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DIRECTOR:
Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván
Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia,
Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca,
Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez,
Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN
EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate
(Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva
(México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela);
Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta
L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando
Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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Las muertes inconclusas
Gonzalo Márquez Cristo
Aquí el prólogo
de Antonio Gamoneda (consagrado con los premios Cervantes y Reina
Sofía), perteneciente a Las muertes inconclusas de Gonzalo
Márquez Cristo, que obtuviera el Premio Internacional de Ensayo
Maurice Blanchot.
El libro,
publicado por Común Presencia, contiene ocho pinturas realizadas exclusivamente
para esta aguda y poética obra, por el artista Germán Londoño.
Me extravío en el
pensamiento vertiginoso
de este libro
de este libro
Por Antonio Gamoneda
He leído Las muertes inconclusas
de Gonzalo Márquez Cristo en
su original. Un abismo y su vértigo. El abismo y su vértigo disuelven en mí, si
es que la tengo, la trama neuronal del pensamiento. Pensar el libro y decir de
él. Pensar, decir, explicar, definir... Definir es conciencia de límites, decía
Cicerón, si bien recuerdo. Y ¿cuáles son los límites del abismo, suponiendo que
el abismo tenga límites? No lo sé y no me importa no saberlo. No hay conciencia
de límites en el interior del vértigo. Esto pienso, si es que pienso. Sería
además una conciencia inútil. Pero bien, ahora mismo (¿qué será, “ahora
mismo”?; sí, ya lo sé; que me lo dice Gonzalo: es el instante; el
instante que aparece y desaparece simultáneamente; que es y no es
simultáneamente; y, por tanto, en él vivimos y no vivimos, amenazados por la
eternidad; por la eternidad del instante; por uno y otro que no son tiempo
en sí mismos). Decía que “ahora mismo” no sé por qué, vertiginosamente,
presiento que lo inconcluso es lo que no puede concluir precisamente porque no
tiene límites. Bien; así es lo que no es. Pero qué es, insisto, qué son y no
son, pongamos, en su envés, lo inconcluso y los límites? Me dice Gonzalo que la
muerte. No lo entiendo, pero sí, probablemente. ¿Qué era yo hace, más o menos,
mil años y qué voy a ser dentro de, más o menos, mil años, contados desde este
inapresable “ahora mismo”? Nada. Nada, sea cual sea y no sea el milenio, y
nada, sea lo que sea no siendo, el instante, el “ahora mismo”. Le dicen vida,
al parecer, y por tanto, al parecer, ha de ser sólo apariencia, y, por tanto,
la vida, ciertamente, no es la vida. Por causa no sabida, que habrá de ser,
lógicamente, apariencia, yo dispongo, dicen, de la palabra. ¿De qué? ¿Por qué?
¿Para qué? Para salvarme, dicen, Para salvarme entonces, digo yo, será de la
vida, de esa otra primera apariencia. No; para salvarte, siguen diciendo, de la
muerte ¿De qué muerte? ¿De la última apariencia? No nos entendemos. Obviamente,
la palabra, la palabra poética, quiero decir, es también y tan sólo un estado
liminal del silencio; del único atributo pertinente del ser y no ser; de la
realidad que se libra constantemente de si misma confundiéndose en el ser y no
ser. ¿Y el amor, la tragedia, la alucinación? Sí, naturalmente, grandes
convulsiones, accidentes deseados o temidos que se producen sin que por ello
adquieran realidad; como todo, como sus continentes, son y no son, y, siendo y
no siendo nos convulsionan y abrasan. Así, como digo, me extravío yo en el
pensamiento vertiginoso de este libro; por ahí, por esa selva invisible, andan
con pasos lúcidamente orientados hacia su propio misterio Las muertes
inconclusas. Pregunten por ellas a Gonzalo de parte de su cisatlántico
hermano Antonio Gamoneda.
