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Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván
Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio
Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos,
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Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante
Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio
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con el asunto “Retiro”
“Color Sombra” y “Tiempos del Nunca”
A partir del 19 de febrero la Galería
La Cometa (Cra. 10 # 94 A - 25) de Bogotá, exhibirá una muestra
retrospectiva de la prestigiosa artista Olga de Amaral cuya obra ha sido
codiciada durante las últimas tres décadas por los museos más importantes del
mundo y en forma complementaria lo último de la creación escultórica de Jim
Amaral, la cósmica serie “Tiempos del Nunca acompañada de sus “Siete
sombras”, magistral y estremecedora pieza múltiple, que habita literalmente el Là-bas,
el allá lejos, tanto por su temática poseída de significados metafísicos
y arcanos como por su poética factura escultórica. Sin duda será el
acontecimiento artístico más importante en Colombia.
Olga
de Amaral
Imágenes en movimiento
Por Amparo Osorio
Sumergirse en la obra
de Olga de Amaral es asir un universo en el que cada una de las formas que se
despliegan en sus obras de arte nos ofrece diversos mundos en movimiento,
secretamente determinados por el misterioso halo de la poesía.
Sus creaciones, que
la destacan y comprometen como la más reconocida artista colombiana de todos
los tiempos, son el incesante encuentro de los símbolos primigenios del hombre
que hilo a hilo van significando el trasegar de sus pasos sobre la Tierra, para
constituirse en un cósmico poema que nos habla desde una antiquísima memoria,
recordándonos que la vida es también un largo tejido en cuyo enigmático devenir
nos enfrentamos siempre al antes y al ahora de nuestras más secretas
obsesiones.
Tal vez por ello para
esta artista, cuyo trabajo es admirado en los más importantes museos y galerías
del mundo, la morfología de sus obras constituye un regalarnos lo que quizá
muchas veces hemos olvidado: la plenitud de lo que somos, la percepción de lo
que fuimos, la representación de la búsqueda de todas nuestras pluralidades.
Animada por esos
signos en rotación que constituyen toda pieza creativa, Olga de Amaral
emprendió hace ya varias décadas su trascendental obra, hija de un tiempo y una
historia que se tejen desde sus manos, como una paradigmática y permanente
exaltación de la luz, porque es precisamente esta –en sus propias palabras– la
que constituye el epicentro de todas sus obras.
Vemos entonces cómo,
entre las múltiples vislumbres sugeridas, la explosión de pequeños haces
sobresalen en cada una de sus creaciones, y van danzando como cascadas de
energía solar que nos atrapan y en cierta forma nos ubican en una contemplación
incomparable de magia y serenidad, como respuesta quizá redentora a estos
tiempos sombríos en los que el arte también ha sufrido sus devastadoras
degradaciones.
No es fortuito
entonces hablar de la infinita significación del color que emana de sus
tapices, que adoptando diversas modulaciones ofrecen desde la fuerza de la luz,
la insospechada vislumbre de sus fantásticas y muchas veces monumentales
propuestas, en las que el noble oro y la exquisita plata ejercen
protagónicamente un sacro magnetismo en la arquitectura de su obra.
La compleja teoría
del arte nos ofrece en ocasiones algunas claves para llegar a comprenderla. Tal
vez por ello, y desde una prefijada conciencia, la artista parece que quisiera
decirnos por medio de tales signos de ascensión y profundidad, que estos
no solo son una cósmica indagación hacia el futuro, sino que viajan en sentido
complementario, rindiendo un homenaje profundo a nuestras ancestrales raíces
amerindias y a esas viejas culturas universales cuya reflexión filosófica se
manifestaba a través de diversas proposiciones simbólicas, bajo la enorme
amplitud del concepto de la imagen.
Mucho de poesía –yo
diría que casi todo–emerge entonces de estas imágenes en movimiento, cuya
titulación (Brumas, Nudos, Memorias, Afelio, Perihelio,
Alquimia, Umbral, Notas, Tabla, Lienzo, Umbra,
Guijarros…) es otro referente para que logremos la aprehensión de ese
recóndito sentido, de ese querer decir en el lenguaje de los símbolos todo
aquello que sobrepasan las palabras.
Plenos de asombro y
regocijo, asistimos entonces a esta puesta en escena de sus últimos trabajos, a
la contemplación de estas formas que se despliegan sobre sus lienzos, al
diálogo con estos avatares de ensoñación que hilo tras hilo van cobrando forma
propia hasta convertirse en una estética de espíritus independientes.
