SEPTIEMBRE 2014
AÑO 19 Nº 218
REVISTA LITERARIA – ISSN 1666-3233
Director – Propietario CARLOS A. MARGIOTTA
R.P.I. Nº 932.056 TE: 4856 - 2917
redesdepapel@gmail.com
EN UNA FOTO Negro Hernández - TINIEBLAS Juana Schuster
EL POETA, EL
POEMA, LA POESÍA Alain Badiou
LOS DUENDES A LA
VUELTA DE LA LUNA Milton Oliva
CAMINITO DE
HORMIGAS Alicia Chillifoni
MALENA Marta Becker - CUENTOS CORTOS Varios
DOS AMORES Celia E. Martínez - TE MIRO Fernanda López
HISTORIAS DE LA CALLE Elsa Solis Molina
¡QUE LOS MAGOS
LLEGUEN A TIEMPO! Mary Vicy
QUÉ TAL, LÓPEZ Julio Cortázar
NADA MÁS Marcos R. Ramos
DUDA TARDÍA Walter Rago - POEMAS Rodolfo
Livingston
LA
DONCELLA DEL MAR Stella Maris Taboro
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En
una foto Negro Hernández
Recuerdo aquél momento, era un viernes por la noche, yo
venía apurado de la redacción cuando la gente se desconcentraba de la Plaza de
Mayo después del famoso discurso de “la casa está en orden”, y tuve que caminar
varias cuadras para subir a un colectivo, dije; mientras la foto encerrada en
un marco de madera temblaba en las manos del Gordo. La encontré buscando unos
papeles y me pareció piola ampliarla para colgarla junto a las otras fotos en
la pared del café. El tano Gino me hizo la gentileza de ponerle un lindo marco
sin cobrarme un mango ¿Qué te parece?. Fue como hace 30 años, te acordás. Se
jugaba la final de truco y el boliche estaba repleto; agregó el Gordo. Yo
seguía mirando la foto. El Mirón estaba sentado en el medio de una cadena de
mesas (parecía un tren) levantando con una mano la copa triunfadora y con la
otra abrazaba a su compañero de partida el tordo Jorge, nuestro médico del
barrio. Beto y Mariulo se habían ubicado en cada extremo mostrando la bronca
que tenían por haber sido derrotados, dijeron que los ganadores, como eran
fumadores en serie, se habían pasado las señas del juego mediante volutas de
humo. Don Anselmo, de espalda, daba vuelta la cabeza saludando a la cámara y
ocultando la pelada. Sandoval, el promotor del campeonato apoyaba el brazo derecho
sobre el hombro de Oliverio que hacía puchero, tenía la boca llena de un trozo
de longaniza calabresa, el Gordo agitaba la botella de champaña (es la única
gaseosa que tomo, suele decir) saludando a Mimí, que no estaba en la foto, una
morocha espectacular que en ese tiempo puso en peligro su matrimonio. Tito
Sánchez, el cantor de boleros, abría la boca como entonando “Toda una vida”, y
Norberto, el juez, gritaba desaforado
como si hubiera convertido un gol Atlanta, el equipo de sus amores. Y yo con
los bigotes y la barba negra candado apenas me reconocí, pensé en el paso del
tiempo, en aquél tiempo que era mas lento y el deseo menos urgente, todavía
podíamos pensar, repasar lo vivido y mirar los sueños a través del ventanal sin
shopping… y se me arrugó el corazón. En un segundo plano el Gallego parecía
maldecir atragantado por una empanada, Joaquín trataba de disimular el pedo que
tenía huyendo de la foto. El flaco Páez, al que llamábamos Gardelito por su
parecido con el maestro, se secaba los ojos emocionado con una servilleta, Abel
lo consolaba haciéndole una caricia en el cuello, el ruso Boris, el más
veterano de todos, permanecía sentado en una esquina y miraba sin entender
nada, y casi en la oscuridad del retrato Julio Cesar Barton, el famoso relator
de radioteatro, recibía el micrófono por sobre la cabeza de todos para decir
algunas palabras. Los demás acompañaban el festejo para no quedar afuera. A muchos no los recuerdo y de otros no vale
la pena acordarse. Sin embargo estaban todos: los desertores, los tímidos, los
pollerudos, los machos, los oportunistas, los emigrados, los golpeadores, los
aristócratas, los modernos, los cornudos, los magueros, los progresistas, los
traidores, los boludos, los ofendidos, los fachos, los sometidos, los
malandras, los religiosos, los triunfadores, los idealistas, los caretas, los
fundamentalistas, los débiles, los putañeros, los esotéricos, los inmundos, los
amorosos, los cínicos, los tristes, los morochos, los abnegados, los
cajetillas, los zurdos, los arrepentidos, los mentirosos, los solemnes, los
intelectuales, los pusilánimes, los sensibles, los que nunca amaron y nunca
serán amados, los que quisieron y no pudieron, los que todavía creen, los que
bajaron la guardia y ya no esperan, y los que partieron para siempre ya no
volverán. Negro te parece colgarla en el salón de los billares junto a las de
los célebres tangueros, ¿me dejará el Gallego?, dijo el Gordo levantándose del
asiento para dirigirse a la barra. Si,
por supuesto, contesté sin ninguna convicción, abstraído en mis preguntas
existenciales ¿cómo quiero que sean mis próximos años? En este café de Barracas, el Tres Amigos,
refugio de melancólicos, almacén de objetos perdidos, hogar de vulnerables,
templo de filósofos, escuela de jugadores, pensión de olvidados, encuentro de
amantes, academia de simuladores, he
aprendido a reconocer el alma de los hombres y la mía, basta una mirada
arrojada hacia una foto para ser detenida eternamente en un clic.
CAMINITO DE HORMIGAS
Alicia
Chillifoni
A
Emiliano
¿Cómo es no ver
cuando hasta ayer veías? Cierro los ojos. Trato de imaginarlo, sabiendo que no
podré medir el alcance de ésta, tu repentina noche, de esa capucha insondable,
inamovible.
