OCTUBRE 2014 AÑO
19 Nº 219
REVISTA LITERARIA – ISSN 1666-3233
Director – Propietario CARLOS A. MARGIOTTA
R.P.I. Nº 932.056 TE: 4856 - 2917
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TODO ES
NEGOCIABLE Negro Hernández
AMOROSA VIGILIA Hilda Lujambio
LIBERACIÓN María E. Sorbello - LA NOTICIA Juana Schuster
LE DAN MIEDO LOS
MAULLIDOS DE LOS GATOS
José Víctor Martínez Gil
BRUJAS Antonio Cruz - DESENMASCARADA
Fernanda López
CIRCO INVERSO
María Fabiana
Calderari
EL DÍA Y TU
RECUERDO María Julieta Salusso
DIBUJITOS David Slodky - EL
CAZADOR José Menéndez
CAPITÁN Emilio Yaggi
- EL ACERTIJO Olaya
Mac-clure
ARREPENTIDO Marta Becker - SONIA Cora
Stábile
POEMAS Ana Romano
- VISERAS Alicia Chilifoni
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Todo
es negociable Negro
Hernández
Volví al café después de un mes que llevó la reforma del
local. El gallego Rogelio había renunciado a sus pretensiones de convertir el
"Tres Amigos" (allí había cantado Alberto Marino) en un moderno "Restro bar",
convencido por la presencia de los numerosos turistas extranjeros que se
paseaban por Barracas. Finalmente, y por el alto presupuesto del proyecto, se
conformó con darle una mano de pintura, cambiar la mampostería de madera y
remplazar las sillas y mesas desvencijadas por otras nuevas. Todos contentos.
En esa ocasión me lo encuentro al flaco Raúl, que había
desaparecido durante varios meses del café, se comentaba, tras los pasos de
una hermosa mujer. Yo estaba con el
tordo Jorge, el Gordo y Sandoval lamentándonos de la prohibición de fumar en
lugares cerrados. Se acercó a la mesa y nos abrazó como un hombre que buscaba
consuelo, y mientras compartíamos un café, en ese atardecer de un octubre
lluvioso nos contó su conmovedora historia.
Miren muchachos, uno a veces hace cosas en la vida para que a uno lo quieran y
así le va. Apenas la conocí en una noche de tormenta creí encontrar a la mujer
de mi vida. Estaba toda mojada y sin paraguas, la lluvia se le escurría por el pelo como un llanto y la pollera se le
pegaba a las caderas de tal manera que parecía desnuda. Subió al tacho en Plaza
Italia y me pidió que la llevara hasta Lugano. "No tengo plata, dijo,
hacéme el favor, mañana le pago". Y así fue como confié en ella para poder
verla al día siguiente.
El Gordo me miró disimulando una sonrisa. Jorge, que era
padre de cuatro hijos de cuatro madres distintas dijo: ¿Pero vos siempre caes en la misma
trampa?. Sandoval hizo un gesto con ganas de rajarse o para no escuchar esos lamentos, y yo me
moría por fumarme un cigarrillo pero me daba no sé qué, irme afuera.
Al día siguiente vuelvo a la casa para cobrarle y me
atiende envuelta en un toallón rojo y el pelo mojado ¡Me quería morir! Y así
empezó todo. A la semana estábamos viviendo juntos. ¡Al fin nene, era hora!,
dijo mi vieja mientras yo hacía la valija. Con el tiempo me doy dando cuenta que se trataba de
una típica reformadora de hombres, pero por el metejón que tenía no quería
reconocer el destino que me esperaba. Empezó por la vestimenta, con qué ahora
se usan las pilchas de tres botones, que tenés que usar camisas que te hagan
más joven, que los zapatos, que las camperas... y así fui cambiando, poco a
poco, la ropa. Te juro que lo hacía por complacerla, porque ustedes saben que a
mí me da lo mismo. Siguió con el trabajo, que el taxi no es para vos, que tenés
que volver a tu profesión de masajista, que te mereces algo mejor... Después se
ocupó de enseñarme inglés básico para relacionarme con los hoteles de lujo. ¡Si
querés progresar tenés que ser más fashion y dejar de ser tan grasa! decía. Y cuando me enojaba, acariciaba mi
oreja mientras me cantaba Bésame mucho. Ahí moría, perdía el control y me
entregaba a sus designios. Fue así como terminé siendo un esclavo de sus
caprichos. Me hice vegetariano, largué el faso, tome flores de Bach, fui a
yoga, dejé de venir al café, de visitar a la vieja y estuve a punto de integrar
una congregación de seguidores de Sai Baba.
En un momento se le entrecortó la palabra y amagó a llorar
con la mirada perdida en algún lugar. Fue entonces que sudando como un chivo se
levantó y caminó hacia el baño. Es un mitómano, me tiene podrido con sus
bolazos, dijo Sandoval. Por ahí es cierto y sólo es una exageración, agregó el
Gordo. Yo lo entiendo porque me pasó lo mismo, dijo Jorge, cuando una mina se
te clava en el corazón hacés cualquier cosa y perdés noción de la realidad. Yo,
para relajarnos y porque la noche ya se había desvanecido sobre Riachuelo, pedí
una picada grande y dos cervezas. Además tenía hambre y Marta no volvía hasta
la medianoche.
Es muy buena mina, continuó Raúl al regresar distendido,
culta, cariñosa, fina, desnuda no sabés lo que es y en la cama una diosa, pero
llega un punto en que uno no puede ceder, llega un momento en que abrís los
ojos y te preguntas si sos un hombre o un juguete. Hasta me convenció para que
me hiciera la carta natal y así saber cómo estaban mis astros con los suyos.
¡Somos dos almas gemelas!, dijo después de consultar al astrólogo.
Estaba
tan contenta creyendo que éramos la reencarnación de antiguos amantes, ¡Como
Antonio y Cleopatra!, que sólo atiné a mirarla engatusado y a quererla como
nunca quise. Ahora la extraño y me muero de ganas de verla, pero, como te dije,
todo tiene un límite.
