giovedì 14 maggio 2015

[Henciclo] interruptor - Retornos inesperados - la columna de H enciclopedia

 
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RESISTENCIA DEL AUTOR
Retornos inesperados
Carlos Rehermann

Los escritores romanos tomaban 
sus notas en unos cuadernos hechos de tablas de madera revestidas con una fina capa de cera. Con unos instrumentos punzantes, llamados estilos, escribían marcando la capa de cera. Lo que querían fijar de manera permanente lo copiaban luego con pinceles a rollos de papiro. La cera de las tablitas se podía alisar para ser usada otra vez.

De aquellos tiempos conservamos varias acepciones de “estilo”: stylo (lapicera) dicen los franceses; estilográfica los castellanos, copiando a los ingleses; el estilete deja marcas no muy deseables y los estilos se refieren a los modos como un autor ejerce su escritura, y en general el artista su oficio, y de ahí a las comunidades de artistas y luego a los períodos históricos que se caracterizan por una formulación específica. El estilo romano tuvo, como se ve, una descendencia numerosa.

Cuando comenzó a popularizarse el pergamino, a alguien se le ocurrió que los trozos de cuero eran más aptos para reproducir el cuaderno de tablitas romano, antes que para ser unidas para formar rollos, como era el uso heredado de los egipcios. Quizá simplemente se trató de una dificultad práctica para pegar los pedazos de cuero, porque faltaba un pegamento adecuado; en estos asuntos el azar se alía con ciertas necesidades inescrutables de las sociedades, que promueven o defenestran algunos recursos sin que se sepa por qué. Rápidamente se popularizaron los códices, es decir, lo que ahora llamamos libros, por la comodidad de uso y también por cuestiones estrictamente darwinianas: los rollos ardían con una facilidad pasmosa y provocaban incendios grandiosos. Un códice es una pila de láminas flexibles (que llamamos hojas) unidas por uno de sus bordes. La mayor parte de los rollos producidos en la antigüedad se consumieron en incendios. En cambio los libros hechos de pergamino eran de material menos combustible —trozos de barriga de burro— y el hecho de tener sus páginas prensadas entre dos tapas disminuía aún más el peligro de arder.

Cuando las computadoras personales se convirtieron en los dispositivos de escritura estándar, hace unas dos décadas, el mundo abandonó mil quinientos años de historia del códice para volver al rollo: tal es la forma en la que se recorre un documento en la pantalla de una computadora. Los programas de procesamiento y lectura de textos actuales se organizan en forma de códices virtuales, con un explorador adjunto que permite saltar a una página determinada (que muy pocos usan, fuera de los profesionales de la escritura y el diseño gráfico), pero en realidad no permiten hojear como uno hace con un códice.

Los libros en blanco que se usaban para escribir a pluma en el siglo XIX, y los cuadernos escolares posteriores, reprodujeron la forma del códice y el cuaderno de tablitas enceradas y aun hoy se usan masivamente en los ámbitos de la enseñanza. La máquina de escribir ensayó un retorno al rollo, pero conservando la idea organizativa del códice, un híbrido que mantuvo su vigor más o menos un siglo: un manuscrito salido de una máquina de escribir se podía encuadernar para formar rápidamente una estructura de códice para adquirir sus ventajas de rapidez de acceso y comodidad de lectura.




Jack Kerouac percibió la posibilidad de producir un rollo en un manuscrito mecanografiado —es decir, entendió la esencia de la máquina de escribir—, y así escribió En el camino, cuyo original es un rollo del ancho de una hoja de mecanografía y 36 metros de longitud.

(La continuidad y la discontinuidad comparecen aquí: el prólogo de la primera edición del libro de Kerouac fue escrito por Henry Miller, que diez años antes había hecho algo parecido —igualmente crítico y desencantado con Estados Unidos, aunque todavía con una reserva de esperanza que Kerouac ya no tuvo— pero discontinuo: “Pesadilla con aire acondicionado”, un recorrido  por las carreteras de Estados Unidos que carece de la continuidad del libro de Kerouac, no sólo, aunque quizá en parte, porque fue escrito en páginas y no en rollo).

Por más que los programas de lectura y escritura imiten en la pantalla las formas del códice —paginación, márgenes, accesibilidad a través de un navegador lateral— siempre faltará la posibilidad física de la exploración. La lectura es una actividad física, y los medios que empleamos para llevarla a cabo influyen en el proceso. (leer más) 
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