Sin embargo te veo empeñado en sobrellevarlo, en vencer
tu abatimiento, injertándole ojos a las yemas de tus dedos y a tu blanco bastón
que te precede como una extensión de tu brazo derecho, y que va explorando para
contarte el panorama que te contiene.
Como un caminito de hormigas sobre el rectángulo de nieve
del papel, así veo hoy mi nombre, por primera vez. Hormigas quietitas como en
una fotografía. Caminito chueco, indeciso, nunca imaginado para una insólita
caligrafía que anuncia cómo me llamo. ¡Lo había visto de tantas maneras! Pero
así, nunca…
Fue necesario que me lo leyeras vos. Son algo así como
tus palotes en ésta, tu nueva etapa, la del Braille. Pronto esculpirás tus poemas. Me conviene ir aprendiendo el
simbolismo de cada estrellita en esta constelación que contemplo azorada y
conmovida, para poder leerte de aquí en más (no me lo perdería por nada), lo
mismo que vos podrás leer lo que se te antoje cuando hayas aprendido lo
suficiente.
Mientras tanto te escucho con los ojos cerrados cada vez
que en el taller de lectura recitás poemas de Machado, de Miguel Hernández, de
Silvio Rodríguez, con tanta emoción como
cuando se revén álbumes de fotos entrañables. Así los leés
descifrándolos en los archivos de tu memoria de los días de luz.
Se dice que cuando ocurren estas cosas no hay que
preguntarse el por qué. Debe ser porque nunca hallaremos la respuesta. Hay que
echarse el misterio al hombro y seguir, en la noche como en el día, siempre
seguir, aferrándonos a la vida. A esta vida cuyas jugarretas de pronto no
comprendemos, que tantas veces nos desorienta y nos rebela, pero que siempre se
las ingenia para hacernos ver que aún vale la pena jugarse y vivir, como dice
el tango. Si al fin de cuentas, la vida es un tango.
DOS AMORES Celia Elena Martínez
Dos lugares. Dos orillas. Dos amores.
Cuando cruzo el charco y estoy en Carmelo siento que
estoy en mi lugar en el mundo.
Es que amo esa comarca que conozco desde que nací. Es un
pueblo quedado en el tiempo con un microclima especial. Sobre todo en las
noches cuando hay luna llena. Desde mi casa construida en una cuchilla se ven las luces de Buenos
Aires en las noches sin luna, oscuras, llenas de estrellas que brillan y
puedo contar todas las constelaciones e indagar las que con mi padre buscábamos
de chica. Es una visión maravillosa.
Cuando regreso de noche, desde el Ferry en cambio se ven
las luces de Buenos Aires y eso también me deslumbra, las veo una hora antes de
llegar y a medida que nos acercamos la ciudad es como llegar a N.Y
Amo esta orilla, amo mi ciudad, nací aquí y soy muy
“porteña” como nos llaman allá. El estado de ánimo me hace una rara sensación
de dualidad,
¿soy una mujer disociada por esto? No, soy geminiana, bah! no sé, lo cierto es que
son mis dos amores por alguna razón.

Nada más Marcos Rodrigo Ramos
Mariano preparó el mate. Lucía llegaría pronto del
trabajo con Martín. El pan duro es el mejor para tostar, se decía a sí mismo y
eso le ayudaba un poco para no caer en la depresión. Con los días se le hacía
más difícil de sobrellevar el sentirse un inútil por no tener trabajo.
Disimulaba, por lo menos delante de ellos se dibuja una sonrisa de papel y
lloraba en el baño en las transnoches de insomio en la oscuridad.
-Te conseguí un teléfono. Por ahí tenés suerte. Es un
trabajo para hacer en casa. Al principio no vas a sacar mucho pero a medida que
aumentes la producción y le agarres la mano podés llegar a sacar 40 pesos al
día. ¿Qué te parece?
-Tenemos que intentar. ¿Qué le pasa a Martín que se rasca
tanto la cabeza?
-Piojos. ¿Podrás ocuparte vos?. Lo que te pido es que no
me gastes mucha crema de enjuague porque hasta el mes que viene no me puedo
comprar otra.
-¿Te fallé alguna vez?
-Nunca- le respondió Lucía dándole un beso en la mejilla
Todavía sentía el eco de aquella última palabra. Le
hubiera gustado tanto creerle no más sea un poco.
Después de colgar el delantal de Martín llevó al niño al
patio, puso una toalla alrededor de su cuello y mojó de a poco los cabellos.
Colocó un poco de crema y comenzó a pasar el peine de metal. A los cinco
minutos se dio cuenta que no le había dirigido la palabra desde que había
llegado. Quería hablarle pero un nudo en la garganta se lo impedía, deseaba
tanto mirarlo a los ojos y gritarle “te quiero” pero lo frenaba la culpa, el
sentirse responsable de su mudez. Volvían entonces las voces pinchando su
corazón como avispas. Las voces de la clínica: “Su hijo necesita tratamiento.
Dos veces por semana. Cuarenta pesos la sesión. La obra social no lo cubre”.
Las voces de los contratistas: “¿Cuarenta años? Demasiado grande para la
construcción”. La voz de la financiera: “Se intima el pago para el diez del mes
siguiente sino haremos efectiva la ejecución de garantía hipotecaría.” La voz
de su suegra: “¿Porqué no se muere Mariano?. Lo único que hace usted es traerle
desdicha a mi hija y a mi nieto. Mátese”. La voz de su madre: “¿Para qué te
preocupas por esa mujer y ese chico? ¿No te das cuenta que no se te parece en
nada? Lo único que tiene de vos es el apellido.
Una lágrima rodó por su mejilla y cayó en la mano de
Martín que lo miraba con los ojos bien abiertos. Le acarició la cabeza y
comenzó a buscar los piojos.