Te la hago corta Negro, así te cuento cómo terminamos. Un
día buscando la factura del teléfono ella encuentra en una caja donde guardo
mis papeles y el carnet de mi querido Huracán. ¿Cómo podes ser hincha de un
cuadro que juega en la B? Tenés que elegir un equipo ganador. ¿Por qué no vas a
un psicólogo?. Ahí planté bandera con todo el dolor del alma y escuché la voz
de mi viejo que desde el cielo me decía: "Todo es negociable, menos la
camiseta de Huracán"
Amorosa vigilia Hilda Lujambio
“Amorosa vigilia”, pensó Clarita.
En la rosada penumbra de su cuarto,
sólo iluminado por una lámpara de sal, transcurrían las horas previas a su
alumbramiento.
Las contracciones eran irregulares
todavía. Una resplandeciente intimidad
la unía a ese ser que palpitaba en su seno.
Tanto lo había soñado, tanto lo había deseado. Ahora su proximidad despertaba en ella una alegría nueva, una valentía
desconocida. No imaginaba nada, no
proyectaba nada, sólo se dejaba embargar por las sensaciones, las emociones… Claro
favor le había hecho ese desconocido, cuyo rostro casi no recordaba ya, sólo su
perfume, combinación de tabaco rubio y lavanda,
y la fuerza de una pasión que los unió una noche junto al mar. Se habían despedido al alba sin proyecto de
reencuentro ni pesar.
Nada fue igual desde ese fin de
semana. Su vida, hasta entonces sin
objetivos, sin afectos, pareció iluminarse tenuemente. Una grata tibieza iluminaba cada día. No se cuestionó la causa, sencillamente se
apropió del nuevo estado.
Pasados unos meses, todo cobró
sentido. Un sueño escondido, negado, se
volvió realidad: iba a tener un hijo.
Comprendió cuán feliz la hacía esa posibilidad hasta entonces impensada…
Las contracciones se volvían
regulares, más frecuentes. Sin dudarlo,
se vistió, llamó al remis que había contratado, tomó el bolso que tenía
preparado y salió rumbo a la maternidad.
Un rayo de sol, de los primeros de la
mañana, la acarició. Sí, había sido una
amorosa vigilia.

LIBERACIÓN María Ester Sorbello
La noche sobrevolaba las calles, las
casas y él ahí. En sus manos aún el
revólver y su dedo en el gatillo.
Atrás había quedado la tenebrosa tarde
y el hecho aquél.
No quería, no debía recordar, pero el
pensamiento huía de su cárcel, de los barrotes que quiso levantar y lo sumía,
en un angustiado y doloroso llanto.
Las lágrimas caían, resbalaban por sus
mejillas y mojaban su camisa, y aunque cerraba los ojos, la imagen se sentaba
frente a él.
Ella, blanca, desnuda, entre esas
sábanas sedosas y limpias. Él desnudo a su lado, la acariciaba, recorría su
dulce geografía, iba bebiéndose su néctar…hasta que resonó entre el gozo, un
nombre.
Pensó que había escuchado mal, que el
latir acelerado de su sangre, lo había hecho escuchar mal. Pero al besarla
despacio allí en sus orillas más profundas, entre quejidos, otra vez murmuró
ese nombre. No, no había escuchado mal.
Ella dijo Ramiro, Ramiro, su mejor
amigo, era casi su hermano. Casi.
Y no titubeó, la dejó dormitar rendida
y despacio se fue despojando de ella, como si fuera un atuendo maloliente,
despacio se acercó a su uniforme y sacó algo de su bolsillo.
La miró, se despidió de su blancura,
de sus montes y su río, de sus orillas, tantas veces recorridas entre la
dualidad del amor y del odio.
Acercó el arma y disparó. Pronto la
sábana lució una gran rosa roja.
Ya no miró atrás, se vistió de
espaldas sin mirar la cama.
Salió y caminó por las calles,
ausente.
Y ahora con el revólver vacío entre las
manos, sin saber qué hacer.
Ya nada quedaba.
Sólo le devolvió una bala al revólver
y con la tristeza pegada a su piel y la imagen de ella en su retina, estiró la
mano, la llevó allí adonde los pensamientos se agolpaban y con un ruido seco,
los liberó.
La noticia Juana Schuster
Dolor y llanto. Sangre y barro en mis
pensamientos porque estas en Vietnam.
Ya mis cartas no te llegan. Sólo me
queda contemplar las fotos en los periódicos. Pantanos, agonía, sangre. Flaqueo
de fuerzas físicas, deterioro de vigor anímico. Lunas demasiado nítidas como mi
pesar.
La chimenea chisporrotea esperanzas.
Fuiste como periodista. Fácil de comprobar para tus captores. Pronto volverás a
casa. Me miento. Es un embuste robado en ese mundo de ciegos donde me
introduje. No quiero ver.
Horror, heridos, desesperanza.
Levanto al niño de la cuna. Contemplo
tus ojos en los suyos. No llegaste a conocerlo. Se quedaron con las fotos que
te envié.
¿Sabías acaso que la muerte era una
pasajera posible en ese viaje?
Mostraron ayer a un compañero tuyo. Me
estremeció su estado enfermo y famélico. Su esposa me telefoneó. Intenté
animarla. No fue fácil.
Rebaños de sombras se amontonan y
forman mil dobleces.
Deposito al bebé sobre la almohada.
Todo gira a mí alrededor. Alguien me ató a la rueda de algún carro. Aprieto las
puntas del mantel y se desmorona la taza haciéndose añicos. El reloj me tira
campanadas de bronce para reanimarme.
En cada objeto está encerrado el
tiempo móvil y pleno de vida del ayer compartido.
La voz del locutor, acaba de anunciar
que te fusilaron, porque intentaste escapar.
El verdugo
Arthur
Koestler
Cuenta la historia que había una vez
un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la
dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus
víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada
todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara
sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año
sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y
él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el
polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un
golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó
subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le
preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había
coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa;
se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la
cabeza, por favor.
Le
dan miedo los maullidos de los gatos
José
Víctor Martínez Gil
Era de madrugada. Lo primero que vio
fueron cuatro rombos grisáceos, y percibió un sonido de fondo como el maullido
de un gato. Un maullido extraño y largo.
Sus ojos y conciencia se aclararon.
Se hallaba en el cuarto donde dormía
con sus cuatro hermanos. Los rombos grisáceos en la pared eran creados por la
luz que se filtraba por la ventana y las cortinas desde la calle.
