1. Nada como el centro
Una periodista canadiense, que vivió un par de años en Uruguay, regresó furtiva para cubrir la primera vuelta de los comicios y me preguntaba al día siguiente cómo podía ser que algunas agencias internacionales escribieran que el candidato colorado, Pedro Bordaberry, fuera de “centro”. Eso, claro está, resultaba tan paradojal como percibir, mientas charlábamos, que el Frente Amplio, según el conteo de la Corte Electoral, acababa de obtener, en ese mediodía de lunes, la mayoría absoluta en la cámara de diputados, contradiciendo todas las predicciones. Y por supuesto, también tan paradojal como escribir, como hacen esas mismas agencias internacionales, que el Frente Amplio, cuyo candidato presidencial, Tabaré Vázquez, repite se trata de un partido de centro, o en el mejor de los casos de centro-izquierda (y que él mismo se considera tan “conservador” como la ciudadanía) sea partido de izquierda.
En rigor, la única forma de contestar a la periodista era articulando una nueva pregunta: ¿cómo es posible hacer uso de categorías ideológicas (como centro, derecha o izquierda) en una competencia electoral como ésta, el mayor intento que haya conocido Uruguay de evaporar lo político en favor de una supuesta excelencia administrativa? Las campañas se centraron en temas de gestión; en la presentación de “equipos”; en el combate administrativo a padecimientos sociales como la inseguridad ante la criminalidad o el lamentable estado de la enseñanza, en particular la secundaria; en si disminuir o dejar de disminuir la edad de imputabilidad; en si la economía traerá o dejará de traer “viento de cola”; en fin, en cualquier tópica que alejara la vieja discusión por la ideología, sustituyéndola por una desesperada carrera “hacia el centro”, instancia neutra, agujero negro,atractor en el que gana, y habrá de ganar siempre, el Frente Amplio, partido que sostiene, de alguna manera, el impulso social demócrata que hiciera el Uruguay moderno, aunque en el esquema del actual consenso posneoliberal, al servicio de los intereses del capital internacional.
Y sin embargo, hasta el comienzo del escrutinio, las encuestadoras insistían en que algo había cambiado en el mapa electoral del país, error que convirtió la cobertura de las elecciones en un inmitigado papelón del que participaron periodistas, politólogos, encuestadores, incluso algún político, todos declarando o explicando, en la noche del domingo, realidades volatilizadas, porque, mientras ellos dictaminaban una cosa, debajo de ellos, en la pantalla, la tozudez de los votos iba revelando una muy otra: que el Frente Amplio, lento, inexorable, marchaba rumbo a la mayoría parlamentaria y a ganar de antemano, aunque forzado a presentarse a una segunda vuelta, las elecciones.
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La dificultad para predecir el escrutinio tiene razones análogas a la de asignar un lugar en el viejo espectro político, ése que se descorre de izquierda a derecha, a candidatos (los tres que provienen de los partidos mayoritarios) que se proclaman centristas, si bien proceden de lugares que, al menos hasta hace un tiempo, estaban obviamente volcados a los extremos. Porque, a fin de cuentas, cómo definir quién gana si la gente ya no se define por ideología, siquiera por marcas de pertenencia, y está dispuesta a sostener aquello que conoce mejor, máxime si eso le ha traído cierta bonanza económica, como sucede con el Frente Amplio. ¿Quién andará mejor en el centro, para decirlo de otro modo, que aquel que ya está gobernando desde el centro? ¿Quién andará mejor en el centro que quien está probando que le defiende sus pesos al votante?
Y este pequeño truco, viejo como la modernidad, que la gente vota según ideología o interés, escapó a politólogos, encuestadores, periodistas e incluso a muchos políticos, hipnotizados por el diorama del centro. Así, cuando las agencias internacionales pronuncian de centro al herrerista Lacalle Pou, es decir, a alguien perteneciente a un sector derechista por disciplina y abolengo, ya que es el sector de su bisabuelo Luis Alberto de Herrera, es porque eligen olvidar su procedencia. Lo mismo ocurre con Bordaberry, candidato, como saben los uruguayos, al menos los uruguayos viejos, legatario de la sección más derechista que conociera el partido colorado en el siglo XX. Pero si ellos deciden olvidarlo, no así los votantes: no se vota al advenedizo; y si los candidatos de la derecha tradicional se quieren mimetizar con los frenteamplistas, abandonando el traje y la corbata, nunca dejarán de ser eso, advenedizos, copiones, subidos al carro.(leer más)
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