Cuando terminó el niño tomó la pelota y salió corriendo
hacia la calle. Mariano pensó que a pesar de lo físico no eran tan diferentes,
recordó cuando el tenía su edad, la misma remera de Boca, la misma alegría ante
la inminencia del partido. Martín no podía gritarlos, esa era la diferencia.
Pero no la única, había más, le bastaba ver los botines llenos de agujeros y
los cordones deshilachados para recordar todo lo que su hijo necesitaba que no
era mucho, pero si demasiado para el que no tiene nada.
La noche de reyes. Mariano volvía feliz, cargado con tres
pesadas cajas en las que tenía todo el trabajo que debía tener terminado para
el lunes. Era demasiado pero a él no le importaba porque gracias al adelanto
había podido comprarle a Martín ese par de patines que si bien no eran los que
el había pedido se parecían bastante. Miró su reloj, era medianoche. Su mujer y
su hijo ya estarían durmiendo. El calor era insoportable. Bajó del 501 con
todos los paquetes y comenzó a caminar hacia su casa. Lo sorprendió un relampago
en medio del horizonte. Le pareció una señal de buen augurio la inminencia de
la lluvia que les daría un poco de aire fresco después de casi dos semanas con
más de treinta y cinco grados. La lluvia traía el aire, Mariano el trabajo bajo
sus brazos y la esperanza de que todo por fin iba a cambiar para bien.
El aire comenzaba a ponerse más denso a la vez que
gruesos nubarrones cubrían todo el cielo. Tropezó con una piedra cayéndolese
los tres paquetes y los patines. Cuando se estaba levantando los vio frente
suyo. Eran tres. Uno le quitó los paquetes mientras los otros dos lo pateaban
de los dos lados. No le importaba tanto que se llevaran el trabajo o el poco
dinero que tenía pero lo que lo llevó a reaccionar fue que le quitaran la caja
de los patines. Tomó de la pierna al que la tenía y entonces sucedió. Uno. Dos.
Tres disparos en la cabeza. La oscuridad, la imagen de Lucía y Martín
esfumándose hasta no ser nada.
Uno de los atacantes al abrir el paquete dijo: “¿Nada
más?” y dejó los patines junto al cuerpo. Los otros paquetes tampoco les
interesaron. Tomaron diez pesos y las
monedas del bolsillo de Mariano y se fueron tranquilos caminando.
Las primeras gotas empezaron a caer y los vecinos agobiados
por tanto calor salieron a la calle a mojarse mirando al cielo y dándole
gracias por ese regalo que les daba. Todos menos Martín que miraba al cielo y
en su inmensidad sin saberlo buscaba a quien ya no estaba.
QUÉ TAL, LÓPEZ Julio Cortázar
Un señor encuentra a un amigo y lo
saluda dándole la mano e inclinando un poco la cabeza. Así es como cree que lo
saluda, pero el saludo ya está inventado y este buen señor no hace más que
calzar en el saludo. Llueve. Un señor se refugia bajo una arcada. Casi nunca
estos señores saben que acaban de resbalar por un tobogán prefabricado desde la
primera lluvia y la primera arcada. Un húmedo tobogán de hojas marchitas. Y los
gestos del amor, ese dulce museo, esa galería de figuras de humo. Consuélese tu
vanidad: la mano de Antonio buscó lo que busca tu mano, y ni aquélla ni la tuya
buscaban nada que ya no hubiera sido encontrado desde la eternidad. Pero las
cosas invisibles necesitan encarnarse, las ideas caen a la tierra como palomas
muertas. Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones
igualmente cerca del estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el
resto es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien; los verbos activos
contienen el repertorio completo. Hamlet no duda: busca la solución auténtica y
no las puertas de la casa o los caminos ya hechos -por más atajos y
encrucijadas que propongan. Quiere la tangente que triza el misterio, la quinta
hoja del trébol. Entre sí y no, qué infinita rosa de los vientos. Los príncipes
de Dinamarca, esos halcones que eligen morirse de hambre antes de comer carne
muerta. Cuando los zapatos aprietan, buena señal. Algo cambia ahí, algo que nos
muestra, que sordamente nos pone, nos plantea. Por eso los monstruos son tan populares
y los diarios se extasían con los terneros bicéfalos. Qué oportunidades, qué
esbozo de un gran salto hacia lo otro!.Ahí viene López. -¡Qué tal, López?-¿Qué
tal, che? Y así es como creen que se saludan.
Te miro Fernanda López
Te miro. Te miro en silencio. Observo tus detalles. Te
observo en tus detalles. Cada detalle. Me sonrío. Nos imagino juntos. Busco
razones. Colecciono excusas. Pienso y te miro. Me silencio. Me enojo. Parezco
alejarme. Sigo cerca tuyo. Te miro y no te hablo. ¿Por qué no te hablo? ¿Por
qué nos callo? ¿Por qué? Porque… Creo saberlo, pero no quiero dar
explicaciones, no puedo darlas. Quizás no hagan falta. Quizás nos entendamos
sin hablar. Te miro. Otra vez te miro en silencio. ¿Por qué no me hablás? ¿Por
qué nos callás? Me llamás. Pronunciás mi nombre. Mi nombre en tu boca. Mi
nombre entre tus dedos. Renazco. Respondo. Tu nombre. Tu nombre que suena
armoniosamente poderoso cuando se conjuga con el mío. Vos. Yo. Nosotros.
Nuestros nombres. Sonreímos. Y de nuestras comisuras brotan cientos de formas
diferentes de nombrarnos. Una palabra. Muchas palabras. Otra vez el silencio.
Pero esta vez, el silencio es dulce, porque nuestras bocas claramente
confundidas eligen no hablar para fundirse en un beso.

Duda tardía
Walter Rago
Paseaba con sus nietos por el Mercado de Pulgas, mirando
entre distraído y aburrido, artesanías y artefactos olvidados. De pronto, al
llegar a la mesa de los viejos teléfonos, se detuvo frente al más antiguo,
observó cada cable, cada pieza y al entender su funcionamiento, sintió un frío
que lo atravesaba.