Parecía que sus hermanos dormían. Él
sabía que no, que estaban despiertos, sin moverse, en silencio, fingiendo
dormir igual que él.
El maullido continuaba, y no tenía
claro de dónde provenía. Seguía mirando aquellos rombos que tomaron la forma de
un rostro demoníaco. Un rostro que también lo atemorizaba y parecía mirar hacia
el lugar de los aullidos.
Ese lugar era, al fondo, la cocina.
Oyó la voz autoritaria de su padre: “Vas a asustar a tus hijos.” Y su razón
definió el maullido.
Era el llanto de dolor de su madre,
que lloraba por injusticia y desamparo, y a la que nunca antes había oído
llorar como esa madrugada. Su madre que estaba mal. Muy desprotegida.
Desde aquella madrugada, le dan miedo
y no le gustan los maullidos de los gatos.
Brujas Antonio Cruz
Era tarde cuando encontré a Leticia.
Es una buena mujer pero no me simpatiza demasiado. Las personas que hablan de
más me ponen de mal humor. Con infinita paciencia soporté durante un rato su
interminable lista de desdichas. Me parecieron de lo más intrascendentes. Le
pedí que se apurara pues temía llegar tarde a una reunión con mis colegas pero
eso no le hizo mella. Siguió su perorata hasta que me sacó de las casillas con
su afirmación de que las culpables de todos sus males son las brujas.
"Seguramente alguien me hizo un trabajito" dijo convencida. "Voy
a consultar con un parapsicólogo que me recomendaron". La miré de tal modo
que ella se asustó. "¿No crees en las brujas?" preguntó. No le
respondí. Ella insistió de manera descarada. "¿Crees o no?". Me vi
obligada a contestarle "Según la sabiduría popular, que las hay, las
hay". Ella se puso a reír. Logré zafar y fui corriendo a mi casa, me
cambié de vestido, busqué mi sombrero y me dirigí a la pieza trasera. Saqué mi
escoba y fui a reunirme con mis colegas que charlaban animadamente en la copa
de los álamos.
Desenmascarada
Fernanda
López
Y fue entonces cuando me quité las
máscaras (sólo algunas de ellas) y me desperecé para despertarme
definitivamente del sueño en el que me había sumergido por temor a vivir. Y me
vi. Tan vulnerable. Temblando de miedo. Sintiendo la necesidad de correr para
ocultarme detrás de cada una de las corazas que se encarnaron en mi cuerpo. Y
miré a mi alrededor. Y de repente, me vi reflejada en tus ojos. Me observé
desde muy dentro tuyo. Y sentí tu abrazo. Me confundí entre tus latidos. Y las
máscaras que aún cubrían mi rostro comenzaron a caer al suelo. Y me entregué a
una clara confusión, sintiendo que podía respirar la vida por primera vez. Y
fue en ese preciso instante que, viéndome libre de ataduras, sin velos oscuros
cubriéndome, NOS VI –
Circo inverso
María
Fabiana Calderari
El famoso circo Comédie aterrizó en la
ciudad a mediados de enero, instalándose en un baldío de la zona sur. Aquel
armatoste policromo reunió a todos los personajes del lugar. Los payasos
llegaron entusiastas, con sus trajes calandrados y las graciosas narices. Se
ubicaron en los asientos de las primeras filas. Cargando famélicos animales domesticados,
arribaron los domadores.
Sus torsos desnudos ensombrecían la
figura esmirriada de los trapecistas.
Ocuparon, unos y otros, las gradas más
altas ubicadas en la carpa.
Algunos enanos escabullidos por debajo
de los toldos, se distraían enmelándose con copos de azúcar.
El anfitrión del espectáculo, un mago
lenguaraz, inauguró la ceremonia.
Lentamente el jolgorio expandía un
contagioso embobamiento.
Los aplausos estruendosos resonaban
como viento, instando el comienzo del entretenimiento.
En medio del escenario, sumido en la
más profunda soledad, el público. Monótono. Sin destrezas. Encarcelado en sus
máscaras. Esbozando insulsas sonrisas.
Las ovaciones se convirtieron en
chiflidos inarmónicos. Los espectadores se retiraron desconcertados, ante el
fracaso de la función.
-Esta gente ha perdido la magia de
mostrarse tal cual es -observó un conejo saltando de su galera. Una
contorsionista anciana, conocida por sus facultades intuitivas, exclamó
frunciendo el ceño: -¡Públicos, eran los de antes!
El día y tu recuerdo María Julieta Salusso
El día emerge de su lecho de sombras,
renace el sol desde su tumba ardiente volteando la puerta de los segundos
matutinos. Se dibujan sombras proyectadas sobre la superficie terrenal que me
sostiene.
Mis ojos capturan los esbozos que el
destino caprichoso se encarga de trazar y mi mente desespera.
Entre mi tiempo y la nada, cruza el
pálido reflejo de una vida inconclusa, que se funde en el eco de la frase que
pronunciaste alguna vez; corriente sombría de silencio que nace de las ruinas
de gritos olvidados y humedece las costas del mar de mi pasado.
El día y tu recuerdo, emergen de su
lecho de sombras… y yo me ahogo en las aguas de mi propia nostalgia, para
renacer mañana… junto al día y tu recuerdo.
Dibujitos David Slodky
Escuchan nuevamente los gritos.
Se miran, calladamente.
Vuelven la vista a la pantalla. Jerry
sigue escapando alegremente de Tom.
Un portazo. Escuchan llorar a mamá.
Se ensimisman ahora en el correcaminos
que hace beep beep.
Se abre la puerta.
-Chicos -dice papá -: mamá y yo
tenemos que hablar con ustedes.
Levantan la vista.
Mamá tiene los ojos hinchados.
-¿Puede ser después que terminen los
dibujitos? –dice el menor.

El cazador José Menéndez
Ya
surgía el ocaso por el horizonte, el
aire estaba espeso, asfixiante, el agobio rondaba el lugar, el día llegaba a su fin, era una
tarde de primavera con un calor de verano, mas apropiada para estar en un
escarpado a la sombra o en un oasis de frescas palmeras, que en una jungla como
aquella, todas las especies se agolpaban al emerger, las nocturnas dando la
bienvenida al nuevo día y las exhaustas que retornaban a sus hogares o
madrigueras con pasos cansinos para encontrarse con la manada, con sus pares.
