domenica 19 ottobre 2014

[Henciclo] interruptor - Los imprescindibles años de vagabundeo - la columna de H enciclopedia

 
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   CONTRA EL MERCADEO DE DIVERSIDAD
Los imprescindibles años de vagabundeo
Aldo Mazzucchelli
¿Cuál es la finalidad de 
las humanidades, la razón de su existencia como disciplinas universitarias? Ante esta aparentemente simple pregunta, la mejor respuesta que conozco es una simple: el estudio, con el fin de practicarlas bien, de la historia, de la filosofía, de las letras, etc. Esta respuesta requiere una especificación más, de todos modos. Pues responder, sobre la filosofía, por ejemplo, “el estudio de la filosofía”, no deja aun claro si la respuesta debe entenderse como “aprender a ser filósofo”, o “convertirse en un estudioso y conocedor de lo que los filósofos (es decir, otros) pensaron y escribieron”. En mi opinión, la respuesta es claramente la primera. Uno estudia filosofía con la esperanza de convertirse en filósofo, historia con la esperanza de convertirse en historiador, y las letras con la esperanza de convertirse en un buen escritor, en cuya obra la vida del pensamiento quede en forma de letras. Sé perfectamente que la respuesta sorprenderá a algunos (especialmente, a algunos académicos), e incluso les parecerá un disparate. Sin embargo, creo que hay que afirmarla con toda claridad, especialmente hoy.

¿Por qué hay gente que reacciona inmediatamente con un “en ese razonamiento hay algo que está mal”? Primero, porque se malentiende la idea. Por ejemplo, habrá quien observe que muchos filósofos o escritores no estudiaron nada. Lo cual es perfectamente cierto (es decir, no estudiaron formalmente) pero no elimina el hecho de que muchos otros sí lo hicieron. Segundo, porque la desazonante improductividad de las carreras humanísticas —por cada mil que estudian filosofía, quizá medio sea finalmente reconocido como filósofo por alguien más que su familia nuclear. Tercero, porque subsiste un sustrato romántico que afirma dogmáticamente que nadie aprende nada, pues el talento lo provee todo. Creo que es una creencia falsa, o mejor dicho, una concepción miope e ignorante de en qué consiste verdaderamente el quehacer de, digamos, un escritor. Escribir es un oficio, y salvo el talento, todo en él se aprende. El talento es, para mí, una intuición que distingue certeramente lo importante de lo que no lo es, por un lado; por otro, una cierta y compleja capacidad para generar novedad. Ninguna de las dos cosas puede enseñarse, aunque la primera puede ayudarse bastante, pues una persona talentosa que quiere escribir, si tiene experiencia y ha vivido (y leído) mucho está en mucho mejores condiciones para evitar errores de principiante en todos los géneros.

Pero, además, esa sustancia de la práctica humanística ha sido sometida a un proceso de reducción moderna a la instrumentalidad.


¿Es escribir un oficio? Si lo es, valdría la pena repasar cómo la tradicional atención y cuidado por la formación de cada artesano hasta llevarlo a maestro contrasta con la formación “masiva de investigadores literarios”. Para empezar, la sociedad no parece precisar una cantidad importante de “investigadores literarios” que se entiendan a sí mismos como reproductores de un “oficio” en realidad inútil e inexistente, que es el de reproducir discusiones inanes en estilo paper, que nadie lee, y que a nadie importan. Solo sirven para refritar hasta la náusea las mismas fórmulas —en general se trata de posicionamientos político-culturales esquemáticos que no resisten desafío intelectual alguno— y para, en el camino, legitimar la posición profesional del autor, lo cual a su vez le da la posibilidad de escribir todavía otro paper…

Pero, ¿qué pasaría si se aceptase que la enseñanza de las letras tiene solamente lugar para los que aspiran a convertirse en maestros, y que en lugar de hipostasiar una “función social” que nadie solicitó, se siguiese, en la legitimación de los practicantes de la Literatura (como parte de las Humanidades) un proceso mucho más cercano al que se seguía en tiempos de las guildas? La analogía puede llevarse bastante lejos, y casi funciona como una alegoría: cada parte del proceso medieval de formación de, digamos, un maestro en carpintería, correspondería a una parte concebible y necesaria de la formación de un maestro en literatura —es decir, de un competente escritor en distintos géneros. Primero, el que quiere enseñar, tiene que aceptar que no sabe y someterse a un aprendizaje apreciable.(leer más)
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