Sobra enumerar las
múltiples exposiciones que integran el palmarés de la artista, inventariar los
premios internacionales acumulados a lo largo de su carrera, citar las diversas
bienales donde su obra ha sido profusamente destacada o los reconocimientos
cosechados durante estos años de trabajo, el más reciente recibido en la Gala
Multicultural del Metropolitan Museum of Art, de Nueva York –donde fue
homenajeada junto a otros célebres artistas como Robert de Niro y Cai
Guo-Qiang.
Aquí la puerta se
abre entonces para que asistamos de nuevo a la asombrosa contemplación que nos
procuran sus tapices, a la fusión de sus aguafuertes en papel japonés y lino, a
sus instalaciones, a sus figuras tridimensionales, sus dibujos y sus geometrías
pigmentadas, para que nos detengamos desde las sendas de la ensoñación,
en los insospechados caminos que nos procuran sus Brumas poéticas. Y
finalmente, para que bajo la égida metafórica de la casa, su casa interior,
recorramos las más sensitivas fibras del corazón de esta imprescindible
artista, donde la imaginación ejerce uno de sus más altos e incomparables
vuelos.
Jim
Amaral
Jim Amaral, “El Visionario”
(fragmentos)
Por Gonzalo Márquez Cristo
Quien se aproxima a su universo artístico advierte en primera
instancia a una horda de viajeros cósmicos que ha decidido eternizarse en sus
bronces, pero apartándose del imaginario alienígena, confronta a una legión de
torturados y perseguidos, y a las víctimas de la incomunicación y del silencio.
***
Sus creaciones podrían emanar del porvenir sideral
pero más exactamente son la prueba de un tiempo fuente —perdido en la bruma de
nuestro pasado—, perseguido a merced de los artilugios de la ensoñación: ejercicio
que nos lega el prodigioso regreso a la infancia de la imagen, y claro, a la
alborada de los ritos.
***
El artista propende sin esperanza por el retorno del diálogo cósmico,
sus imágenes están provistas de un mutismo insondable y aunque a veces ostentan
enigmáticos mensajes tatuados en su piel en una lengua aún no inventada,
siempre —en forma estremecedora—, tienen la certidumbre de que la urgente
respuesta nunca se producirá.
***
La ilusión del movimiento alienta sus imperturbables
creaciones de bronce: al abrir las puertas de sus pechos una caligrafía secreta
nos sugiere una comunicación astral, al girar las ruedas que asisten sus
piernas aprendemos que el desplazamiento es un espejismo, al presenciar la piel
de un torso se evidencia una germinación vegetal, y casi siempre es fácil
advertir el cruento itinerario que conduce a estas invenciones metálicas a la
forma de una obsesión.
***
No es lo arcaico lo que el escultor intenta plasmar
como lo ha dicho reiteradamente la crítica, sino el sobresalto inaugural. No es
lo antiguo sino la primera eclosión manifiesta… Pues de existir una profecía
del origen —un augurio del primer latido, un vaticinio hacia atrás—, tendríamos
que acudir a estas visiones escultóricas si pretendiésemos elucidarla.
***
Con frecuencia sorprendemos a sus seres antropomorfos en una mutación
a pájaros o a creaturas bebedoras de luz, y en singulares ocasiones vemos
numerosas ramas aflorando de sus cuerpos, pues la obra de Amaral es la apología
de una metamorfosis inconclusa, es la proyección del ser hacia su límite, a
veces provocada por impulsos aciagos y otras por la perseverancia interior, por
el colosal intento de alcanzar una trascendencia galáctica.
***
La creación, propuesta en esta obra como un retorno
a la intemperie existencial, lega a su demiurgo la facultad de viajar al origen
del horror, como lo corrobora en Siete sombras, su más reciente
congregación de bellas creaturas oriundas del país del estremecimiento.
Pequeña historia de la fotografía

Jorge Cadavid
La muerte de
la fotografía, la aparición de nuevos procedimientos de creación de imágenes me
han llevado a pensar, como ya lo había hecho Walter Benjamin, en una mínima
historia, una elegía, para este particular arte atormentado antes por el
fantasma de la pintura y, hoy día, por cambios epistemológicos radicales como
el surgimiento de las imágenes digitales. Desmaterialización del arte, fractura
entre imagen y soporte, contenido sin materia. Un epitafio para la
fotografía debe conllevar la inscripción de otro modo de ver.
