el cuento (compilación); Rosario Castellanos, esa búsqueda ansiosa de la muerte; Ray Bradbury, literatura fantástica; «El hombre» de Rulfo, polifonía y sociolecto narrativo; Evaluación, conceptualización, experiencias, prospecciones (memoria y compilación); Pedro Páramo de Juan Rulfo: murmullos, susurros y silencios. Coordinador y coautor de los libros: Juguemos a interpretar, Interacción y competencia comunicativa; La escuela en la tradición oral; Culturas y escolaridad; La formación docente en América latina; Competencias y proyecto pedagógico; Trazas y miradas. Participante por Colombia en el Segundo Estudio Regional Comparativo de la Evaluación de la Calidad de la Educación, convocado por el LLECE-UNESCO.



CARTAS DE LOS LECTORES

COLLAZOS. Por ese gran medio me enteré del fallecimiento de Oscar Collazos, noticia que me dolió profundamente. Sé que en Colombia, país de la amnesia, intentarán olvidarlo, tal como han hecho con Germán Espinosa y con RH Moreno-Durán, por lo que insto a sus lectores y amigos a impedir que esto ocurra. Silvia Dueñas
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OSCAR COLLAZOS. Lamento la desaparición física del narrador y ensayista Óscar Collazos, figura del Post Boom latinoamericano. Muy interesante el cuento publicado en Con-Fabulación, donde a sus veinte años ya se podía presagiar su fututo literario. Luis Molina
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ESCRITURA Y SANACIÓN. Cuando la literatura trasciende su posibilidad estética y se convierte en un documento que ayuda a tantas personas enfermas como yo, con su humor y su talante poético, tiene un doble mérito. Gracias por esa ejemplar “Crónica de un viaje al país de la muerte”. Aníbal Fuentes, antropólogo
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ADIÓS A B.B. KING. El gran maestro del blues nos abandonó la semana pasada, sin embargo y afortunadamente, su música nos seguirá acompañando Maestro gracias! Mauricio Perdomo
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