El aparentaba estar como todas ellas, había sido una
jornada difícil, estaba agotado, lo atosigaba el calor extremo, estaba incomodo
en su piel, estaba hambriento y sediento, estaba esperando paciente. Ni el ojo
conocedor lo hubiera destacado, parecía uno mas de aquellos herbívoros que
tomaban la vida con cautela, pastando, tal vez pensando, rumiando y dóciles a
las vicisitudes de la vida, el aparentaba serlo, en cierto modo envidiaba a
aquellos cuadrúpedos que moraban en manadas y vivían en las estepas, fieles a
su especie, a su pareja, incapaces de hacerle daño siquiera a algún ser,
temerosos de los salvajes, como el.
Le hubiese gustado ser así, de algún modo el llevaba su
ser como una carga pero era parte de el y era inevitable, le parecía
inverosímil de algún modo que hubieran sido creados para una vida tan monótona
tal vez ansiaba llevar una vida duradera sin aventuras como aquellas criaturas,
como sospechaba que ellos lo envidiaban a el por su bravura por su vida
aventurera, por su poderío, si es que ellos ambicionaban algo.
Ascendió al puesto donde estaba lo espeso de la manada,
pasaba desapercibido, tal vez era por su disfraz, tal vez por su imagen que no
mostraban aquel temible aspecto que había sabido tener, tal vez ya no era sino
uno de ellos, rezagados y resignados a la vida, se le ocurrió pensar que era un
lobo disfrazado de oveja, estaba cavilando en el momento que localizo a su
presa, estaba distante y era inalcanzable para el, lo antecedía una multitud,
la vio y se dio cuenta de su belleza, su corazón se agolpo al pensar, había
visto solo una parte pero su experimentado ojo sabia reconocer lo bueno, estiro
el cuello pero estaba tapado por algún macho de gran tamaño, hociqueo y se propuso
analizar su plan de ataque, su naturaleza felina le había enseñado a ser cauto,
una precipitación significaba el fracaso, ordeno sus ideas, no le escaseaba el
alimento, en su guarida reservaba una cantidad considerable como para durarle
un par de días, además el sabia que con facilidad encontraría presas de mayor
volumen con mayor facilidad, pero esta lo sedujo particularmente, era una
empresa demasiado difícil pero le gustaban los desafíos. Se ocupo en imaginarse
el acto mórbido en el cual llevaría la cacería, se vio retozando en ese cuerpo
de líneas curvas, se vio relamiendo su presa, le produjo un sentimiento casi
erótico, excitante, saboreando esos músculos jóvenes, esa carne fresca, esa
sangre, no se dejo obnubilar, la vio de cuerpo completo y se le apareció
perfecta sabia que no lo era pero el deseo delimita las líneas de la
perfección, se irguió, estaba exultante y estiro su cuerpo haciendo sonar las
vértebras, pensó en arrojarse precipitadamente, pero estaba disfrutando el
momento de fantasear, el sol ya estaba cayendo, el aire cambio y sintió una
brisa floral, era el olor del paraíso, quizás, o el olor dulzón de la muerte
que acecha, se movió sigilosamente y se acerco unos metros pudo detallar en la
complexión de su fisonomía, ella se encontraba ausente, ensimismada en sus
asuntos, inocente, desconociendo completamente lo que sucedía y se avergonzó de
pensar si fuera posible leer los pensamientos ajenos, volvió a estudiar la
figura y la observación dejo lugar o mejor dicho fue arrastrada por el caudal de
la corazonada, del palpito, estaba jadeando y tenia la boca seca.
No tendría sentido que las cosas sucedieran simples pues
perderían su arte, su color, su sabor, el fruto prohibido sabia mejor que el
mejor de los manjares servido sin el esfuerzo.
Quizás era incorrecto para el, un cazador reprimido, que
había abandonado esos caminos salvajes para sumirse en la frivolidad, la
vulgaridad, retornar a sus acechos anteriores, pero hay cosas que no se
pierden, como la naturaleza de matar, de perseguir, de dominar, se la puede
ocultar, enterrar, pero se despierta como un león dormido.
¿Acaso no era la seducción la más antigua de las artes?
De repente se genero la situación, el momento justo, un pequeño grupo se había
apartado y libro el camino recto hacia su cometido, era la hora, la vislumbro
sola e indefensa, contuvo el aliento, saco sus zarpas y se apresto a embestir,
flexiono su patas traseras para proyectar el salto.... súbitamente surgió desde
un costado, una irrisoria criatura, inferior que el, insignificante, apenas
un carroñero, de aquellos que cazan solo por hambre o por
necesidad, se dirigía hacia su elegida, vaya destino, con tanta variante, con
tanto esmero destinado a elaborar, diseñar su plan, a degustar su victoria, se
agazapo y quedaron enfrentados, en otros tiempos no hubiera sido contrincante,
aun ahora no ofrecería resistencia, pero los otros tiempos habían dejado lugar
a estos, los tiempos actuales, cedió su lugar, se resigno, inexplicablemente
hasta se alegro de hacerlo, se alejo pasivamente y se entristeció al pensar que
se conformaba tan solo con la fantasía, había pasado de ser un cazador nato a
un imaginativo, se había satisfecho con el hecho de rememorar su antigua
gallardía y asegurarse que todavía mantenía su instinto intacto, ni de eso podía
estar seguro, pero en cierto modo lo inundo un sentimiento de alivio, no era
mas que un soñador.
La muchacha, su presa, se bajo en la Avenida Álvarez
Thomas, furtivamente él le dirigió una ultima mirada, él descendió dos paradas
después meditando en lo bien que le vendría una ensalada que le habría
preparado su esposa

Capitán
Emilio
Yaggi
¿Por qué Capitán? En realidad, nadie lo sabía con
certeza, pero la historia más aceptada era ésta: por muchos años, él había sido
capitán de un buque mercante. Un día mientras trabajaba, una grúa o algo muy
pesado golpeó su cabeza. Desde entonces había perdido la razón.
Lo dejaron cesante.