La historia
de la fotografía –esa hija bastarda abandonada por la ciencia a las puertas del
arte– ya está repleta de imágenes célebres que, de alguna manera, han sido
manipuladas, transgredidas. De hecho, se podría argumentar que la fotografía no
es otra cosa que esa historia, un referente del mundo material que alguna vez
existió para imprimirse sobre una hoja de papel sensible a la luz. Pequeña
historia de la fotografía describe una dilatada aventura de cómo mirar, una
travesía del ojo, otra manera de memorizar el mundo. Lo que el hombre ve es tan
importante como lo que el hombre hace.
El gesto
gratuito del fotógrafo, por el solo hecho de mirar, de fijar un encuadre, se
convierte en obra de arte. El fotógrafo no inventa nada, simplemente elige,
reposiciona lo que la naturaleza le ofrece. La cámara vislumbra, el ojo
fragmenta. Imágenes de fragmentos, sintaxis de la fotografía. Revelamos el
instante, ensanchamos en verdades visuales los límites de lo real. La
fotografía, como la poesía, es la intuición del instante, un combate con el
tiempo. J.C.
Tres poemas de Jorge Cadavid
REVELADO I
Los acontecimientos singulares
no son raros
ocurren en todas partes
a cada momento
en todas las escalas
Basta un descuido
para que todo se
revele
basta limpiar los ojos
para que aquello que no sabes aparezca
APARICIÓN
Es preciso instalarse al exterior
de uno mismo
al borde de lo real
en la órbita de lo invisible
Quieto
frente a la cámara
ungido
por la huella luminosa
DE LO VISIBLE
[Eadweard James Muybridge, 1878]
El caballo galopa
con las cuatro patas
sin tocar el suelo
Ha suspendido
toda indicación que vincula
la imagen con la tierra firme
Ningún rastro del suelo
de montaña o de árbol
sólo horizonte y aire
para que el caballo decida
cortadas sus amarras
flotar en pleno cielo
Jorge Cadavid (Pamplona, 1962). Estudió Lingüística
y Literatura en la Universidad de su ciudad natal, se especializó en literatura
en la Universidad Javeriana de Bogotá, donde ha sido profesor durante varios
años y se doctoró en Filosofía en la Universidad de Sevilla, España. Es autor
de los siguientes volúmenes de poesía: La nada (Universidad de
Antioquia, 2000); Un leve mandamiento (Trilce, 2002); Diario del
entomólogo (Eafit, 2003); El vuelo inmóvil (Premio Nacional de Poesía Cote Lamus, Universidad Nacional,
2003); El derviche y otros poemas (Común Presencia, 2006); Herbarium
(Letralia, 2011), Tratado de cielo para jóvenes poetas (Premio Nacional
de Poesía Universidad de Antioquia, 2008), Los ojos deseados (Común
Presencia, 2011) y El bosque desnudo, Diario oculto (Común Presencia,
2013). Publicó una antología de su poesía titulada Música callada
(Universidad Externado, 2009); la antología del poema breve: Ultrantología
(Universidad de Antioquia, 2003); República del viento, antología de poetas
colombianos nacidos en los años 60 (Universidad de Antioquia, 2012) y Escribir
el silencio -Ensayos sobre poesía y mística (Eafit, 2013).
Sexo y Literatura III
Por Jorge Bustamante García
Cuando
Natasha se ponía a ensayar en el violonchelo no había poder humano que la
distrajera, se olvidaba de todo y yo no existía. Lo sabía y prefería salirme a
caminar, a fumar, a mirar a las muchachas que pasaban por la calle. Incluso
alguna vez conversé con alguna, flirteé, conseguí su teléfono y con el tiempo
salí con ella. Se llamaba Zhana, una joven plana de grandes nalgas y cabello
rubio ensortijado que vivía en el edificio de enfrente. Siempre que Natasha
ensayaba, salía en silencio y me iba a buscar a Zhana que parecía ser todo lo
contrario de Natasha o, al menos, esa era mi percepción. Menos recatada, más
habladora. Nuestros encuentros eran extraños en el sentido que ninguno de los
dos buscábamos sexo con el otro, nos bastaba con vernos y conversar. Me
encantaban las historias un poco locas que me contaba de encuentros sexuales
casuales que tenía directamente en su apartamento de dos cuartos grandes, sin
que su padre se enterara. No me podía imaginar cómo el padre no se enteraba, si
vivían juntos en un espacio tan corto. Se lo expresé y me dijo al instante “si
quieres te invito para que veas por ti mismo que es posible” y nos pusimos de
acuerdo a una hora la noche siguiente si era que Natasha se ponía a ensayar.