Comprendió, recién entonces, que aquel teléfono del
hotel, en 1935, en realidad no había estado conectado.
¿Y si ella hubiera llamado…? Entonces… ¿podría haber sido
feliz…?
MALENA
Marta Becker
Fue concebida como un pecado de juventud una tarde de
otoño mientras desde otra pieza del conventillo de la calle Aguirre se oía el
tango Malena. De ahí su nombre, Malena.
Su padre, a quien no llegó a conocer, un muchacho todavía
sin barba e incapaz de asumir la situación, desapareció en cuanto se enteró de
su futura paternidad. La madre, una chica sin experiencia pero con coraje
decidió seguir adelante con el embarazo, como una aventura más y sin tomar
conciencia de ninguna responsabilidad.
Malena creció a los ponchazos con la ayuda de varias
señoras venidas de Italia que vivían en la casa, madrazas todas, que querían a
la nena como propia, se compadecían de ella y no entendían cómo la madre la
dejaba a la deriva para hacer su vida. La joven -esbelta, de formas torneadas
por el cincel de un artista, ojos verdes, una cabellera rubia que le caía sobre
los hombros y una sonrisa provocadora-
trabajaba en un cabaret del bajo Flores. A la madrugada la traían
diferentes coches, la más de las veces borracha y, en consecuencia, dormía
durante el día. Era su forma de ganarse la vida, decía sin ocultarlo, con
cierto orgullo y ningún problema. Con este ritmo, poco se ocupaba de la hija,
que pasó su infancia y adolescencia librada a su suerte.
Malena se convirtió en una hermosa muchacha de ojos
oscuros y profundos como la noche más tenebrosa, labios rojos como una rosa recién
abierta y aterciopelados como sus pétalos, un cuerpo de mujer que invita, una voz a veces suave, a veces ronca, pero
siempre insinuante. Escucha todo el día música, en especial tangos y así fue
aprendiendo a cantar, cada día mejor.
Su madre la presenta en su lugar de trabajo y así Malena
comienza a actuar todas las noches en el viejo cabaret. Su figura joven y
hermosa deslumbra, es un refresco para una clientela que pocas veces presta
atención a quien estuviera en el escenario.
La Morocha –así era conocida la madre- todavía en
plenitud y muy atractiva, siente la presencia de la hija como una competencia y
por momentos está arrepentida de haberla presentado para que actúe en su mismo
espacio, aún desde lugares diferentes. La acosan los celos y la rivalidad y ese
desánimo la lleva a tomar cada vez más alcohol. Su estado empeora cada día
mientras Malena surge más y canta mejor, salvo los días de lluvia, que la ponen
nostálgica y empañan su voz.
Las muchas horas se suceden en el cabaret entre una bruma
de cansancio mezclada con el alcohol y el humo de los cigarrillos que envuelve
a los parroquianos, y el tiempo pasa como sonámbulo.
Hasta que cierta noche hace su aparición el Nene Varela.
Su sola presencia ya es motivo de comentarios. Alto,
trajeado de negro -pantalón bombilla, camisa blanca abierta, pañuelo con un
nudo hecho como al azar que le calza perfecto alrededor del cuello, zapatos de
charol y sombrero con una inclinación que le da el toque de compadrito que es-
el Nene había sido hombre de la Morocha durante bastante tiempo.
Ahora viene por la hija.
La Morocha se acerca, no espera el gesto de él y es ella
quien lo invita a bailar. El Nene se niega, la rechaza con un movimiento brusco
y se acomoda en una mesa cercana al escenario. Pide una ginebra, prende un
cigarrillo y espera.
Todos alrededor bajan la voz y miran hacia la mesa de
reojo. El ambiente se tensa, saben de la situación entre las dos mujeres y
también esperan.
Malena sale a cantar. A través de las luces vislumbra la
figura del Nene Varela, que no le saca los ojos de encima. La acaricia con una
mirada entre codiciosa y de pertenencia, mientras la madre de la muchacha
observa la escena desde uno de los laterales del salón, roja de indignación y
celos.
Cuando termina de actuar Malena se dirige a la mesa del
Nene. Apenas toma asiento cuando él la toma del brazo y la arrastra hasta la
pista de baile. La música los envuelve, los pies se deslizan lánguidamente,
casi sin tocar el piso, los cuerpos siguen el ritmo del dos por cuatro y los
que recuerdan la escena aseguran no haber visto nunca algo más sutil, temerario
y sensual.
Como tocada por un resorte la Morocha sale de su letargo
y se dirige al centro de la pista. Le da un empujón a Malena, que pierde el
ritmo, mientras le grita que deje al Nene, que es de ella, que nadie se lo va a
quitar.
Los presentes hacen silencio. Presagian algo fulero, pero
es código no intervenir. La música queda en segundo plano superada por las
voces de Malena, la Morocha y el Nene, que discuten acaloradamente y se elevan,
chocan y se repliegan para fundirse en los rostros acalorados.
La doncella del mar Stella Maris Taboro
La calle semejaba una profunda fauces de lobo. Hasta la
noche parecía encaprichada en su negritud tapando todas las estrellas .Los
grillos retumbaban en los pasillos estrechos del más antiguo barrio cercano al
Puerto de Calukte.
Los grafitis plateados en algunas paredes parecían alzar
interrogantes punzantes.
¿A dónde había ido esa figura que paseaba casi flotando
sobre los adoquines
desparejos?
¿Habría que esperar nuevamente que reluzca la luna llena
para descubrirla una vez más?
Julián estaba ansioso por saber de ella, pero sólo había
podido verla algunas veces, y apenas, fugazmente como a una imagen difusa.
Luego de su paso por allí quedaban aromas del mar, a
corales y una música de espumosas olas blancas.
Buscó un nombre para ella, y la llamó Doncella del Mar.
Después de ella, todo era casi un silencio hondo con un
fondo de monótonos cantos de cigarras.
Julián había indicado en su agenda todas las fechas de
lunas llenas.