Quedó sin trabajo, sin familia y sin razón, pero igual
siguió andando la vida, lentamente, como a la deriva.
Capitán era bajito, tenía cabello casi blanco, largo y
ensortijado.
Invierno y verano vestía con mucha ropa, toda la que los
vecinos le daban y, arriba de todo aquello ¡un sobretodo marrón!
Tres fieles perros pulguientos le acompañaban a todos
lados.
Los ojos de Capitán me impactaron siempre, tanto, que aún
puedo verlos. Eran de un celeste tan intenso que parecía que el cielo había
caído en ellos, pero no miraban cerca, siempre miraban más allá. Hasta cuando
miraba a los chicos parecía estar viendo dentro o a través de nosotros; siempre
lejos.
Capitán nunca estaba apurado; su andar lento casi
arrastrando los pies le llevaba hasta las puertas las cuales golpeaba con
delicadeza.
-Buenos días señora, ¿le barro la vereda?
Y aunque ya estuviesen barridas, las vecinas que conocían
y apreciaban a Capitán le alcanzaban una escoba.
De forma monótona y mecánica realizaba su tarea y luego
esperaba el fruto de su trabajo: algunas monedas, quizá comida, o tal vez ropa
usada, y las infaltables palabras cariñosas y agradecidas de las vecinas.
Sí, Capitán, nuestro Capitán, era un hombre querido y
respetado por todos. Era culto, amable y de noble porte. Solía sonreírle a los
chicos; su sonrisa era clara aunque se parecía a su mirada lejana.
Me producía un cierto dolor, algo así como compasión.
¡Tantas veces sentí el impulso de darle un abrazo como si hubiese sido mi
propio abuelo! Hoy sé que no lo hubiera comprendido.
Un día corrió la voz: ¡a Capitán lo mató el tren! ¿Lo
mató el tren? ¡Sí, lo mató el tren!
Al instante, un tropel de niños, adultos y algunos
ancianos corrió atropelladamente las tres cuadras que nos separaban de las
vías. Se nos hicieron eternas; recónditas ilusiones me querían convencer de que
quizá, no se trataba de él. Agitados, angustiados y con una engañosa esperanza
llegamos al lugar.
Era verdad.
Sentí que me vaciaba; sentí que todo aquello no era real:
los vagones, la gente, los sonidos, todo; y percibí de cerca el olor y el dolor
de la muerte.
Sus tres perros hacían celosa guardia alrededor del
cuerpo; sus ladridos eran aullidos lastimeros que hacían erizar mi piel:
lloraban la muerte de su amo.
Los bomberos quisieron acercarse para retirar los restos,
pero ellos no se lo permitieron.
Con fiereza mostraron sus dientes y gruñeron: nadie tenía
permiso para acercarse a Capitán. (Si los perros piensan y sienten ¿qué habrá
pasado por sus mentes y corazones en esos terribles momentos?)
Tuvieron que enlazarlos y meterlos en una jaula para
poder llevarse el cuerpo destrozado.
Entonces, las compuertas de mis ojos de niño asombrado se
rompieron, mojando mi cara y dejando en mis labios un largo sabor
salado-amargo.
EL
ACERTIJO OLAYA MAC-CLURE
En Santiago de Chile, a la edad de la Primavera con los
árboles en flor, acusé recibo del primer llamado telepático de Saint Exupery en
respuesta a mi llamada idem pues, tenía cortado el teléfono por obra y gracia
de un destino curioso. Quedamos de acuerdo después de largas horas de
conversación que, Saint Exupery contactaría a los personajes y autores de
diversos libros para que me ayudaran a investigar un hecho casi inédito en la
literatura planetaria: un dilema muy complejo que resolver. Así que tomé mi
pluma haciendo un taco entre mis hojas y, me dirigí personalmente pedaleando
con mi bicicleta a la “Rinconada El Salto Parcela 6” .
La Señora Luisa (la cuidadora) me saludó muy contenta de
verme nuevamente y abrió el portón. Le avisé que tendría varias visitas aunque
calculé que no necesitarían puerta.
Exactamente lo que pensé, la visita me tomó por sorpresa.
-Mogwli ¿qué estás haciendo aquí?
-Te vine a ayudar, escuché tus gritos de auxilio. Antoine
me avisó que viniera lo más pronto posible.
-Pero, si no he gritado.
-Eso te parece a ti pero, a mí me tenías con las dos manos
apretadas en las orejas.
-¿Qué puedes hacer tú después de tanto tiempo?
-Escuchar los sonidos de la casa: el aire, las hojas de
los árboles, los muros, las puertas.
Un momento, silencio… (Me hizo callar de frentón
colocando su manito en mi boca). Ahí estás tú.
-¿Dónde?- pregunté escéptica sin ver nada.
-Frente a la puerta de entrada.
-¿Qué estoy haciendo?
-Piensas y transmites tu filosofía al veterano
-¿Qué sucede Mogwli?
-El toma nota de todo lo que tú le dices hasta los
enigmas más ocultos que coleccionas en tu corazón.
-Mogwli, ¡estás exagerando!
-Te equivocas, a ti tu padre te fue a tirar en una bolsa
negra de basura a Conchalí junto a tu hijo de apenas un año pues, no tenía la
más mínima comprensión hacia tu talento. Pero, este veterano te supo aprovechar.
Se encerraba luego, en su escritorio y escribía como malo de la cabeza.
Terminando, te iba a mostrar el poema para que tú se lo corrigieras y, más
tarde no te regalaba sus libros para que no te dieras cuenta de todo lo que tú
le habías ayudado. Además, te hizo hincapié que si llegabas a divulgar este
asunto, nadie te iba a creer porque tú sólo eras una autodidacta en cambio él,
un reconocido Académico de la Lengua.
-Por supuesto, yo se los corregía y si estaba malo lo
volvía a hacer todo de nuevo hasta que yo le informara que estaba correcto.
Gruesas gotas de lágrimas resbalaron por mis mejillas
como caída de agua hacia los pétalos de flores esparcidas por la tierra de
Conchalí al recordar, los detalles de los sucesos en forma tan cruda.
-El no daba puntá sin hilo mi querida amiga, amante de
los animales.
-Mogwli ¡cuidado! Baghérha se va a tirar a la noria.
