lunedì 27 aprile 2015

Con–Fabulación

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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIALFabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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Las muertes inconclusas
Gonzalo Márquez Cristo


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Aquí el prólogo de Antonio Gamoneda (consagrado con los premios Cervantes y Reina Sofía), perteneciente a Las muertes inconclusas de Gonzalo Márquez Cristo, que obtuviera el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot.
El libro, publicado por Común Presencia, contiene ocho pinturas realizadas exclusivamente para esta aguda y poética obra, por el artista Germán Londoño.

Me extravío en el pensamiento vertiginoso
de este libro
Por Antonio Gamoneda

He leído Las muertes inconclusas de Gonzalo Márquez Cristo en su original. Un abismo y su vértigo. El abismo y su vértigo disuelven en mí, si es que la tengo, la trama neuronal del pensamiento. Pensar el libro y decir de él. Pensar, decir, explicar, definir... Definir es conciencia de límites, decía Cicerón, si bien recuerdo. Y ¿cuáles son los límites del abismo, suponiendo que el abismo tenga límites? No lo sé y no me importa no saberlo. No hay conciencia de límites en el interior del vértigo. Esto pienso, si es que pienso. Sería además una conciencia inútil. Pero bien, ahora mismo (¿qué será, “ahora mismo”?; sí, ya lo sé; que me lo dice Gonzalo: es el instante; el instante que aparece y desaparece simultáneamente; que es y no es simultáneamente; y, por tanto, en él vivimos y no vivimos, amenazados por la eternidad; por la eternidad del instante; por uno y otro que no son tiempo en sí mismos). Decía que “ahora mismo” no sé por qué, vertiginosamente, presiento que lo inconcluso es lo que no puede concluir precisamente porque no tiene límites. Bien; así es lo que no es. Pero qué es, insisto, qué son y no son, pongamos, en su envés, lo inconcluso y los límites? Me dice Gonzalo que la muerte. No lo entiendo, pero sí, probablemente. ¿Qué era yo hace, más o menos, mil años y qué voy a ser dentro de, más o menos, mil años, contados desde este inapresable “ahora mismo”? Nada. Nada, sea cual sea y no sea el milenio, y nada, sea lo que sea no siendo, el instante, el “ahora mismo”. Le dicen vida, al parecer, y por tanto, al parecer, ha de ser sólo apariencia, y, por tanto, la vida, ciertamente, no es la vida. Por causa no sabida, que habrá de ser, lógicamente, apariencia, yo dispongo, dicen, de la palabra. ¿De qué? ¿Por qué? ¿Para qué? Para salvarme, dicen, Para salvarme entonces, digo yo, será de la vida, de esa otra primera apariencia. No; para salvarte, siguen diciendo, de la muerte ¿De qué muerte? ¿De la última apariencia? No nos entendemos. Obviamente, la palabra, la palabra poética, quiero decir, es también y tan sólo un estado liminal del silencio; del único atributo pertinente del ser y no ser; de la realidad que se libra constantemente de si misma confundiéndose en el ser y no ser. ¿Y el amor, la tragedia, la alucinación? Sí, naturalmente, grandes convulsiones, accidentes deseados o temidos que se producen sin que por ello adquieran realidad; como todo, como sus continentes, son y no son, y, siendo y no siendo nos convulsionan y abrasan. Así, como digo, me extravío yo en el pensamiento vertiginoso de este libro; por ahí, por esa selva invisible, andan con pasos lúcidamente orientados hacia su propio misterio Las muertes inconclusas. Pregunten por ellas a Gonzalo de parte de su cisatlántico hermano Antonio Gamoneda.

Oralidad y escritura en la obra de Juan Rulfo
Fabio Jurado Valencia


A continuación las palabras liminares de Fabio Jurado Valencia a Oralidad y escritura en la obra de Juan Rulfo, notable ensayo que será presentado el 2 de mayo en la Gran Tarde de Los Conjurados, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Corferias), Salón Manuel Zapata, 5 pm.



