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La libertad está muy sobrevalorada en nuestra cultura. No porque no valga, sino porque, siendo gente, ya tenemos, y siempre tuvimos, toda la que podemos tener. Viene como componente esencial y por defecto en el equipamiento de cada sujeto. García Márquez, penúltimo de una larga lista que incluye desde Andrés Bello a Paulo Freire, despotricó contra lagramática, argumentando por una imaginada libertad irrestricta del sujeto hablante. Claro que lo que guió a Bello y a García Márquez era encontrar vías de responder a la lengua propia y escapar a normas metropolitanas, y no, como se puede creer hoy, a deshacerse de las gramáticas, ya que esto, me parece, es confundir el adentro con el afuera. Es difícil saber exactamente qué sería lo que limita al sujeto interior, el reflexivo, ese al que apela tanto García Márquez como todos los demás, salvo su propia creencia de estarlo. La gramática no sirve para nada desde el punto de vista “lógico” del lenguaje, de acuerdo, pero es valiosa del mismo modo que una forma cerrada es valiosa al poeta: peleando para dominar una estructura fija, como la del soneto, es que a menudo se alcanzan libertades que ningún verso libre otorgaría.
Todo discurso que argumenta por la libertad suena, sin embargo, automáticamente simpático. Creo que es la forma de demagogia más clásicamente eficaz. Se dedica a repetir un lugar común siempre exitoso, que pide lo que ya tenemos haciendo como que no lo tenemos. Peor aún: en lugar de poner al sujeto frente a su responsabilidad, diciéndole “ahora decida, y deje de lamentarse o echarle la culpa a otros”, lo que hace es pasarle la mano por la espalda confirmándole “¡ah... si todos esos perversos gramáticos o esos maestros que te castigaban porque tenías faltas de ortografía, o esas leyes y reglamentos amañados por la perversa comunidad no estuvieran en vigencia, qué maravilla de vida que tendrías; ¡cómo se expresarían tus indudables talentos, por ahora secretos!”. Claro que no hubo tales talentos ni tal nada. En general, donde no se encuentran señales de vida inteligente es porque lo que hay está muerto, y la culpa no es de nadie. Quizá valga más considerar otros vericuetos, para el caso ontológicos, del asunto.
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El yo como sujeto agente gramatical pone un énfasis estructural en pensar el mundo como relaciones sujeto (agente, activo, realizador, dotado de propiedades)-objeto. Estas propiedades permanecen, no obstante, de algún modo independientes del sujeto —en el “predicado”—, dejando al sujeto (gramatical y ontológico) pensable solo como un vacío capaz de adherirse todos los misterios, infinitamente abierto, completamente posible.
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Es así que la gramática indetermina al Yo y lo hace pasible de ser aun lo que en concreto no podría ser. En la gramática todos los futuros son posibles, así como todas las mentiras son verdades gramaticales, y todas las inexistencias, realidades gramaticales. Así es que lo que te limita (la gramática), es justamente lo que te da posibilidades irrestrictas.Es fama que Nietzsche observó: “Me temo que no nos hemos librado de Dios, puesto que aun tenemos fe en la gramática”. ¿Qué quería decir? Acaso (interpretación mística), que algo en la estructura de todos los lenguajes humanos presupone un Dios. O acaso (interpretación atea), que lo fingen. En el primero de los casos, una conciencia interior divina y prelingüística, que igual se expresa en palabras, habría garantido que veamos el mundo como poder de un agente inmarcesible (el “sujeto”) que se enfrenta, como en interminable videogame, a la sucesión de las cosas para ponerles un nombre, operar con ellas, pero nunca ser alcanzable por ellas, pues está hecho de otra sustancia completamente ajena al mundo: Dios está en el mundo encarnado, pero en realidad está a salvo. El yo es Dios operando en su creación a distancia, de modo mediado por la ilusión del ser con cuerpo y de los lenguajes terrícolas. Pero al hacerlo, ese lenguaje no puede evitar reponer una estructura que revela su origen. El misterioso “en el principio era el Verbo”, o luego el redoblante misterio teológico del “Verbo encarnado”, parecen aludir a semejante relación genética del mundo, en base a Dios, y a través de cierta estructura del ser, que el lenguaje repite. (leer más)
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