Oralidad
y escritura en la obra de Juan Rulfo
Fabio Jurado Valencia
A continuación las palabras liminares
de Fabio Jurado Valencia a Oralidad y escritura en la obra de Juan
Rulfo, notable ensayo que será presentado el 2 de mayo en la
Gran Tarde de Los Conjurados, en el marco de la Feria Internacional del Libro
de Bogotá (Corferias), Salón Manuel Zapata, 5 pm.
Oralidad y escritura se enhebran en el
proyecto narrativo de Juan Rulfo. Su obra se inscribe en la literatura y el
arte de la transculturación. El valor estético se apuntala en la fuerza
verosímil que produce la escritura al hacernos sentir la oralidad en un
aquí-ahora del narrador de historias modulado por la intencionalidad literaria.
Este valor deviene de la habilidad discursiva con la cual a la vez que se
redescubre la idiosincrasia de las comunidades rurales nos acerca a los
universos de las culturas periféricas del mundo. La orfandad, surgida en esta
relación, no es solo material (la pobreza y la realidad agreste de hombres y
mujeres del campo) sino también y, sobre todo, espiritual-cultural (la
desesperanza, el aislamiento y el sentimiento de derrota).
Los silencios, los ensimismamientos y
los mutismos son los signos de la frustración en los personajes de Rulfo y todo
silencio es habla interior a-sintáctica; el habla nos llega a través de una
escritura que moviliza los efectos semánticos de la oralidad; entonces se trata
de una escritura oralizada o de una oralidad escriturada con unos matices
estéticos que el autor controla (lo hizo hasta que murió en el año 1986:
corregir lo que ya se había publicado), porque fue obsesivo en los modos de
decir y de acentuar, en la escucha y los tonos del habla coloquial representada
en la escritura.
Los cuentos (El llano en llamas,
1953) y las dos novelas (Pedro Páramo, 1955; El gallo de oro, registrado
como argumento para cine en 1959, publicado como relato en 1980 y como novela
por el editor en 2010) constituyen signos reveladores de la cosmovisión de las
comunidades rurales y, sobre todo, posibilitan comprender el remodelamiento de
la oralidad a través de la escritura literaria. La caracterización de los
procesos de enunciación de los narradores de las obras del escritor mexicano
son todavía objeto de investigación, si bien
en el año 2012 el trabajo de Françoise Perus (Juan Rulfo,
el arte de narrar) abona de manera significativa el terreno de las
indagaciones sobre la oralidad ficcionalizada.
En este segundo libro sobre la obra del
mexicano Juan Rulfo (1917-1986) nos proponemos mostrar de qué modo la oralidad
hace parte de los tonos en los discursos de narradores y personajes, como una
estrategia estética diferente a la mera transcripción grafo-fonética de las
locuciones de los hablantes de las regiones de la periferia, como puede
observarse en los escritores del realismo, el indigenismo y de la revolución
que antecedieron a Rulfo; diferente a aquellas obras la escritura de Rulfo
acentúa el acto de escuchar y no el acto de leer.
Más allá de este propósito por exaltar
la fuerza lingüística con acentos orales se trata de resaltar también los
efectos estéticos y éticos de las representaciones literarias, muy propicias
para comprender la complejidad del mundo desde imágenes visuales que interpelan
la marginalidad; en el caso de Rulfo dichas representaciones devienen de
representaciones asociadas con las fotografías, muchas de las cuales
constituyen palimpsestos en las obras narrativas.
Carlos Pacheco ya había señalado en La
comarca oral (1992), acogiendo los planteamientos de Rama, el carácter transculturador
de ese “equipo intelectual” de narradores latinoamericanos que renueva la
literatura en América Latina. Pacheco destaca la tendencia a transformar los
narradores canónicos en el arte de la novela, y exalta la autonomía de las
voces de los personajes rurales y sus visiones ideológicas y culturales en las
obras que despuntan en la década de 1950. Es el “neo-regionalismo”, dice
Pacheco, que pone al descubierto la marginalidad y la manipulación de los
gobiernos pero también la sabiduría de los campesinos y los contrastes con las
ideologías del poder, entreveradas en la escritura literaria.
