sabato 26 luglio 2014

[Henciclo] interruptor - Humanidades y necromántica - la columna de H enciclopedia



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IDA Y VUELTA DEL ΣῆΜΑ [SÊMA]
Humanidades y necromántica
Aldo Mazzucchelli
Me gustaría sugerir que la
profesión de las letras tiene que ver con dos deseos diferentes. Uno es el deseo de aprender a leer y escribir con el mayor grado de capacidad y sutileza de que uno sea capaz. Porque sí, porque somos gente y la gente en nuestra cultura, entre otras cosas, escribe. Pero creo que esto es dependiente de algo más básico, que es el deseo de comunicarse con los muertos. Las humanidades se podrían ver entonces como la profesión que institucionaliza, en la modernidad tardía (
S XIX), la νέκυια (nekya), el ritual de invocar a los muertos con finalidades, en principio, mánticas. O, de otro modo, hace factible institucionalmente cierto intenso deseo de “viajar hacia abajo”, de hacer la experiencia de Odisea, XI, de ir a donde los muertos yacen, y de escucharlos. Y ¿para qué escucha uno a los muertos? Por supuesto, para intentar ser mejor, para tratar de mejorar el mundo y pasarlo lo mejor posible a los que vendrán, para quienes seremos, también, muertos que hablan. O mejor dicho, que escriben. Es decir que la dimensión de futuro, de progreso y cambio ligada con la educación —que sirve tanto para pasar las costumbres vigentes como para que estas sean transformadas y aun revolucionadas continuamente— está vinculada genéticamente al deseo de hablar con los difuntos. Si esto fuese así, las “humanidades”, y puesto que atienden al bien de los que vendrán, no solo no pueden ser una forma egoísta y rebuscada del hedonismo estético, ni excluyen el bien común(1), sino que trabajan para él —a menudo bajo la conocida forma de servir a quien quiera mejorarse a sí mismo.

Los di-funtos son los que ya no performean, los paroxísticamente disfuncionales, los que no fungen de nada, los privados de habla y gestos. Pero que no funjan de vivos no significa que no vivan: han tenido, durante milenios, la escritura como medio de comunicación —dejo aparte sueño y telepatía, rituales de necromancia e invocación. Al establecer y cuidar la comunicación con los muertos, las humanidades tienen una relación genética con lo escrito, la que sin embargo no parece nada arcaica, sino muy actual —y aun tendida hacia el futuro. Invoco una opinión admirable: “Cualquiera sea el abismo que separa sus regímenes, naturaleza y cultura tienen al menos esto en común: ambos empujan a los vivos a servir el interés de los que aun no han nacido. Sin embargo, ambas difieren en un aspecto decisivo: la cultura se perpetúa a sí misma a través del poder de los muertos, mientras que la naturaleza, hasta donde sabemos, no emplea ese recurso excepto en un sentido estrictamente orgánico”.


La cita es de Robert Harrison, y es el comienzo de —para mí— uno de los libros de más recompensadora lectura entre todos los que se haya escrito, pese a que es muy nuevo. Se llama The Dominion of the Dead. Ese párrafo de apertura marca una diferencia que puede explorarse desde muchos ángulos. El de la teoría de sistemas sociales al estilo Niklas Luhmann, por ejemplo, mostraría que, para los vivos, los muertos no son parte del entorno sino del sistema mismo. Lo anterior significa, al menos, que no podemos integrar los muertos completamente, puesto que son la parte de nosotros que siempre es, al mismo tiempo, más que nosotros, y que además obra a través de nosotros. La parte que no conocemos, pero que siempre intentamos conocer, y no por capricho, sino porque es el sustrato húmico (de humus) del que crecemos. Crecemos de ahí, y la palabra que se nos da al nacer tiene una condición que es anterior a todas las demás condiciones: “Aun si tenemos fe en que en el comienzo fue el logos (Juan: 1:1), nadie sabe realmente lo que la palabra logos quería decir al comienzo, pues para el tiempo en que nuestras palabras comienzan a significar algo, ya tienen un pasado, ya nos alcanzan a través de quienes nos han criado. Con independencia de nuestro dialecto, hablamos con las palabras de los muertos”.(leer más)
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