-Sí, tenemos sed. Voy para allá. – y, se tiraron ambos al
pozo lleno de agua cristalina y fresca. Tomaron todo el agua que quisieron.
A mí me habría dado un poquito de asco tomar agua después
de ahí pero, qué le iba a decir a un niño tan tierno como Mogwli.
Mogwli, ¿te tiro la cuerda para que salgan?
- No. Vamos a nadar un rato. Al segundo comenzó a
patalear y a hacer piruetas junto a baghérha y a mover sus brazos como
remolino.
De repente sentí que alguien me abrazaba con fuerza por
la espalda. Era Fiammetta, dulce, atractiva, sexy, elegante, una diva sin lugar
a dudas que habría causado más de algún dolor de cabeza. Nos besamos con
efusión contentas de volvernos a encontrar (ella se había presentado a trabajar
a varios de mis anteriores cuentos. De repente, se había colocado bastante
catete y estuve a punto de enviársela de vuelta a Boccaccio pero, me arrepentí:
por lo extraordinariamente bella y bien vestida que se presentaba en cada ocasión
lo que seguramente, haría que mis lectores engancharan mejor con el texto.
-Fiammetta, agradezco tu presencia pero, ¿qué va a decir
Boccaccio cuando no te encuentre en el “Decamerón” donde tú tienes un papel importante
de participación?
- No te preocupes, ya le avisé a través de un circuito de
ultrasonido que maneja en el bolsillo de su pantalón. Vine a acompañarte para
ayudar a revelar lo que sucedió aquí hace tantos años. Así que ahora quédate
quieta.
¿Qué
haces?
-Huelo
-¿Qué hueles?
-Olor a sexo. A esta casa llegaron muchas mujeres de
diferentes edades. Algunas de ellas saben tu secreto pero, lo ocultan. ¡Esto
más parece lupanar que casa solariega y blasonada!-terminó diciendo Fiammetta.
Después de haber olido minuciosamente continuó-posiblemente, llegaban muchas
mujeres a visitarlo y él se encerraba en su casa. Y, ¿tú no hacías nada?
-¿Qué iba a hacer? Era su vida. Además, él no me permitía
la entrada.
Tocaron la campana.
Fui a ver el portón y era nada menos que Brian Weiss. Lo
saludé muy contenta. Ray Bradbury lo acompañaba desde las soledades
inconmensurables de los desiertos, en las órbitas Plutonianas de las “Crónicas
Marcianas”.
Entonces, me dijeron: sabemos que eres una mujer muy
creyente y, que no puedes resistir la idea que alguien se despida de este mundo
a hurtadillas callando un misterio que no ha dicho y que se sabe a mil voces
¡sí! porque tú te has encargado de pregonarlo a los cuatro vientos a por lo
menos 1000 seres humanos (aunque hoy, hay que multiplicarlos por tres.)
Brian Weiss prosiguió: - los enredos, se tenga la edad
que se tenga hay que aclararlos pues, he constatado personalmente a lo largo de
mis años que, tienen un comienzo pero nunca tienen final.
El Principito fue muy educado pues, podría haber
atravesado el portón con su transparencia en un vuelo cósmico sin embargo,
esperó que la Señora Luisa le abriera la puerta de entrada. Se aproximó hacia
nosotros y, se incorporó en el lote de sabios literatos como si los conociera
toda la vida. Quiso acompañarme viajando velozmente desde un lejano planeta del
satélite, para descubrir cualquier clave que se hubiera enterrado en la arena espacial
semejante a la lunar. Llevó su sombrero para lograr el objetivo que nos propusiéramos.
A mi regreso, que fue por un lapso de breves segundos,
vino la Señora Luisa a avisarme que me buscaba otro señor. Fue tan grande mi
sorpresa, que corrí a abrazarlo: Jorge Luis Borges se acercó a mí (sin sus
lentes de ciego pues, su vista ahora se encontraba perfecta). Me saludó también
con un gran abrazo. Le comenté que estaba muy triste porque nadie recibía mis
trabajos literarios.
-Es que son todos unos idiotas –me respondió
-No los descalifique, por favor Jorge Luis.
-No te preocupes aquí nadie nos escucha. Solo estamos tú
y yo –a continuación me preguntó: -¿Te los han pedido?
-No, nunca.
- Tienen miedo…son unos cobardes. Anticuados, les
escandaliza sobre todo tu “Poesía de Punta”.
- ¿Mi poesía hija de mis entrañas?
-¡Así es!
De inmediato tironee la manga de Jorge Luis y le dije:
-Por favor no diga más que aquí las murallas escuchan más de la cuenta.
-No te preocupes hija mía, la honestidad de tus escritos
tarde o temprano se van a imponer contra viento y marea.
Después, le conté lo que estábamos haciendo entre todos:
desenmarañando la madeja porfiada para que nos diera la respuesta que
necesitábamos.
Entonces él me dijo: yo lo sé desde hace mucho tiempo,
desde que las Nieves Eternas del Kilimanyaro no quisieron derretirse nunca
jamás. Antes, cuando él aún estaba en esta tierra, notó el cambio de escritura
del veterano, indudablemente más rejuvenecida así que, no necesitaba darle
mayores descripciones.
¡Claro! ¿Cómo no me lo pude imaginar ante el hombre más
sagaz del planeta? Me propuso que invitara a ese hombre tan avaro y codicioso
al: “Jardín de los Senderos que se Bifurcan” .-Estoy seguro que no sospecha que
yo poseo el “secreto”-me afirmó.
-Mi voz humana es muy débil – le respondí – no sé como
hacerla llegar al oído de los Jefes. Así que usted Borges es mi tabla de salvación.
Y, terminé diciéndole: yo tengo sangre escocesa ¿le servirá para su plan?
-¡Por supuesto! – me respondió con emoción.
Le tiré mis últimas monedas que encontré en el bolsillo a
un niño que nos indicó el camino frente al portón de la Rinconada El Salto. Ahí
recordé que se me había olvidado avisar al dueño de casa. Borges me convidó
algunas de sus monedas y atravesé al frente por un camino de tierra pedregoso.