La “impresión de oralidad”, su
representación a través de la escritura transcultural, alcanza su punto más
alto en Rulfo, y se reconfirma en Guimarães Rosa, con Gran Sertón: Veredas;
Roa Bastos, con Hijo de hombre; García Márquez, con Cien años de
soledad; quienes junto con Arguedas –Los ríos profundos– escriben la
“ficcionalización de las comarcas orales latinoamericanas” en la perspectiva de
representar las dinámicas de la “comunicación intercultural”. Tal proyecto
estético apuntó hacia la “ficcionalización de una cultura oral”, tan propia de
los países con ancestros indígenas y afros, para develar los conocimientos y
las singularidades políticas de sus regiones. La perspectiva etno-antropológica
vincula a estos escritores incluso en los ámbitos de la investigación como
profesión.
La escritura literaria de la
transculturación le demanda al lector una actitud para neutralizar los
imaginarios que sobre la literatura ha promovido la educación formal (la
literatura como forma de adquirir “cultura” o forma de distinción social); en
la escritura literaria de la transculturación el lector trabaja rastreando los
implícitos de la narración ficticia oralizada; el lector oye y ve los lugares,
las cosas y los sujetos (es la verosimilitud), no como artificios, sino como el
efecto de una transcreación del mundo (lo que ocurre en Comala o en Macondo)
sin abandonar los referentes culturales de dicho mundo. Se trata de la reconfiguración
cultural que la dinámica de la interpretación, en este lector modelizado por
las trayectorias hermenéuticas de las obras mismas, hacen posible.
Fabio Jurado Valencia. (Buga-Florida, Valle, 1954). Licenciado en Literatura (Universidad
Santiago de Cali); Maestría en Letras Iberoamericanas (UNAM, México); Doctor en
Literatura (UNAM, México). Profesor del Departamento de Literatura y del
Instituto de Investigación en Educación, de la Universidad Nacional de
Colombia. Autor de los libros: Investigación, escritura y educación: El
lenguaje y la literatura en la transformación de la escuela; Posadas, México en
la poesía colombiana (compilación); La escuela en el cuento (compilación);
Rosario Castellanos, esa búsqueda ansiosa de la muerte; Ray Bradbury, literatura
fantástica; «El hombre» de Rulfo, polifonía y sociolecto narrativo; Evaluación,
conceptualización, experiencias, prospecciones (memoria y compilación); Pedro
Páramo de Juan Rulfo: murmullos, susurros y silencios. Coordinador y
coautor de los libros: Juguemos a interpretar, Interacción y competencia
comunicativa; La escuela en la tradición oral; Culturas y escolaridad; La
formación docente en América latina; Competencias y proyecto pedagógico; Trazas
y miradas. Participante por Colombia en el Segundo Estudio Regional
Comparativo de la Evaluación de la Calidad de la Educación, convocado por el
LLECE-UNESCO.
Bogotá,
gris metal
Sara Fernández Rey
Reproducimos el
Capítulo 4 de la novela Bogotá Gris Metal, de la escritora
española Sara Fernández Rey, perteneciente a la Colección Los
Conjurados, que será bautizado en el Salón Manuel Zapata el 2 de mayo a las 5
p.m., en la Feria del Libro de Bogotá.
La imagen de la
portada es un óleo del artista Eduardo Esparza.
¡Colombia! Su familia se asustó, ni se
te ocurra, es un país peligrosísimo, le dijo su madre.
El hijo de Dominique, mi amiga francesa,
desapareció allí, fue un año de profesor a la Universidad Javeriana y en
vacaciones marchó a Leticia. Quería conocer la selva, las tribus indígenas, el
gran río, la Amazonía, y nunca volvió. Dominique estuvo dos años allá
buscándolo. Que si guerrilla, que si paramilitares, que si delincuentes
comunes, que si se lo tragó la selva, como al personaje de La Vorágine… Nunca
lo encontraron.
A Dominique la tratan ahora en París de
una profunda depresión.
No quiero que me suceda algo parecido,
recapacita, perder a un hijo, lo más terrible. Ya no te tengo aunque estés
vivo. Cada día te percibo más como un personaje de ficción, un personaje de
Patricia Higsmith, frío como un témpano, calculador. Tu tardía adolescencia fue
un tormento que nunca tuvo fin, me detestabas, respiraba tu animadversión. Me
golpeaste.