Oralidad y escritura se enhebran en el proyecto narrativo de Juan Rulfo. Su obra se inscribe en la literatura y el arte de la transculturación. El valor estético se apuntala en la fuerza verosímil que produce la escritura al hacernos sentir la oralidad en un aquí-ahora del narrador de historias modulado por la intencionalidad literaria. Este valor deviene de la habilidad discursiva con la cual a la vez que se redescubre la idiosincrasia de las comunidades rurales nos acerca a los universos de las culturas periféricas del mundo. La orfandad, surgida en esta relación, no es solo material (la pobreza y la realidad agreste de hombres y mujeres del campo) sino también y, sobre todo, espiritual-cultural (la desesperanza, el aislamiento y el sentimiento de derrota).
Los silencios, los ensimismamientos y los mutismos son los signos de la frustración en los personajes de Rulfo y todo silencio es habla interior a-sintáctica; el habla nos llega a través de una escritura que moviliza los efectos semánticos de la oralidad; entonces se trata de una escritura oralizada o de una oralidad escriturada con unos matices estéticos que el autor controla (lo hizo hasta que murió en el año 1986: corregir lo que ya se había publicado), porque fue obsesivo en los modos de decir y de acentuar, en la escucha y los tonos del habla coloquial representada en la escritura.
Los cuentos (El llano en llamas, 1953) y las dos novelas (Pedro Páramo, 1955; El gallo de oro, registrado como argumento para cine en 1959, publicado como relato en 1980 y como novela por el editor en 2010) constituyen signos reveladores de la cosmovisión de las comunidades rurales y, sobre todo, posibilitan comprender el remodelamiento de la oralidad a través de la escritura literaria. La caracterización de los procesos de enunciación de los narradores de las obras del escritor mexicano son todavía objeto de investigación, si bien en el año 2012 el trabajo de Françoise Perus (Juan Rulfo, el arte de narrar) abona de manera significativa el terreno de las indagaciones sobre la oralidad ficcionalizada.
En este segundo libro sobre la obra del mexicano Juan Rulfo (1917-1986) nos proponemos mostrar de qué modo la oralidad hace parte de los tonos en los discursos de narradores y personajes, como una estrategia estética diferente a la mera transcripción grafo-fonética de las locuciones de los hablantes de las regiones de la periferia, como puede observarse en los escritores del realismo, el indigenismo y de la revolución que antecedieron a Rulfo; diferente a aquellas obras la escritura de Rulfo acentúa el acto de escuchar y no el acto de leer.
Más allá de este propósito por exaltar la fuerza lingüística con acentos orales se trata de resaltar también los efectos estéticos y éticos de las representaciones literarias, muy propicias para comprender la complejidad del mundo desde imágenes visuales que interpelan la marginalidad; en el caso de Rulfo dichas representaciones devienen de representaciones asociadas con las fotografías, muchas de las cuales constituyen palimpsestos en las obras narrativas.
Carlos Pacheco ya había señalado en La comarca oral (1992), acogiendo los planteamientos de Rama, el carácter transculturador de ese “equipo intelectual” de narradores latinoamericanos que renueva la literatura en América Latina. Pacheco destaca la tendencia a transformar los narradores canónicos en el arte de la novela, y exalta la autonomía de las voces de los personajes rurales y sus visiones ideológicas y culturales en las obras que despuntan en la década de 1950. Es el “neo-regionalismo”, dice Pacheco, que pone al descubierto la marginalidad y la manipulación de los gobiernos pero también la sabiduría de los campesinos y los contrastes con las ideologías del poder, entreveradas en la escritura literaria.
La “impresión de oralidad”, su representación a través de la escritura transcultural, alcanza su punto más alto en Rulfo, y se reconfirma en Guimarães Rosa, con Gran Sertón: Veredas; Roa Bastos, con Hijo de hombre; García Márquez, con Cien años de soledad; quienes junto con Arguedas –Los ríos profundos– escriben la “ficcionalización de las comarcas orales latinoamericanas” en la perspectiva de representar las dinámicas de la “comunicación intercultural”. Tal proyecto estético apuntó hacia la “ficcionalización de una cultura oral”, tan propia de los países con ancestros indígenas y afros, para develar los conocimientos y las singularidades políticas de sus regiones. La perspectiva etno-antropológica vincula a estos escritores incluso en los ámbitos de la investigación como profesión.
La escritura literaria de la transculturación le demanda al lector una actitud para neutralizar los imaginarios que sobre la literatura ha promovido la educación formal (la literatura como forma de adquirir “cultura” o forma de distinción social); en la escritura literaria de la transculturación el lector trabaja rastreando los implícitos de la narración ficticia oralizada; el lector oye y ve los lugares, las cosas y los sujetos (es la verosimilitud), no como artificios, sino como el efecto de una transcreación del mundo (lo que ocurre en Comala o en Macondo) sin abandonar los referentes culturales de dicho mundo. Se trata de la reconfiguración cultural que la dinámica de la interpretación, en este lector modelizado por las trayectorias hermenéuticas de las obras mismas, hacen posible.

Fabio Jurado Valencia. (Buga-Florida, Valle, 1954). Licenciado en Literatura (Universidad Santiago de Cali); Maestría en Letras Iberoamericanas (UNAM, México); Doctor en Literatura (UNAM, México). Profesor del Departamento de Literatura y del Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de Colombia. Autor de los libros: Investigación, escritura y educación: El lenguaje y la literatura en la transformación de la escuela; Posadas, México en la poesía colombiana (compilación); La escuela en el cuento (compilación); Rosario Castellanos, esa búsqueda ansiosa de la muerte; Ray Bradbury, literatura fantástica; «El hombre» de Rulfo, polifonía y sociolecto narrativo; Evaluación, conceptualización, experiencias, prospecciones (memoria y compilación); Pedro Páramo de Juan Rulfo: murmullos, susurros y silencios. Coordinador y coautor de los libros: Juguemos a interpretar, Interacción y competencia comunicativa; La escuela en la tradición oral; Culturas y escolaridad; La formación docente en América latina; Competencias y proyecto pedagógico; Trazas y miradas. Participante por Colombia en el Segundo Estudio Regional Comparativo de la Evaluación de la Calidad de la Educación, convocado por el LLECE-UNESCO.