Llegué puntual, subí caminando cuatro pisos y toqué tres leves golpes en la
puerta del 403, como habíamos planeado. A los pocos segundos la joven abrió
sigilosamente haciéndome una seña con el índice de la mano derecha sobre la
boca para que no chistara. Entré al pequeño vestíbulo, vi dos inmensas puertas
acolchadas que sellaban dos cuartos, vi un corto corredor que desembocaba en la
cocina, vi a un costado un cuartito con inodoro y otro con tina, regadera y
lavabo, vi todavía a Zhana con el índice sobre la boca, burlona y pícara, y con
el otro brazo indicando una de las puertas tapizadas como diciendo chitón, ese
es el cuarto de mi papá y me condujo al otro cuarto, al suyo, y de inmediato
cerró la puerta. Esas puertas acolchadas de algunos departamentos moscovitas
eran formidables. Entrabas, cerrabas y ya no oías ni un ruido de fuera, era
perfecto para estar aislado. Zhana prendió el magnetofón, de la cinta empezaron
a salir los acordes de una canción bobalicona, un tanto ñoña, muy popular por
esos días “mi dirección no es una casa, ni una calle/ mi dirección es la Unión
Soviética…lalala…lalala”. El cuarto era amplio, tenía un ropero, una mesita,
dos sillas, un librero con volúmenes de pasta dura, un sofá cama donde seguro
Zhana se revolcaba con sus amigos casuales mientras su padre dormitaba o miraba
televisión o leía o trabajaba en el otro cuarto tras la poderosa puerta
afelpada que dividía con eficacia sus mundos. “Aquí he traído a cuanto muchacho
he querido. La condición que les pongo es que sea sólo una vez, un rato, y que
después olvidemos el asunto. A algunos les parece raro, se resisten, quieren
seguir, volver otro día. Me niego rotundamente. Me gusta así, que sea pasajero,
no enamorarme. Tengo veinte años, quiero vivir, por ahora no necesito más”. La
miraba un tanto sorprendido, la muchacha no era fea, ni bonita, eso sí era
plana y de culo grande, apenas atractiva, hay mujeres que son así, que andan
por ahí con una belleza rara escondida que sólo algunos perciben. Zhana era de
esa estirpe.
–¿Y qué
muchachos son los que traes? –pregunté un poco distraído
–Un poco de
todo, rusos, de Ucrania, una vez un estudiante negro de Uganda, otro de México…
–¿Y no te da
miedo que te prendan algo, una venérea?
–Solo he
tenido tricomoniasis, nada más.
–¿Y tu padre
nunca se ha dado cuenta de que traes muchachos?
–Supongo que
no, anda muy metido en sus asuntos de trabajo. Es dibujante de proyectos de
ingeniería. Se trae trabajo a casa, se encierra en su cuarto, escucha música,
Rajmáninov, Shostakovich, sale al baño, a la cocina, se prepara un emparedado.
Vive para trabajar, pero tiene una virtud, lee todo lo que se le atraviesa y
escucha música. Sentado en un sillón, mira por la ventana durante horas y
escucha música. Y lee…
El padre de
Zhana había sido un joven recluta en los últimos meses de la guerra en 1945 y
cuando el ejército rojo avanzaba incontenible en el frente hacia Berlín, le
ordenaron quedarse en la retaguardia junto con su destacamento en Hungría. Allí
en la retaguardia, en un pueblo a la orilla del Danubio en la periferia de
Budapets, el joven recluta se dedicó por momentos a conocer gente del lugar.
Una tarde conoció a una joven checa que sabía ruso y que vivía en la casa de un
escritor húngaro. -¿Un escritor?- dijo intrigado el joven recluta, quien desde
su adolescencia gustaba de leer los relatos de Gógol y Chéjov. Le pidió a la
joven que lo llevara a conocerlo. “Un escritor de carne y hueso, qué bueno”
pensaba el joven recluta caminando al lado de la muchacha. Al llegar salió al
pequeño porche de la casa un hombre de unos 45 años y saludó en húngaro a la
chica. Miró al soldado de cachetes rojizos y pómulos eslavos con atención y
éste no le quitaba los ojos de encima, lo miraba intrigado.