“Sí madre, sí. Un puñetazo en la espalda
en el piso de arriba, al borde de la escalera, que ruede hasta el rellano,
golpe perfecto”, describe Germán al psicólogo delante de su madre, y cuenta
cómo lo concibió: “No fue espontáneo, que le duela bien fuerte, pensé,
que lastime pero que no la mate, que lo sienta, que reflexione, que sea
consciente del odio que me inspira. Pero… que no vaya a perder la conciencia.
Que lo sufra”.
Eso fue hace años, ahora, que ya sabes
lo que puedes hacer, calcularás mejor, sigue cavilando Inés. Un golpe bien
dado. Qué se mate, que se abra la cabeza con el borde de la bañera y se
desangre sin dejar huella del empujón que le propiné. Por detrás, a traición.
Arreglarás así tu propia vida. Desaparecerá la mujer que te la dio, te la
jodió, y desde su muerte te la solucionará. Alquilarás las casas heredadas,
venderás los coches y te irás a un país mucho más ecónomico que el tuyo.
Vivirás como siempre quisiste, sin obligaciones, rodeado de libros, revistas,
buena comida y mejor vino.
Tendrás hijos de los que nunca sabré y
que sentirán la falta de la abuela, esa mujer de la que les hablarán quienes la
conocieron. Nunca su padre. Gozarán de madre latina, de las que a ti te hubiera
gustado tener, no la sabihonda, la pesada, la coñazo, la que te empuja por las
calles, la que te quita espacio, la que felizmente murió, o mejor, se mató.
Quizás alguna vez escribas:
“El día que maté a mi madre fui feliz.
Fue el mejor de mi vida. No podía independizarme, no sabía salir de ella.
También ella quiso, deseó e intentó matar a otros seres de los que no podía
escapar. No lo hizo. Yo lo hice por ella. Se sentirá orgullosa de mí”.
“¡Qué loca estoy! Jamás tú harías algo
semejante, me estoy convirtiendo de verdad en una histérica obsesa”.
“¡No! No te me desaparezcas ahora tú, no
te vayas a un país tan violento, cuida tu vida, es lo único que tenemos y, o la
disfrutamos, o la perdemos viviendo sin vivir. Quiero ayudarte, que te calmes,
que no me odies, que estés cerca de mí. Sentir que me quieres como ya lo sé,
aunque no lo sienta”.
CARTAS DE LOS LECTORES
POSTALES
DESDE CIUDADES INSOMNES. Celebro el libro de Fernando Vargas
Valencia.
Gracias Con-Fabulación por presentarnos nuevas, o
mejor, interesantes voces de la poesía colombiana. Bernardo Ospina, Barranquilla.
* * *
TATIANA
GUARDIOLA SARMIENTO. Cruel
e ingenioso el relato “Piano de cola” publicado en Con-Fabulación. Hay tanto
cinismo como erotismo en ese texto que nos acerca a una interesante autora
colombiana. María Fernanda Colmenares
* * *
LA ESCULTURA DE TURBAY AYALA. Un comentario a la carta de Amelia García
(Edición # 369) sobre la escultura del monstruo Turbay. Aunque es muy grande la
tentación de destruir esos engendros públicos, creo que sería más útil,
quizá, mantener la estatua, pero con el único propósito de añadirle
mensajes permanentes y continuos (y muy claros) sobre su atroz
intervención en la historia del país. Cordialmente José F.
González, Manizales
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Poesía, Cuento, Ensayo, Crónica, Novela y Testimonio
El Libro de la Tierra
(101 geniales Autores), Discursos Premios Nobel (Tres tomos), Grandes
entrevistas de Común Presencia, Antología de Poesía Colombiana (1931- 2011),
Poetas venezolanos contemporáneos, Cuentos perversos, Ensayistas
bogotanos, Cronistas bogotanos, Cuentistas bogotanos y muchas obras más.
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