Bogotá, gris metal
Sara Fernández Rey

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Reproducimos el Capítulo 4 de la novela Bogotá Gris Metal, de la escritora española Sara Fernández Rey, perteneciente a la Colección Los Conjurados, que será bautizado en el Salón Manuel Zapata el 2 de mayo a las 5 p.m., en la Feria del Libro de Bogotá.
La imagen de la portada es un óleo del artista Eduardo Esparza.

¡Colombia! Su familia se asustó, ni se te ocurra, es un país peligrosísimo, le dijo su madre.
El hijo de Dominique, mi amiga francesa, desapareció allí, fue un año de profesor a la Universidad Javeriana y en vacaciones marchó a Leticia. Quería conocer la selva, las tribus indígenas, el gran río, la Amazonía, y nunca volvió. Dominique estuvo dos años allá buscándolo. Que si guerrilla, que si paramilitares, que si delincuentes comunes, que si se lo tragó la selva, como al personaje de La Vorágine… Nunca lo encontraron. 
A Dominique la tratan ahora en París de una profunda depresión.
No quiero que me suceda algo parecido, recapacita, perder a un hijo, lo más terrible. Ya no te tengo aunque estés vivo. Cada día te percibo más como un personaje de ficción, un personaje de Patricia Higsmith, frío como un témpano, calculador. Tu tardía adolescencia fue un tormento que nunca tuvo fin, me detestabas, respiraba tu animadversión. Me golpeaste.
“Sí madre, sí. Un puñetazo en la espalda en el piso de arriba, al borde de la escalera, que ruede hasta el rellano, golpe perfecto”, describe Germán al psicólogo delante de su madre, y cuenta cómo lo concibió: “No fue espontáneo, que  le duela bien fuerte, pensé, que lastime pero que no la mate, que lo sienta, que reflexione, que sea consciente del odio que me inspira. Pero… que no vaya a perder la conciencia. Que lo sufra”.
Eso fue hace años, ahora, que ya sabes lo que puedes hacer, calcularás mejor, sigue cavilando Inés. Un golpe bien dado. Qué se mate, que se abra la cabeza con el borde de la bañera y se desangre sin dejar huella del empujón que le propiné. Por detrás, a traición. Arreglarás así tu propia vida. Desaparecerá la mujer que te la dio, te la jodió, y desde su muerte te la solucionará. Alquilarás las casas heredadas, venderás los coches y te irás a un país mucho más ecónomico que el tuyo. Vivirás como siempre quisiste, sin obligaciones, rodeado de libros, revistas, buena comida y mejor vino.
Tendrás hijos de los que nunca sabré y que sentirán la falta de la abuela, esa mujer de la que les hablarán quienes la conocieron. Nunca su padre. Gozarán de madre latina, de las que a ti te hubiera gustado tener, no la sabihonda, la pesada, la coñazo, la que te empuja por las calles, la que te quita espacio, la que felizmente murió, o mejor, se mató. Quizás alguna vez escribas:
“El día que maté a mi madre fui feliz. Fue el mejor de mi vida. No podía independizarme, no sabía salir de ella. También ella quiso, deseó e intentó matar a otros seres de los que no podía escapar. No lo hizo. Yo lo hice por ella. Se sentirá orgullosa de mí”.
“¡Qué loca estoy! Jamás tú harías algo semejante, me estoy convirtiendo de verdad en una histérica obsesa”.
“¡No! No te me desaparezcas ahora tú, no te vayas a un país tan violento, cuida tu vida, es lo único que tenemos y, o la disfrutamos, o la perdemos viviendo sin vivir. Quiero ayudarte, que te calmes, que no me odies, que estés cerca de mí. Sentir que me quieres como ya lo sé, aunque no lo sienta”.


CARTAS DE LOS LECTORES


POSTALES DESDE CIUDADES INSOMNES. Celebro el libro de Fernando Vargas Valencia. Gracias Con-Fabulación por presentarnos nuevas, o mejor, interesantes voces de la poesía colombiana. Bernardo Ospina, Barranquilla.

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TATIANA GUARDIOLA SARMIENTO. Cruel e ingenioso el relato “Piano de cola” publicado en Con-Fabulación. Hay tanto cinismo como erotismo en ese texto que nos acerca a una interesante autora colombiana. María Fernanda Colmenares

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LA ESCULTURA DE TURBAY AYALA. Un comentario a la carta de Amelia García (Edición # 369) sobre la escultura del monstruo Turbay. Aunque es muy grande la tentación de destruir esos engendros públicos, creo que sería más útil, quizá, mantener la estatua, pero con el único propósito de añadirle mensajes permanentes y continuos (y muy claros) sobre su atroz intervención en la historia del país. Cordialmente José F. González, Manizales



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