La aguardaría en esas noches.
Había nacido en altamar, conocía como a las palmas de sus
manos, las aguas inmensas que recorría y hasta los peces abisales que viven a
miles de metros bajo la superficie del mar, donde no llega la luz. Consideraba
a las gaviotas como a su más fiel séquito, despegando desde las costas y
jugando en las aguas pronunciando un saludo que sólo Julián interpretaba.
Pero más que amar ese mundo de paisajes celestes, sentía
que su corazón palpitaba muy fuerte cuando pensaba en la Doncella del Mar.
Debía esperarla, intentar hablar con ella y retenerla
antes que deje la calle de viejos adoquines.
La luna llena de ese mes de septiembre, hizo que Julián
espere en la playa. De pronto vio que ella se alzó sobre las olas y avanzaba
con alas de nácar. Su frente estaba coronada con pequeños caracoles y cubrían
su cuerpo, corales relucientes.
Le impresionó su mirada tierna .
Ella con tenue voz repitió muchas veces... hasta hundirse
en el mar.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

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¡QUE LOS MAGOS
LLEGUEN A TIEMPO! Mary Vicy
Septiembre
se anunciaba tibio y luminoso, los largos días del crudo invierno habían quedado
atrás, las sendas de los carros se secaban lamidos por los rayos de sol, los
insectos zumbaban a su alrededor como un séquito irreverente.-
El
traqueteo de las ruedas aplastando montículos de barro repercutían dentro de
los riñones de Doña Susana, poco acostumbrada a esa clase de transporte, aún
así no lograban borrar de su rostro tanta felicidad. El viejo Teo la miró de
reojo mientras azuzaba con las riendas al caballo para acelerar la marcha.
-La
bolsas van aumentando – comentó eufórica - Pero falta mucho todavía – y recordó
con nostalgia aquellos días mágicos de su niñez allá en La Pampa, cerca de
General Pico.
Su
vida había transcurrido en el seno de
una familia rural acostumbrada a respetar los ciclos de la naturaleza, las
tareas del campo fueron moldeando su crecimiento y supo orar en el amanecer.
Los
estudios terciarios la obligaron a trasladarse a Buenos Aires pero cada verano
retornaba al terruño para pasar las Fiestas junto a sus afectos.
Y un
día no volvió, un naciente amor la ancló en la gran ciudad y decidió que era
hora de formar su propio nido.
La
vocación por atender a niños con capacidades diferentes hizo que recalara en
varias escuelas de barrios marginales y a pesar de los avatares propios de las
crisis sociales, no bajó los brazos y continuó trabajando a la par de los otros
maestros.
Ese
año se habían propuesto realizar varios cambios incentivando a la gente a
través del taller de la huerta y recordó risueña los sucedido varias semanas
atrás.
-¡Presten
atención! – la voz de Doña Susana se había elevado en medio del bullicio de sus
alumnos sentados inquietos en sus bancos - ¿Qué les parece si nos adelantamos a
la primavera?.
-¿Cómo?
– los mas despiertos se habían echo eco de la curiosidad de Teco, el antónimo
natural de todas sus propuestas.-
-Con
un trozo de cartón vamos a armar un vaso mediano, el almácigo, lo rellenamos
con tierra hasta la mitad, colocaremos dos semillas de las flores que mas nos
gusten y luego las cubriremos con otro poco de tierra – para que la explicación
se entendiera iba dibujando cada paso en el pizarrón – Todos los días, antes de terminar la hora de
clase las regaremos un poquito y cuando aparezcan los pimpollos, cada uno se
llevará su macetita a casa. ¿Qué les parece?.
-¡Si!
Si! – el entusiasmo corrió libre entre ellos, la cara de Teco demostraba todo
lo contrario.-
-¡Eso
no va a servir para nada! – la carita morena del pequeño resaltaba su
desconfianza natural, la vida le había enseñada que ciertos sueños resultaban
inútiles y mas de una vez se había sumado al grupo equivocado para rumiar tanta
rabia.-
-Probemos...
no cuesta nada – cuando la maestra intentó hacerle una caricia, él la esquivó
molesto.-
-¡No
joda Doña!. Es como esperar que los Magos lleguen a tiempo – y la miró
desafiante.-

CUENTOS BREVES
Carlos Esteban Cana
Conversando con
D.T.
El anciano de la tribu me llevó a lo más profundo del
bosque. Era la hora en que los primeros rayos del sol, tenues, sacaban brillo
del rocío que corría sereno por las hojas. En medio de aquella espesura, con
olor a tierra húmeda, no existía peligro alguno de ser escuchados.
Después de pintar sendas rayas rojas en su rostro, con
achiote molido que traía en su vasija de barro, el chamán inició el rito.
Engoló su voz en un canto lento, lastimero. Y en el instante preciso que
comenzaba la revelación, las sierras eléctricas comenzaron a talar el bosque.
Por lo anterior no fui iniciado. Tampoco pude conocer el
nombre oculto de Dios.
Moradas: III
(Adagio hindú)
Cansado de la infinita búsqueda decidí no hacer más. Mis
dedos palparon la tierra negra, granulada. Las nubes flotaban. El aroma a
hierba mojada se esparcía por doquier. La intensidad de mis latidos fue
bajando. Silencio. Inhalé. Exhalé. Había algo más en mi respiración.
David Slodky
Sueño…
Sueño que me persiguen. Escapo por oscuros pasadizos,
mientras ellos me van cercando. Ya desfalleciente, sueño que la jauría humana
es sólo un sueño: yo estoy durmiendo en el cuarto de mi infancia, al lado de mi
madre. Nada puede pasarme. Los furiosos golpes en la puerta me despiertan; pero
no sé si es en la realidad o en el sueño. Por suerte, puedo escapar por los
techos. ¿O sueño que me escapo? Angustiado, escribo esto. ¿O sueño que estoy
escribiendo? Por favor, Ud. que lee estas líneas, ¡dígame que es real lo que
escribo, que no es un sueño! Pero… ¿cómo sé yo -cómo sabe usted- que no es un
sueño en el que sueño que me está leyendo?
