venerdì 18 luglio 2014

[Henciclo] interruptor - Tan peruano como el sol - la columna de H enciclopedia

 
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   VIDA Y MONEDAS
Tan peruano como el sol
Amir Hamed
“Tengo ahora 70 soles peruanos”, dice César Vallejo en la espeluznante exactitud del adverbio. “Ahora”, para empezar, explica el precariato al que somete la moneda, y esto no solo porque el intercambio hace que las monedas estén para ir y venir, para descontarse, sumarse, reproducirse, fugarse, evaporarse o ser agujereadas, como en las películas, por una bala. No hay manera, por decirlo así, de tener una moneda, y mucho menos 70, como exhibe el poema XLVIII de Trilce.

Cojo la penúltima moneda, la que suena
69 veces púnicas.
Y he aquí, al finalizar su rol,
quémase toda y arde llameante,
                                               llameante,
redonda entre mis tímpanos alucinados.

Ella, siendo 69, dase contra 70;
luego escala 71, rebota en 72.
Y así se multiplica y espejea impertérrita
en todos los demás piñones.

Es líquida la moneda, se dijera, aunque no puede ser liquidada. No encuentra liquidez; no puede ser convertida en dinero. Precisamente porque es moneda. Y por tanto la moneda, que en sí es fetiche, no puede ser fetichizada.
Es que en la moneda cabe el tiempo; ha nacido para el tiempo. En una moneda jamás está el presente sino la cifra del futuro. Su invención, hará tal vez unos 2.700 o 2.800 años, da cuenta de un exceso, según se insiste, un exceso de bienes presentes que se tramita en bienes adquiribles o venideros. Por eso la moneda nunca puede ser ahora, sino que está dada, de antemano, para luego.


Pero “ahora” delata, también una liquidez abrasadora, incandescente, porque el corazón de metal fundido en alguna parte de esa moneda late todavía, como late todavía ígneo el corazón volcánico de la Tierra, por más que los años parezcan haberla enfriado. Y late todavía en la herida, o mejor, debajo de la herida, debajo de la cuña que entró en ella, —y ella todavía blanda—, dejándola hispánica, rezandosol, rezando peruano, o Banco Central, incinerándola en la efigie de una (llameante) vicuña (o de una llama). El corazón es remoto, por así decirlo. Prehispánico, y por eso púnico, es decir africanamente fenicio, de los tiempos en que Cartago colonizara la península de los íberos.(
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