Las coloqué en la ranura del teléfono pero, no logré el objetivo, me quedé
profundamente dormida con el auricular en la mano. Cuando desperté pensé:
¿llegaremos al laberinto con Jorge Luis? Pero, ya no me importaba pues, ese
laberinto era infinito y solo besando el anillo en el dedo meñique de la mano
derecha de Borges una podía encontrar infinitos laberintos más. Así que con eso
me conformé.
Fiammetta
entonces, se acercó y me preguntó:-¿toda esa poesía es tuya?- refiriéndose a mi
“Poesía de Punta”.
-Si Fiammetta, es toda propia y de mi natural imaginación
y si existe algún poema que se asemeje a los poemas de otro poeta, ese poeta ha
rescatado el lenguaje en mi persona sin consultármelo antes. Lo digo porque
esta es mi forma natural y espontánea de expresarme. Mi obra completa, de
principio a fin, está formada casi toda de humor. No necesito ideas ajenas para
escribir como escribo.
Apenas terminé de decir la última palabra, escuchamos el
Volswagen azul del dueño de casa. En cuanto entró me acerqué y le dije: - “Los
personajes y autores de diferentes libros quieren conversar con usted en el
jardín.
-Dígales que, no tengo ningún interés en conversar con
ellos menos aún en los patios de mi mansión. Además, ¿no le he dicho en
repetidas oportunidades que no invite a nadie a
la Parcela? ¡Hasta cuando me desobedece!
Fue el momento preciso que Mogwli y Bahérha treparon por
la orilla del muro de la noria y salieron a la superficie y, él los vio.
Comencé a tiritar…
-¡¿Qué hace ese cabro chico y el animal en el pozo?!
Saque de inmediato a toda esta gente de mi casa. No los quiero ver cuando
despierte. Yo me tengo que ir a dormir siesta y, partió sin saludar a nadie.
Nos reunimos todos y se nos ocurrió ir en el Volswagen. A
pasarlo chancho pues, nadie andaba en vehículo. Echamos a andar el motor
conectando un par de alambritos. Algunos personajes, se fueron navegando a
través del viento sujetos al techo y a los parachoques para que cupiéramos
todos. Nos fuimos a un café a celebrar todo lo que habíamos descubierto. Más
tarde, le hicimos una llave y lo regalamos a un orfanato de niños huérfanos.
Por el camino, Fiammetta obsesiva, me siguió
interrogando: - ¿A quién está dirigida “Poesía de Punta”?
- Está dirigida a los Gobernantes, para que en sus
mandatos gobiernen en forma más humanitaria a su pueblo y, para que los
políticos no se ufanen tanto de sus logros exitistas.
- ¿Dónde se encuentra tu poesía?
- Guardada bajo siete llaves en los bolsillos de los
políticos.
- ¿Por qué?
- Porque es esencialmente “una ventana que se abre a
Dios”. Un niño que maneja un Rayo de Luz que, se posa con destreza en las
infinitas miserias del poder, sin rencor ni resentimiento sino mas bien, con
humor y sabiduría.¿¡¡Cómo no se van a escandalizar frente a un niño Fiammetta,
que les rompe todos sus esquemas poco humanitarios!!?
- ¡Yo se los voy a ir a sacar de sus bolsillos ¡ y,
partió tan rauda que, ni siquiera le pude agarrar el vestido que llevaba puesto
para detenerla. ¿Lo logrará? entonces, suspiré y me dije a mi misma: Si
hubieran más Fiammettas en este mundo tan decididas y valientes como ella,
viviríamos mucho más felices y contentas. Chao Fiammetta.
ARREPENTIDO Marta Becker
Te confieso de corazón que estoy arrepentido de todo lo
que te hice pasar. Se que nuestra convivencia no fue buena, mi autoritarismo,
mi carácter arrogante, mi estúpido machismo, todo, todo, arruinó nuestra
relación. También perjudicó nuestra vida mis cambiantes estados de ánimo a los
que te adaptaste no sé si por sumisión o por conveniencia, pero supongo que no
fue fácil. También te pido perdón por mis infidelidades, ya se que no tienen
justificación, pero formaron parte de mi ser, de mi mundo perverso, de mis
inseguridades que necesité reforzar con las engañosas caricias ajenas. Por ese
mismo motivo no me enojé con vos cuando supe que también me eras infiel,
touché, pensé, y no te lo reprocho. Me disculpo además por los problemas
económicos que sufrimos gracias a mis caprichos, fantasías y malabares en los
negocios, bien alejados de la realidad y con catastróficos resultados, admito
que nunca te quise escuchar por menospreciar tus opiniones. Pero hoy cuando te
veo impasible, observándome tan serena, sin derramar una sola lágrima, casi
diría aliviada, sin siquiera intentar fingir tristeza para que los demás te
digan “pobre viuda”, te confieso que no me arrepiento de haber tomado la decisión
que tomé, no me arrepiento para nada.
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Sonia Cora Stábile
Corría la década del 50, transitábamos por la mitad del
siglo XX.
Me asomo a aquella vieja casa con jardín en el frente: a
la derecha tres amplias habitaciones corridas, un techo que cubre la mitad del
patio y varias columnas de hierro que lo sostienen; de ellas se tomaban los
cuatro amigos para practicarlos pasos con los que después pensaban lucirse en
la pista del Club Social Rivadavia.
Desde el tocadiscos surgen las notas cadenciosas de un
tango: “Bahía Blanca” comienza a escucharse, ellos abandonan las columnas,
forman dos parejas y se entregan a la música.
De pronto, desde el fondo, se asoma tímidamente una
muchachita, no muy alta con largo cabello oscuro, grandes ojos negros y actitud
apocada.
La miran y le preguntan su nombre.
- So … So … So …
No puede seguir, uno dice:
- Che, ni a le sale de la boca.
Los otros lo miran y contestan juntos:
- Sonia, ese es el nombre de la percanta
Ella asiente sin decir nada, la invitan a bailar y acepta
serena. Durante media hora continúan can las prácticas. Luego ella se acerca al
combinado, busca entre las 15 ó 20 placas de pasta que estaban apiladas a un
costado y encuentra una versión musical de “Toda mi vida”, se apresura a
colocar el disco y comienza a entonar aquellos versos escritos por José María
Contursi acompañados por la melodía compuesta por Aníbal “Pichuco” Troilo.