Eduardo Coiro
La lección
A edad oportuna la abuela se lo había dicho a su madre
con todas las letras.
Años después su madre pudo explicárselo a ella con la
firmeza de un catecismo. Como un saber que no debe ser olvidado:
“Hay que conquistar el corazón del hombre, pero que él no
conquiste el tuyo”.
No entregar jamás el corazón -ni mucho menos la ilusión-
era la consigna.
El tiempo pasó escurriéndose como el agua. Su libertad
era tan profunda como su soledad.
En la cola del banco, mientras esperaba su turno para
cobrar la jubilación. Escuchó la conversación de dos mujeres jóvenes que
hablaban de cómo “Enganchar un tipo”.
Quiso hablarles pero se le hizo un nudo en la
garganta.
Decirles que no es así. Qué el amor no es enganchar al
otro.
Lamentó una vez
más no tener hijos ni nietos para cambiar la lección.
David
Lagmanovich
El alma en un
hilo
Vivía con el alma en un hilo. Era un hilo brillante,
dúctil, que dejaba al alma libertad de movimientos sin cortar el vínculo con el
cuerpo. Pero el alma no estaba conforme: ¿por qué no soltar el hilo y salir a
volar, como una cometa que de súbito se arranca de la mano infantil que la
sostiene? Día a día se escuchaban los lamentos del alma por tener que vivir en
un hilo. Una tarde que no estaba demasiado ocupado, Dios escuchó sus quejas, y
de un celeste tijeretazo cortó la dependencia que al alma tanto le fastidiaba.
Nadie volvió a acordarse del hilo, que había caído en medio de unos pastizales.
Pero ahora el alma, liberada, siente una infinita desolación.
José Martínez Gil
La noticia
detrás de la sonrisa
Todas las mañanas, cuando apenas asomaba la claridad del
amanecer, ya estaba en pie aquel quiosco como una casa de colores llena de
regalos. Y llena de los periódicos del día. Desde esa temprana hora, una que otra,
y uno que otro cliente, pasaban presurosos para comprar el diario y saber qué
había ocurrido el día anterior, aunque en realidad puede que ya lo supieran.
Pero era el pretexto, la visita obligada para pasar por el quiosco, porque el
hombre, que lo atendía desde hacía muchos años, les daba las mejores noticias
para comenzar el día: la sonrisa entre pícara y tierna, la broma entre la broma
entre confiada y tímida, el gesto inocente, cariñoso y familiar. Los piropos a
cuanta personita quedaba atrapada por sus ojos claros. Y sobre todo la sonrisa,
que era la principal razón por la que todo el mundo pasaba por el quiosco, si
no para comprar el diario, sí para comprar lo que fuera, con tal de encontrar
el verdadero amanecer en el rostro de aquel hombre. Sin embargo, ese paso
presuroso de todos, que se iban felices a sus destinos, no les daba “tiempo”.
Porque aquél hombre era tan bueno que tampoco quería darles “tiempo”. Tiempo
para detenerse un poco más, contemplarle, y conocer y descubrir que en cada una
de sus sonrisas, se escondía en realidad, ocurriera lo que ocurriera, se
sintiera como se sintiera él, la única buena noticia del día que era segura y
que el hombre decidía: la de que todo el mundo se fuera, siempre, y por lo
menos, con una sonrisa.
Tinieblas Juana Schuster
Cuando compramos la casona, evitaba que mis ojos se
posaran en él. Tenía algo que infundía temor. Estaba allí de pie, sobre una
mesa de cemento. El enanito con su gorro de duende. No se lo dije a Richard. Me
trataría de tonta.
Él hablaba de traer rosales, de combatir las hormigas
devastadoras como musarañas.
Por la noche, la luna se ocultaba tras carreteles de
algodón. Proyectaba una sombra demasiado fragmentada. Despertadora de asombros.
Esa madrugada, no quise permanecer sola, pero Richard
tuvo una guardia especial en su trabajo. El auto partió.
Abrí la ventana hacia el jardín, y vi sólo la base. Mi
grito de horror abrió las compuertas de mis arterias cuando sentí los pasos
desde la planta baja, ¡estaba subiendo lentamente los escalones!
Me tiré por la ventana y corrí hasta la carretera.
Goteaba sangre desde mis escoriaciones. Hasta que noté las luces que
identificaron un coche. Le hice señas. Me introduje en el asiento trasero.
Un rostro de enano frente al volante, giró para mirarme
fijamente, con sarcasmo. Ojos saltones de pescado, con expresión de muerte
cercana, de próximo infierno, de inmediata agonía diabólica.
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Historias
de la calle
Elsa
Solis Molina
Mariana, sentada en el bar de la calle Rioja de Rosario
,contemplaba el ir y venir de la gente del otro lado del vidrio en actitudes,
expresiones, modos de caminar, arrasando o vacilando, que dejaban claro
situaciones, caracteres, estados de ánimo...
El paso lento, cansado de los ancianos, la insolente y
vital fuerza de los jóvenes, la preocupación y el rostro tenso de la llamada
ama de casa, a la que siempre le falta el tiempo... Es el prototipo, pensó, de
la que aprovecha cada minuto de su vida, para demostrar su eficiencia, pero que
desconoce el valor de una pausa contemplativa, de un momento sólo para reflexionar,
para aquietar el alma, para crecer como persona...inmersa en su apresurada vida
de demostraciones de valor, aunque ello sacrifique su ignorada interioridad.
Su mirada, entonces, se vió atraída mientras terminaba su
café, por la desolada, el buscador de ocasiones, el jovencito tratando de
acaparar la atención de su compañera de ricitos rubios y anillitos de plata, el
gordo señor parado frente a la pizarra del menú del restaurante de
enfrente....Le gustaba imaginar el final de cada historia, la incidencia que
cada actitud tiene en ellas....
