domenica 11 gennaio 2015

[Henciclo] interruptor - Perogrulladas educativas (modalidad de decálogo)- la columna de H enciclopedia

 
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           PAIDEIA
Perogrulladas educativas (modalidad de decálogo)

Amir Hamed
 1) Toda la información. Escenario  no tan hipotético. A Hal 9000, la computadora de 2001, a Space Odissey, se le encarga la educación de un grupo de alumnos de secundaria o, si se prefiere, la de todos los estudiantes de un país. Se entiende con razón que Hal puede desarrollar múltiples interfaces, cargar y descargar muchísima más información que un ser humano, presentar la data de las distintas disciplinas de manera no aleatoria sino necesaria. En fin, Hal 9000 es la mayor máquina pedagógica que se haya jamás instalado. ¿Cómo serán sus resultados? No hay como precisarlo, aunque sí se puede saber esto: serían inferiores a los resultados que podría conseguir un docente de enjundia, estilo Joaquín Torres García, Domingo Faustino Sarmiento o Washington Tabárez. ¿Por qué? Porque Hal, en rigor, no sabe qué enseñar. Apenas contiene información.

2) Bondades de la maldición. Hace ya infinidad de décadas se viene confundiendo educación con didáctica, es decir, con las técnicas de desarrollo del aprendizaje. Esto está en estrecha relación con una creciente desconfianza en los contenidos: casi nadie se cree en el derecho de saber algo y, por lo tanto, de transmitirlo. Más: una cosa vendría a ser saber algo; otra tener derecho a transmitirlo, ya que el educador, se entiende, se transforma en opresor. De alguna forma, se sospecha que el educador está repitiendo la escena primordial de la conquista y colonización de América, por la cual al salvaje desnudo se lo entendía desposeído de todo conocimiento, una tabula rasa a la que Occidente catequizaba a su antojo. Quien quiera repasar esta escena, lea Los cuatro viajes del Almirante y su testamento, de Colón-Las Casas, y algún monumento barroco, como El Criticón de Baltasar Gracián, o mejor The Tempest, drama de William Shakespeare que al pensamiento latinoamericano regalara dos emblemas educativos, Ariel y Calibán. Siguiendo a  Ernest Renán, José Enrique Rodó entendía que el proceso educativo debía sostenerse en algo inconsútil, el arielismo, y por ello los arielistas se hacían cruces con el indígena Calibán, al que veían material, y grotesco.


Sin embargo, el díscolo Calibán es el alumno por antonomasia, aquel que se queja de que aquello que le propinan los maestros no le está sirviendo para hacerse con un mundo que es de otros, de los amos, y por lo tanto la lengua que le enseñan, solo “[le] sirve para maldecir”. Claro que maldecir el mundo es decirlo de otro modo, procurar cambiarlo, y quien quiera cambiar o maldecir debe haber aprendido cómo es ese mundo que le resulta ajeno, y eso solo es dable poniendo en cuestión aquello que aprende, invariantemente un contenido.
3) Satanás y la liberación. Cuando Calibán se transforma en héroe latinoamericano, la educación unidireccional, esto es, el pasaje autoritario de un conocimiento del docente al educando, pasa a ser percibido como tiránico, del mismo modo que todos, sin excepción, hemos aprendido a ver mejor los viejos westerns y a hacernos hinchas de los indios. De alguna forma, hemos madurado viendo The Wall, la película de Alan Parker guionada por canciones de Pink Floyd, o absorbiendo la Pedagogía del oprimido, de Paulo Freire, quien, a su turno, no hacía sino repetir el modelo más elemental de Occidente: la educación, en su modelo colonial, era una suerte de catequesis, de paulina liberación de las cadenas de Satanás, como para los gnósticos de Alejandría la sabiduría era escabullirse de las fraudulentas doctrinas del Demiurgo, y antes, para Parménides, Sócrates y Platón, liberarse del imperio de la doxa u opinión. Educarse es liberarse, pero, ¿cómo liberase si se ignora el nombre del demonio? (leer más)
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