venerdì 13 marzo 2015

[Henciclo] interruptor - De epifanías y resignación - la columna de H enciclopedia

 
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         EL SECUESTRO 
DEL ARTE
De epifanías y resignación
Amir Hamed
Nunca logré contar eso que vi,por  más que debía. Ahora que es indebido, o incluso abyecto, quizá lo logre, pero para hacerlo debemos volver a las brumas de la estación de tren, en Venecia, cuando apenas rompe la mañana. Se sabe que la escenografía de la ciudad, esos vapores, palacios y aguas omnipresentes, convoca no se sabe bien qué prodigio y, por los días en que llegados a destino emergíamos legañosos del tren, ahí se acababa de rodar The confort of strangers (El placer de los extraños) dirigida por Paul Scharader y basada en la novela Ian Mc Ewan, con guión de Harold Pinter y un elenco que repartía a Rupert Evereth, Natasha Richardson, Helen Mirren y Cristopher Wlaken para contar la historia de una hermosura siniestra, masculina, que hace turismo por ahí, radiante como un dios latino, según se explicita, hasta que es secuestrado y muerto por espléndido.
Son esos melodramas de la ciudad, centrados, para decirlo así, en el equívoco prodigio de la belleza. Más conmovedora que la tumultuosa película de Schrader eraDon´t look now (Venecia rojo shocking), de Nicholas Roeg y guión de Daphne Du Maurier, con un Donald Sutherland que, mientras los crímenes se suceden en la ciudad, recorre los canales persiguiendo una caperuza roja y semoviente que le recuerda a su hijita muerta, hasta que da con ella y resulta que baja la caperuza  había un enano homicida, que lo ultima. Extravagancias de la vida con gente pequeña, se diría ahora, aunque lo cierto es que la reina de esas películas sigue siendo Muerte en Venecia, la película de Luchino Visconti con Dirk Bogarde haciendo de Von Aschembach quien, prófugo en plena peste de la demoledora belleza de Tatzio, el adolescente polaco interpretado por Bjorn Andrésen , asaltado en sus convicciones morales, que son sus convicciones sexuales , chorreando la tinta flamante con que, arrasado por la pasión, buscaba disimular sus canas, en espasmo de amor muere en una silla de playa mientras suena el Adagietto de Gustav Mahler. Cualquiera sabe que detrás de la preciosura de Andrésen está la belleza que encomia Platón en El banquete, ésa que es lo bueno, la virtud primera; también que antes de la película de Visconti viene la nouvelle de Thomas Mann y que Mann no hace otra cosa que contar, a través de un Von Aschembech  escritor (y no compositor, como el de Visconti),  lo que le sucedió en Venecia, noqueado por  la hermosura de un adolescente polaco precisamente ahí, en Venecia, en 2011.



Así que si uno desembarca en la capital del Veneto, por decirlo así, convendría esté preparado para acontecimientos, incluso si, más que visitar Venecia, la está precipitando como la precipitaríamos nosotros. Pusimos pie en la estación, no rumbo al Lido, como Von Aschembech, sino con el equipaje seminulo de quien está poniendo fin a sus días de estudiante con un tour europeo y frugal, durmiendo en albergues en muchos casos, o dándose nada más un día para recorrer sus canales, correr a Murano, almorzar en cierta plaza para partir hacia otra parte al caer de la tarde. Había, antes, urgencia por desayunar, al menos frugalmente, con unos bizcochos y un café de la estación acá nomás, adonde llegamos. (leer más) 
 
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