Ellos la escuchan extasiados, cuando el tango termina
Sonia se da vuelta y comienza a caminar lentamente, pasa al lado de la vieja
higuera y su figura desaparece entre los árboles del fondo como si hubiera sido
devorada por la noche.
POEMAS
ANA ROMANO
CUÑA
La
matanza
coagula
El
quejido
secciona
El
soporte aflige
escarba
amputa
Inocula
-estéril
roto
perplejo-
autonomía.
DESCARTABLE
Arrastra
marginado
el
cuerpo
La
búsqueda
devuelve
miseria
El
viento
entumece
¿Prosigue?
desnudo
Las
ruedas pesan
e
insiste
El
hambre
traspasa
su sombra
Sueña
con
una frazada.
ESBOZO
Sobre
la mesa
de un
bar
apoyada
una
taza blanca
de
café
El
aroma
acaricia
la mirada
ausente
Las manos
aferran
la ilusión.
AÑORANZA
Asomada
al recuerdo
emerge
tu
figura
soberbia
autoritaria
desprotegida
En
aridez
sembraste
diminutas
semillas
La
muñeca impávida
detecta
cómo
llega la muerte
Despido
en
cuanto salpica
un
hálito de destellos.
CAUTIVO
Se
sacude inquieto
aletea
Aun
agobiado
se
rebela
Mientras
lo acordonan
en el
intento de
aplastarlo
chilla
hiende
rasguña
Dispuesto
a
salir (se)
además
gime.
VISERAS Alicia
Chilifoni
Los jovencitos de todas las épocas han adoptado
rasgos característicos para distinguirse de las otras franjas etáreas. Es una de las maneras de expresar su rebeldía
para con las generaciones anteriores. Han habido tanto petiteros como hipies.
Por estos días y desde hace algunos años se ha
instalado la gorra con visera como identificación con esa pléyade pujante,
aunque unos pujan para un lado y otros para el otro. Y llegó para quedarse. La
visera dice de quien la ostenta “yo soy joven”, “soy capo”, “acá vengo yo”.
La usan a toda hora, aún en plena noche o de
madrugada. Cuando yo era chica la llevaban los varones, tan salvajes ellos,
contra soles insolentes de siestas zumbadas por tábanos, a la orilla de la
cañada cazando ranas, o cubriéndose de tierra fina como talco en el potrero de
la esquina, pelota y gritos.
Ya no más. La computadora y la inseguridad los
mantienen en casa, pero con la visera puesta, eso sí. Siempre. Si hasta se me
hace que duermen con ella. Para protegerse de qué?
Me gusta observar semblantes, en el tren, en la calle…Vereda: universo en
miniatura, dijo un poeta. Verdad. Hay de todo. Caras de soberbia y
superioridad, de agotamiento, de preocupación, ensimismadas, extrovertidas y
curiosas, indiferentes, de hastío, hostiles, amables y relajadas….de todo un
poco.
El tema se me complica con “los viseras”. Cuesta
verles los ojos. Muchas veces, como por telepatía, algún muchachito sentado en
el micro, como espoleado por mis ojos clavados en él, hurgueteado, me dedica
una ojeada ligera como diciendo hoscamente ¿qué te pasa? Me pasa que quiero
verte y te escondés.
No hay sol. No hace frío, y si hiciera más te
valdría un gorro de lana. Estarías más confortable, y, lo que más me interesa,
podríamos vernos a la cara. ¿Para qué? Y… ya que todos tenemos que tirar del
mismo carro por convivir en el mismo mundo, cuanto más a la par nos sepamos,
más llano se hará el camino.
Ves que tengo razón? Pasó el vistazo apurado y te
volvés a esconder. La visera te da anonimato y sentido de pertenencia. Una
gorra más es un joven más, un rebelde más.
Si en este momento ocurriera un ilícito, es
probable que se te mire con más desconfianza por “portación de gorro”. Generás
cierta desconfianza, precaución. En alguna medida te discriminan, porque no te
conocen. Tampoco a los demás pasajeros, pero los otros son más “iguales”.
Como un espejo, devolvés igual sentir en tus miradas recelosas. La
visera es una pantalla protectora eficaz en direcciones enfrentados: que no te
alcancen los rayos fulminantes del que necesita descubrir en vos una amenaza, y
para disimular el bumerang que a partir de tus ojos devuelve la misma
incomodidad.
Sí. Creo que todo sería mejor sin esas gorras, pero
siempre los jóvenes buscaron elementos de diferenciación, y lo seguirán
haciendo, como todos alguna vez.
¿Entonces? Entonces lo que quiero decir es que no
veamos en la gorrita ninguna amenaza. Si los que nos despojan de verdad, no
usan visera, y sin embargo igual no se los ve en absoluto. No se ven, pero
se sienten, y cómo!!!!
Soneto V
RispondiEliminaHubo Un Día
La semana pasada hubo un día que:
frente al ineludible golpe y porrazo
del enigmático quehacer afiebrada por oscilaciones
de vacío irresoluto
no quería saber más de mí ni del territorio que habitaba
prendido con alfileres que me circundaban.
Con la acostumbrada estratagema extravagante de comedianta
apagué el interruptor de mi imaginación inexcusable
y, al acostarme, convertí mi estatua
en fósil tieso petrificado.
Soñé en mis sueños frente a un farol encendido
que me iluminaba
y volví a sentir como la sangre corría vertiginosa
por mis venas
y con ese ímpetu, me reencontré conmigo misma
en el lecho adormilada;
regresé a ser más lúcida y límpida como nunca antes había siquiera imaginado.
Soneto VI
La historia de Cleopatra es realmente hermosa, primero : sedujo a Julio César
y, tanto ella como Marco Antonio eran fieles a él y su monarquía. Cuando lo
asesinaron, después de mucho tiempo, Cleopatra sedujo a Marco Antonio (ésto
según la película:"Cleopatra" con Elizabeth Taylor) finalmente, cuando
Octavio Augusto los invade y desea poseer a Cleopatra, Cleopatra se niega en
forma rotunda a acostarse con Octavio .Tanto ella y Marco Antonio herido de
muerte, se encierran en la pirámide con cobras y se envenenan hasta morir.