martedì 7 aprile 2015

[Henciclo] interruptor - Pirámides en busca de sponsor - la columna de H enciclopedia



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       FIN DE LOS TIEMPOS: LA PREVIA
Pirámides en busca de sponsor
Las culturas dejan sus huellas, como los cerritos funerarios de los indios del Uruguay, pero las civilizaciones dejan moles, como las pirámides mexicas que retrepó Hernán Cortés disimulando su vértigo para que lo siguieran confundiendo con un dios. Y las moles hacen lo que pueden, como por ejemplo la Esfinge de Giza, en Egipto, que ha estado echada al sol del desierto por miles de años haciéndole la guardia a unas pirámides, impávida ante la milenaria curiosidad que despierta, e impávida también cuando en cierto momento perdió la nariz y la barba. Hace tanto que está por ahí, certificando los devaneos de los humanos, que alguna se dijo fueron los soldados de Napoleón, muy aburridos bajo el solazo, tal vez ya definitivamente aburridos de aquel siglo XVIII que, con toda su energía lumínica, se estaba evaporando, los que encendieron una mecha y le volaron la ñata de un cañonazo.
De todos modos, se entiende que se trata este incidente de leyenda, de patraña napoleónica, y que la nariz, en rigor, llevaba tiempo perdida a raíz de la cólera de un muy previo sufí, Muhammad Sa'im al-Dahr, escandalizado porque los campesinos, anhelosos de prosperidad para sus cosechas, todavía en 1378 le llevaban ofrendas. Se entiende que la Esfinge habría sido, en sus primicias, deidad solar, y tan magnética que todavía en el siglo XIV seguía convocando el paganismo, por lo que el sufí Sa’im habría puesto algunas dotes de ingeniería y vaya uno a saber cuántas cuadrillas de iconoclastas piadosísimos para rebajarla, mesándole y rapándole las barbas y sajándole también el naso. Es casi dulce imaginarlo al sufí, semisatisfecho antes esos vestigios en la arena –idólatras residuos de esfinge recién tusada, lamentándose, sin embargo, de que no le dieran las fuerzas como para meterse con toda la mole. Los musulmanes, por entonces, desecraban ojos, barbas y narices, para quitarle su vigor a los iconos paganos, pero antes tanto coloso todavía intacto cabe barajar al sufí rezando para que llagase alguna vez el día en que la divinidad sola e indisputable, Alá, en su infinita misericordia le suministrase misiles o jets saturados de bombarda que, en caso de necesidad, redujeran escombro las infinitas muestras de idolatría que Egipto, por milenios,
ha venido sembrándole al mundo.

Ese  día, como nadie ignora, ha llegado. El humano, con los años, ha sabido desarrollar tecnología capaz de derrumbar cualquier bastión idólatra. Todos vimos, no hace tanto, desplomarse dos torres colosales, casi babélicas, en la isla de Manhattan, e insisten en que quienes las derribaron fueron jihadistas. 

Hace semanas, el Califato Islámico, un grupo armado que lucha en Irak y Siria y extiende su vasallaje a Libia, Nigeria, y varios puntos del Magreb, con un entusiasmo que habría  hecho suspirar a Muhammad Sa'im al-Dahr, se las agarró con unas reliquias  que creyó milenarias del museo de Nínive, haciéndolas escombro, si bien al parecer, según advirtieron autoridades de museo, desde Bagdad, que se trataba nada más de copias. Todos recordaron, entonces, cómo a principios de este milenio los talibanes afganos la habían emprendido a cañonazos contra dos colosales estatuas de Buda, a las que entendieron paganas; también se hizo inevitable recordar que desde hace unos años van en aumento los de los salafistas (doctrina que impulsa Arabia Saudita y que, entre otros, abrazaron los talibanes y también los militantes del Estado Islámico) para deshacerse, ya no apenas de la Esfinge, sino de esos otros “símbolos de paganismo”, las pirámides,  que en Egipto, si este columnista mal no recuerda, suman unas noventa y nueve. (leer más) 
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