Los hombros frágiles de la sola, se detienen ante la
vidriera del bar, mira hacia adentro, vacila un minuto y luego entra a comprar
dos empanadas, que , seguramente compartirá con su gato, en una fría y gran
casa de pasillo.
Entra al bar, un viajante, arrastrando los pies, con la
corbata torcida y la camisa mojada. Se sienta como si fuera de plomo, en una
mesa pequeña, debajo de la cual, sus piernas entran por milagro y sus mocasines
vapuleados, no dejan enfriar a sus pies deshechos y doloridos.
Como la imagen de los contrasentidos, pasa por la vereda
una señora gruesa y desaliñada, llevando, con suma delicadeza, un delicado ramo
de rosas; su rostro tienen la alegría de gozar por anticipado la sorpresa de su
destinataria.
Sigue por el centro de la ciudad el interminable
deambular de los chiquitos de ojos enormes y uñas sucias que ofrecen con voz
lastimera bolígrafos y analgésicos, controlados desde la esquina, por el vago
de saco grande y vergüenza escasa...
Como personajes obligadas de esta historia de la calle,
enhebrada por Mariana desde la mesa del bar, entran dos nenitas ofreciendo en
conitos de plástico, rosas de dudosa frescura, a la disparada, antes que las
retiren no del todo amablemente los mozos,
pero, angustiadas si no venden, por el coscorrón de la hosca mujer, que las
espera afuera, con un bebé maloliente en sus brazos....
Las dos gitanas, pasan comentando sus ventas de San
Cayetano, con los ramitos de trigo. Ellas visten comúnmente, pero su decir vivo
y rápido, las delata. Se sientan en la vidriera de la librería, sin dejar de
hablar a una velocidad que hincha las venas de sus delgados cuellos morenos.
La somnolienta señora del quiosco de revistas, sentada en
su sillita baja, aprovechando la sombra del toldo de la librería, mira a las
gitanas como si fueran el paisaje.
¡Adiós doctor... se saludan dos hombres pulcramente
vestidos con papeles y portafolios en sus manos, mientras el vendedor de
termos, cuchillos, cubiertas de documentos y pulseras artesanales bosteza,
cuando su compañero le guiña un ojo diciendo; estos sí que no tienen
problemas...son concejales...
El vendedor clandestino de empanadas turcas, arma un
revuelo en plena Plaza Sarmiento, recogiendo apresuradamente dentro de su mantel la mercadería, manoteando apresuradamente la
mesita plegable, saliendo a la disparada, al ver a los inspectores municipales....
Los de la casa de cambio, siguen inmutables, vendiendo,
comprando monedas, mientras el mundo se mueve, vive o muere a su alrededor...
mientras en la agencia de loterías, los ilusos siguen probando y el dueño del
negocio, único ganador, abre otra agencia a la vuelta.
El poeta, el poema, la poesía
Alain Badiou
Pero ya obsoleta a fines del siglo XIX, la imagen del
poeta guía queda invalidada por completo en la centuria siguiente. En la
estirpe de Mallarmé, el siglo XX funda otra figura, la del poeta como excepción
secreta actuante, preservación del pensamiento perdido. El poeta es el
protector, en la lengua, de una apertura olvidada; es como dice Heidegger, el
"custodio de lo abierto".
El poeta, ignorado, monta guardia contra el extravío.
Persistimos, desde luego, en la obsesión por lo real. Porque el poeta garantiza
que la lengua conserve el poder de nombrarlo. Tal es su "acción restringida",
que sigue siendo una función muy elevada.
El arte, en el siglo, tiene el papel de unir. No se trata
de una unidad masiva sino de una fraternidad íntima, una mano que se une a
otra, una rodilla que toca otra. De lograr su cometido, el arte nos preserva de
tres dramas.
a) El de la pesadez y el encierro. Es el principio de
libertad del poema, único que puede sacar al siglo de su prisión, que es el
propio siglo. El poema tiene el poder de arrancar al siglo del siglo.
b) El de la pasividad, de la tristeza humana. Sin la
unidad prescripta por el poema, la ola de tristeza nos hace tambalear. Hay,
entonces, un principio de alegría del poema, un principio activo.
c) El de la traición, la herida al acecho, el veneno. El
siglo también es la tentación del pecado absoluto, consistente en abandonarse
sin resistencia a lo real del tiempo. "Ritmo de oro" quiere decir:
sentirse tentado por el siglo mismo, por su cadencia, y por lo tanto aceptar
sin mediación la violencia, la pasión de lo real.
Contra todo esto sólo tenemos la flauta del arte. Se
trata sin duda del principio de coraje de toda empresa de pensamiento: ser de
su tiempo, mediante una manera inaudita de no serlo.
Para hablar como Nietzsche, tener el coraje de ser
intempestivo. Todo verdadero poema es una "consideración
intempestiva".
En el fondo, ya en 1923 Mandelstam nos dice que con
respecto a las violencias del siglo, y sin retirarse, el poema se instala en la
espera. En efecto, no está consagrado al tiempo, ni es promesa de futuro, ni
pura nostalgia. El poema se mantiene en la espera como tal y crea una
subjetividad de la espera: de la espera como acogida. Puede decir que, si, la
primavera volverá y "brotará el retoño verde", pero que, con un siglo
roto sobre las rodillas, seguimos intentando resistir la ola de la tristeza
humana.
Este siglo ha sido el de una poética de la espera, una
poética del umbral. Aunque este no se franquee, su mantenimiento habrá de
significar el poder del poema.”
POEMAS Rodolfo Livingston (argentino, arquitecto)
GRACIAS
Suena la música inmensa del Brasil
bailo solo
mirando las nubes, en mi terraza.
Me río y lloro, poderoso de mí,
pobre de mí
que estoy tan triste y tan raro.
Mi corazón me dice sin embargo
que estoy terriblemente vivo
porque puedo amar
porque puedo llorar
y porque puedo bailar sobre mis lágrimas.
