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Especial Fernández Huidobro
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Sócrates orate
Muestras de cariño
De la palabra “morta” se sabe poco.
No se sabe, por empezar, en qué consiste exactamente. Las acepciones varían de acuerdo a las experiencias de cada uno; uno hizo mortas dentro de determinado grupo social, que consistían en aferrar por brazos y piernas a la víctima, hacerle cosquillas y manosearle la entrepierna; otro sufrió el procedimiento consistente en ser inmovilizado a través de la vuelta del revés de la campera, convertida súbitamente en capucha patibularia mientras un animado grupo de amigos le propinaba puñetazos y patadas un poco por todas partes.
Una morta es parecida a un rito de iniciación, pero no hay iniciación. Es decir, de lo que se trata es de confirmar el cariño del grupo. La función de unión entre los victimarios y la víctima es el principal objetivo.
Cervantes registra concisamente y con claridad el sentido de la morta, que en otras tierras se llama manteada (porque solía usarse una manta para lanzar al elegido hacia arriba una y otra vez, hasta el vómito), cuando describe la que recibió Sancho:
“Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella…”.
Los tipos eran nueve, y si abrigaban por Sancho algún sentimiento, era de simpatía. Era “gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona”. No se piense que “maleante” aquí significa “fuera de la ley”; más bien la acepción se parece a la de nuestro “pelotudo” o “barrabrava”.
Otra vez, la clave de la manteada, esa morta extranjera, es que la víctima es un amigo. No se le hace una morta (o una manteada) a un enemigo. Al enemigo simplemente se le hace daño. (leer más)
| Uruguay o no
1. La información
Debemos a Eleuterio Fernández
Huidobro una de las más claras revelaciones del presente, no solo del uruguayo. Por un lado, descorrió los límites de la ironía; por otro, nos dio una clave para leer las desventuras de esta edad, que llaman de la información. Cabe aclarar, de todos modos, que este avatar más bien matrero de Galileo, al enunciar lo suyo, entregó su cabeza porque Fernández Huidobro, más que ministro de Defensa del Uruguay es un campeón de la información, de aquella que se da y, sobre todo, de aquella que se oculta. Así, si el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), justo cuando está cerrando un período de gobierno y a punto de iniciar el nuevo, en que se supone seguirá siendo ministro, lo acusa de no transparentar información relativa a crímenes cometidos durante la dictadura, entonces sale Fernández Huidobro a decir que este Serpaj que lo acusa está financiado por imperialistas y “por nazis más viejos que Hitler”, y que para averiguarlo basta, nada más, rastrear la ruta del dinero. Esta afirmación, de por sí atendible, en la medida en que es preciso recordar que detrás de muchas ONG hay dineros de orígenes a menudo dudosos, es cháchara al lado de su verdadera, irrefrenable confesión, la que le puso todo junto, el corpacho y también el alma atormentada, en la picota: “Si el Serpaj me autoriza a torturar, yo capaz que le consigo información”.
De ese alegato en adelante, no hay quién se haya abstenido de criticarlo, de exigirle explicaciones y lavadas de boca, desde Amnistía Internacional, hasta grupos de Facebook exigiendo su dimisión, hasta la cúpula del Frente Amplio, que se reúne con él para hacerle ver la inconveniencia de lo que dice. Medio planeta, digámoslo así, salido a recriminarle que ande diciendo semejante cosa. ¿Y qué es esa cosa? Pues, sencillamente, eso tan evasivo y tan apreciado cuando comparece: la verdad. Una verdad tan íntima, añádase, que termina iluminando no solo el medio siglo de historia uruguaya que lo ha tenido como protagonista, ya sea clandestino, ya sea político, sino también la encrucijada actual, que habrá de decidir si haya de haber país o no. (leer más)
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