“¿Es usted
escritor?” le lanzó a quemarropa el joven recluta a través de la chica
traductora y el hombre apenas acertó a decir “bueno, sí, he escrito y publicado
algunas cosas” y los invitó a pasar. Bebieron té mientras el soldado un tanto
deslumbrado paseaba sus ojos por los estantes de libros de la pequeña
biblioteca. No entendía nada, eran libros en húngaro y francés, pero los
escudriñaba con interés. “¿Hay alguno suyo?”. El hombre buscó en uno de los
estantes y sacó un libro traducido y publicado en francés, Les Révoltés
y le señaló su nombre en la parte de arriba. El soldado no alcanzaba a
comprender y le preguntó a través de la joven checa qué clase de libros
escribía y si se trataba de un escritor conocido. El hombre no respondió, alzó
el brazo para alcanzar el libro que estaba enseguida del suyo, un libro también
en francés de Ilia Ehrenburg. “¡Ehrenburg!” exclamó el soldado como si hubiera
encontrado al fin algo suyo, “he leído sus reportajes del frente de guerra” y
miró con mayor asombro al hombre, pensando tal vez que él escribía cosas como
las de su compatriota. “De seguro usted escribirá sobre nosotros” le dijo
finalmente. “No, yo escribo novelas y otras cosas” repuso el hombre en tono
socarrón. El soldado sólo atinó a decir jarashó y el hombre le preguntó
que por qué era jarashó, por qué estaba “bien” que alguien fuera
escritor de novelas y otras cosas, por qué creía él que estaba “bien”… El
soldado pensó un momento y contestó calculando meticulosamente sus palabras,
enunciándolas despacio, con un hincapié muy peculiar:
“Está bien
porque si eres escritor, puedes decir lo que nosotros pensamos”. Y entonces el joven
soldado, sin mirarlo, salió despacio acompañado de la joven checa que sabía
ruso, salió sin volver la cabeza y el escritor húngaro se quedó ahí parado,
mirando cómo se alejaban, pensando tal vez que la carrera de un escritor no
suele merecer muchos reconocimientos, pero él conservó esa frase como una
condecoración muy especial. Siete años después esa joven traductora checa y ese
soldado extraño daban a luz a Zhana en Moscú. Al cabo de unos años se
separaron, la traductora se fue a vivir con su familia a Praga y Zhana pasaba
sus años de juventud entre esa ciudad y Moscú. Esta historia que me contaba mi
nueva amiga siempre me conmovía, me hacía pensar en ese escritor húngaro ¿cómo
se llamaría, qué libros habría escrito, qué habría sido de él a la vuelta de
los años?.
JORGE
BUSTAMANTE GARCÍA: Ha publicado Invención
del viaje (poesía, 1986), El desorden del viento (poesía, 1989); El caos
de las cosas perfectas (poesía, 1996); Henry Miller: entre la
desesperanza y el goce (ensayo, 1991), Literatura rusa de fin de
milenio (ensayo, 1996), Diez modos de contemplar un río (cuento,
2004), El perro vagabundo. Memorias de escritores rusos (2009), El
milagro de las cosas nombradas (ensayo, 2010), El viaje y los sueños. Un
ensayo vagabundo (ensayo, 2013). Sus traducciones de poetas y escritores
rusos han sido publicadas en México, Colombia, Costa Rica y España.
CARTAS DE
LOS LECTORES
GAMONEDA. Hermoso, diáfano, profundo el poema del maestro
Gamoneda. Bien confabulados! Armando
Ospina
* * *
EL EPISODIO DE ESTAMBUL. Plausibles, para la
anarquía de mis lecturas, resultaron los contenidos de la última
entrega de Con-fabulación. Hermoso el poema de Antonio Gamoneda. Exultante,
vital en su erotismo literario, el relato de Armando Rojas Guardia,
me llevó a evocar una excursión irrepetible a San Agustín, en donde el
silencio nocturno del bosque y la compañía de cierta música, propiciaron
un sacrílego encuentro amoroso -el Parque era para mí espacio místico y
sagrado- cuyo trasunto feliz aún permanece en la memoria. Yesid Morales
* * *
ROJAS GUARDIA. Sorpresa para los lectores de Armando Rojas Guardia,
creador del Grupo Tráfico, su cuento Prosperina. Este poeta, la más alta cifra
de la poesía en mi país, tiene una escritura inconfundible. Franco Contreras, Caracas
* * *
CLARICE LISPECTOR. Importante la columna de Skliar sobre la gran
narradora brasileña Clarice Lispector, que ya nadie lee. La literatura se ha
tornado tan facilista que autoras profundas como ella yacen en el olvido. Amelia Díaz
* * *
Compre
aquí nuestros 100 títulos
Poesía,
Cuento, Ensayo, Crónica, Novela y Testimonio
El Libro de la Tierra
(101 geniales Autores), Discursos Premios Nobel (Tres tomos), Grandes
entrevistas de Común Presencia, Antología de Poesía Colombiana (1931- 2011),
Poetas venezolanos contemporáneos, Cuentos perversos, Ensayistas
bogotanos, Cronistas bogotanos, Cuentistas bogotanos y muchas obras más.
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