Gracias Gina,
Gracias María Luisa,
Gracias Juanito,
Gracias Laura, Orlando, Tato y todos mis amigos.
Gracias por ayudarme a vivir
por enseñarme a querer y
gracias a Dios por estar vivo.
Buenos Aires 10 de Noviembre de 1982
A MI
HERMANA
A veces estoy muy lejos
De ustedes y cerca de mi infancia.
Que pasó, que fue lo que pasó María Luisa, en estos años
De pronto, ó poco a poco, no recuerdo, cambiaron los
veranos.
Se derrumbaron las paredes queridas
De la infancia.
Esta tarde entré muy despacio
Y observé nuestra casa de Mar del Plata,
Blanca, con listones negros asomando.
La enredadera, la verja amarilla,
De madera.
Todos los cuartos guardan sonidos conocidos.
Era una casa con rincones, con escalera
Y con alma, como deben ser todas las casas.
Vereda de bicicletas, magnolia, banco,
Tarde y espera.
El almuerzo está servido.
Están todos en la mesa.
Unos son “los grandes”; mis primas, mamá (que llega
tarde),
María Elena y Horacio querido con sus ojos azules.
Traemos el mar salado, arena en los bolsillos.
Todo está claro, entra luz por la ventana del jardín.
Papá llega en su moto colorada, el sol,
La siesta, los pantalones, el auto, todo estaba claro.
Yo quisiera que fuera todo de nuevo,
De nuevo el verano todos juntos,
Es que el mundo ha cambiado querida.
Me preguntás que pasó.
Por la calle pasaban otras gentes
Y yo empecé a mirarlas.
Remonté los trenes de mi patria,
Escuché las canciones de los pobres,
Ví una multitud con banderas, con cantos,
La esperanza colgando triste, a un costado.
Primero yo dí un paso.
Después ví sus ojos de espanto,
Miré sus harapos y fue mío su llanto.
Salté por la ventana (de mi infancia).
Ahora estoy con ellos para siempre,
Instalé mi juventud en su esperanza
Y levanté el lápiz, mi palabra, apoyé mi mano
Sobre el hombro de mi hermano anónimo,
Subo a sus camiones, con ellos,
Y veo pasar los días tan lejos de mi casa.
A veces, es cierto, estoy muy lejos.
A MI
HERMANO HORACIO
Yo volví para buscar
Los rostros de mi sangre que quedaban
Y encontré tu soledad
Guitarra triste
Tenías los ojos más cambiados
Te parecías a los retratos de papá
Cuando era joven.
Tenemos treinta años pensé
Esta noche y te reías y ví
Que estamos solos.
Entonces, hermano, querido,
Ví tu sangre y la mía,
Juntas,
Como si el mundo fuera otra vez
En tu sangre y en la mía.
EN LA
PLAZA DE SANTIAGO
DE CUBA
Festival
de coros, en la plaza de Santiago. Las boinas rojas de los pioneros y sus
caritas atentas. El niño Dios y pa´lante, pa´lante…. Los coros de Camagüey, de
Santiago y de La Habana. Un coro baja del escenario bailando y el director
baila con ellos. Son coros de obreros,
de campesinos, de ex - aburridas oficinistas, es el pueblo que canta y el público
se convierte en coro bajo la luz blanca en el aire fresco de la plaza nocturna.
“…..milicianos
adelante….. no somos uno, ni somos dos….”
La
expresión concentrada del hombre de pelo blanco. Seguramente ha visto muchas cosas
y medita. Los negritos en la punta del asiento, con la boca entreabierta. Sube un coro, y otro coro, de niños, de
adultos; son las doce de la noche y
estamos todos de pié, los brazos en alto entrelazados. La Internacional. Mi mano blanca, la veo en alto, apreta una
mano negra; se recortan contra la cúpula de la iglesia.
Socialismo
y navidad cubanos
En el
aire tan fresco
De la
plaza de Santiago.
Las
espaldas de las negras
Y un
ángel de yeso, allá en lo alto de la iglesia apagada.
Santiago de Cuba, 25 de
Diciembre de 1961.
NAVIDAD CON
LOS SOLDADOS
El horizonte es una línea tensa en los ojos fijos de las
postas.
La silueta de un barco, la luz furtiva de un avión. Las amenazas de siempre. Un llamado por la
línea telefónica comunicando la novedad y los dedos repasando siempre las armas
engrasadas, la precisa mira del cañón.
Son lentas estas noches de la costa tendida, esperando al
invasor.
- esta vez quedan.
- ya lo dijo
Fidel.
Y son muchachos de 16 años, son niños - hombres
conscientes, responsables. Es la historia en las conversaciones simples, la
mirada gravemente atenta de los milicianos que esperan día tras día, noche tras
noche, en la trinchera húmeda, con los ojos fijos en el mar.
Hay baile y cerveza en la apretada plaza del pueblo. Por
las luces de la bahía, llega a la trinchera la música lejana.
Es un danzón.
Pero la costa, está siempre despierta en los ojos
innumerables del pueblo.
Porque se sabe que vendrán.
Baracoa,
24 de Diciembre de 1961.
Para
Josefina, la enfermera más linda del Hospital
Dulce enfermera negra
de la risa blanca
y la capa roja.
Joven antigua
criatura nueva
alta y grave,
la risa fina,
Josefina.
Al Hospital lo están pintando
de colores
y los enfermos no quieren ya curar
porque ha llegado
alta y grave,
la risa fina,
Josefina,
la dulce enfermera nueva
de la capa roja
como tu sangre
como mi sangre
como la sangre del pueblo,
Josefina,
que tu vienes a cuidar.
Baracoa, Cuba 7
Enero de 1963
Difunde
- Eladio González Toto Museo Ernesto
Che Guevara Calle Rojas 129,
esq.
Yerbal, Caballito, Buenos Aires, Argentina tel. 4 903 3285 museocheguevara@fibertel.com.ar
http://museocheguevaraargentina.blogspot.com
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